viernes, 28 de diciembre de 2012

Sobre la traducción





EN LA clepsidra la gota de agua hace «clock» antes de ser traducida.


EL TRADUCTOR de Schopenhauer acaba por dejarse un enorme bigote alemán o no acaba.


CUANDO SE despertó, el intérprete todavía seguía allí.


LA DIFERENCIA entre el intérprete y el traductor es esencialmente salarial.


TODO LO que digas será traducido en tu contra.


Y FINALMENTE el traductor perdió la cabeza en algún remoto rincón del diccionario.



domingo, 23 de diciembre de 2012

Antes del relámpago





















Fortaleza en el agua (homenaje a Turner)




 














viernes, 21 de diciembre de 2012

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               

          


             

Darknude











Hoja

              

                                                


                        

martes, 18 de diciembre de 2012

Phonosonetos (para lectura a dos voces)






I

PHONOSONETO DEL HOMBRE QUE CAMBIÓ SU LENGUA
POR UN IMPERDIBLE Y FUE FELIZ ALLÍ DONDE LO ENCONTRABAN


Maisofondo de nuis y silodeimo
in theyrós curnicasta ruminante
do aqueste y la malaña, liminecus
sobe naû lo lissobe y sobe el fingo

la sonatta indementa paupolós,
el rainabado plauto de la anaba
in girum et colgeudo so la nauta
tal nouvo di duristo, novo procce.

Per no procce ni roca la natara,
sólo roca el coliandro intrascendente
qui tuylo mela tuylo mas ilprotta

pronastás, pronastés, pronastarás
du cala et du milano chi no somne,
conacórdico canto del quintáctico.





II

PHONOSONETO DE LA MUJER CUYO PALADAR
FUE VIOLADO POR UN ERIZO HERVIDO


Indebisüng et rumi la Naturpe,
deplesno con la nauca Solemana
mi pareza la morna do çe finga
y finga que se finge la nicrotta,

mas la trona sincendia in la Katraba
sobre Nápoles gime la estocapo
o rementa la trauba, la marana
canosila y lumiante, irretenable.

Tal dernie babilada in la crinenta,
yeverdigo del pálimo trinado
do llantan los carnayos senecales,

um manar contrunible y filosanto
prena mitras y crenzos oyerados,
silena y selinunta, incopenable.








viernes, 14 de diciembre de 2012

                      

               

                     

                    





 
                             

                    

martes, 4 de diciembre de 2012

Apuntes LV

Desde que comencé a escribir he creído que el poeta auténtico, no el charlatán de su propio ego, adolece de cierta capacidad coherente de entendimiento, ya que sólo a partir de una carencia así puede estructurarse una manera de aprehender que no requiere de la ratio. Porque el poeta auténtico acumula, del universo de estímulos que lo circunda, fascinaciones, esperanzas, desencantos... sustituyendo la posibilidad de entender o, mejor dicho, la posibilidad de enunciar el mundo, por ese contener mundo dentro del fuero de su perpetuo interrogar. Y aunque el poeta, en su ejercicio, no sea capaz de elevar una enunciación (un verso, desde mi punto de vista, no es un enunciado, sino un óvulo en perpetuo estado de gestación), debo señalar que nada hay que, a su vez, no sea decible para el poeta, pues el sentido que éste posee de lo decible es un espacio de sagrada frustración que, por medio del interrogante, lo obliga a girar constantemente, fallando siempre a favor de la esperanza de decir lo que debe como si de una oración se tratara


*


Fertilizado por el vigoroso huracán de la feminidad.

*


Poco a poco los signos fueron petrificándose en su mente hasta enmudecerlo. Ahora necesita un martillo para hablar.


*


No dejes de pensar en la semilla
que en mitad de la noche has extirpado;
redúcete a su centro, pues ahora te conoce
igual que tú conoces la raíz de su materia:
el origen del fruto:
la naranja cayendo
contra el suelo podrido de hojarasca.

No dejes de pensar en su silencio;
desde el amanecer hasta el crepúsculo
convoca su sentencia,
pues ahora la semilla te conoce
y una palabra suya bastará
como basta la piedra contra el hueso
para vencerte.



*


La gracia del que cae está en la rapidez con que se eleva.






El diván asiático

Me resulta muy difícil abordar el tema que me propongo, querido y estimado doctor Roque, pero ya han pasado bastantes años y debo transmitir lo sucedido a alguien, y más a alguien de confianza y tan próximo a dichos tiempos como usted. No quiera ver en estas líneas torpes la búsqueda de complicidad o el exorcismo de mis demonios, sino la necesidad de dejar cada cosa en su sitio. Hoy día ya acarreo con mi culpa de manera honesta y, teniendo en cuenta que no hay para mi acción una pena establecida por la ley, sólo yo puedo autoimponerme condena.

     Como recordará, la luz, por aquel entonces, estaba matando a mamá lentamente. En los últimos cinco años su enfermedad, que al principio sólo era un rechazo a los objetos brillantes, se había acrecentado de manera catastrófica, por lo que su cuerpo se encontraba mermado de manera que sólo cabía una posibilidad para su futuro. Eso lo sabíamos los dos y usted lo ratificó con su ciencia la mañana que nos fue a visitar. No sé si recordará que durante el café puso su mano en mi hombro y con sinceridad aplastante me dijo: El caso de su madre carece de solución, espere lo inevitable. Y así fue. No obstante, hay diversas lagunas en el caso de mi madre, sobre todo en su manera de dejarnos, que debo aclarar con precisión; al menos la precisión que la memoria me conceda. Comienzo:

     Con facilidad podrá hacerse una idea de la situación en la que desarrollábamos nuestras vidas. Últimamente he tenido conocimiento de que el mal que aquejaba a mi madre es más frecuente de lo que parece, aunque casi no tiene lugar de forma  tan extrema. Como sabrá, ella no sólo no podía enfrentarse a la luz del sol, sino que cualquier fuente lumínica le era perjudicial. Lo que implicaba que en casa lleváramos una vida prácticamente a oscuras. Es por eso por lo que construir penumbras, entreabrir una puerta o una ventana, suponía acarrear con un riesgo extremo.

      Sin embargo, después de unos meses en tinieblas, descubrí un enclave en el que la luz no podía expandirse más allá. Se trataba del recibidor, concretamente el lugar del diván asiático, un viejo mueble que mi padre trajo de Singapur después de uno de sus numerosos viajes, meses ante de desaparecer. Era un objeto algo desvencijado y con sobresalientes astillas e imperfecciones, aunque permitía un reposo singular sobre su piel roja. Fue por eso por lo que decidí desarrollar allí mi mundo. Pasaba las noches y los días con la vista fija en algún libro o con la mente bullendo entre pensamientos baladíes. Leía y pensaba, señor Roque, como lo hacen las personas que desean ver pasar el tiempo y olvidar, ya que las exigencias que reclamaba mi debilitada madre absorbían gran parte de mí.

     Recuerdo que cada diez o quince minutos —sorprende constatar que la agonía es un huésped de puntuales manifestaciones— llegaba desde el cuarto la quebrada voz de mamá, su reclamar un poco de agua o sus delirios inconexos. Por mi parte respondía instantáneamente, y dejaba atrás cualquier tarea, aunque confieso que, además de la lectura, las había reducido a lo básico. Al principio, quiero decir los primeros dos años, los motivos centrales de mi ayuda eran el cariño y la entrega a la persona que me había otorgado lo que ahora ella perdía lentamente. Pero poco a poco, y no proviene de la crueldad lo que voy a contarle, tales motivos se difuminaron, se transformaron y se convirtieron en algo similar a la resignación, la resignación y el cansancio. Fue por esa época cuando comenzaron a aflorar en mí las ideas extrañas y las sensaciones inexplicables.

     Tenga en cuenta, mi estimado y querido doctor Roque, que mi realidad tenía lugar casi exclusivamente en el mencionado rincón, arrellanado en el diván asiático o preparando algún alimento para ella y para mí.  Por ejemplo me sorprendía con la vista fija en el reloj de péndulo, sin saber qué hora podía ser, e incluso olvidando que mi vista se encontraba sobre un objeto. Fue cuando descubrí la ausencia en toda su amplitud. La biblioteca, la vitrina, la estatuilla de ébano junto al sombrerero dejaban de tener sentido para convertirse, primero, en entidades abstractas, luego en simples referencias visuales y, finalmente, en nada. Sí, la nada existe, doctor Roque, y es un objeto contemplado mientras dormía mi madre.

     Cualquier persona cabal, y más alguien conocedor de la medicina de la mente, comprobará en mi historia un hecho bastante común: los efectos devastadores de la tensión y la oscuridad. Sin embargo, hoy puedo afirmar que hubo algo más, algo que no tuvo lugar desde el mundo de la razón, sino desde ese infierno donde danzan los animales que oculta nuestro interior.

     Durante ese periodo que hace unas pocas líneas le he descrito como de resignación y cansancio, solían ir hasta casa algunas visitas: la tía Marta, usted, los primos Isidoro y Andrea, las amigas de mamá… Cada visita, antes y después de la entrada al tenebroso dormitorio, me transmitía sus impresiones sobre ella, tratando incluso de aleccionarme en cuanto a procedimientos que debía llevar a cabo para facilitarle las cosas a mamá. Eso sí, nadie, salvo usted, llegó a considerar mi situación y mi silencioso deterioro.

     Fueron tales palabras vertidas entre pastas inglesas y café las que me condujeron a una búsqueda de la que hoy me arrepiento: elaborarme una idea global de quién había sido madre, construirme un recuerdo para la posteridad, un recuerdo con el cual vivir después de ella. Y es que era curioso y extraño comprobar que nunca hubiera poseído una idea exacta de ella. Quizá la proximidad no me había permitido tal concesión. Pero aquella noche, la que vertebra mi carta y vertebró mi vida trágicamente, lo hice. Fue espeluznante.
El día después me sorprendí absorto en el diván asiático, con los ojos sobre el reloj y entumecidos debido al aire gélido que transita por la casa al amanecer. Sin duda me había pasado la noche yendo y viniendo del recibidor al dormitorio, pero no recordaba nada, absolutamente nada.

     Cuando observé mis manos las descubrí manchadas de rojo. Imagine, doctor Roque, la angustia que automáticamente me embargó. Supe entonces que el miedo no responde al tiempo, sino que se instala de manera implacable en la anatomía y desguaza la mente hasta convertirla en astillas. Una certeza horrible afloró en mi mente; una persona puede llevar a cabo acciones ajenas a su voluntad, al menos ajenas a su voluntad consciente, y salvarse o condenarse gracias a dichas acciones.

     Del trance en el que me sumergí recordaba —y aún hoy recuerdo— sucesos de mi pasado: el patio interior donde solía jugar con camiones de cartón, la profesora de trasero inmenso que gustaba de golpear a las niñas, mi padre con un reluciente sombrero de color marfil… Por el contrario, cuando traté de buscar a mi madre, de consolidar esa idea global de ella a lo largo de mi infancia y juventud, no encontré nada. En lugar de recuerdos me golpeó el aire frío ascendiendo por mis tobillos y una atroz sensación de cansancio físico, como si, en lugar de pensar mi vida, la hubiera recorrido a lo largo de una sola noche.

     Y allí estaba yo, con las manos ensangrentadas y un gusto a herrumbre en el paladar que nunca olvidaré. Al punto me elevé y seguí el rastro rojo. Éste recorría oblicuamente el recibidor, se internaba en el pasillo oscuro y llegaba hasta la habitación de mamá. Entonces, sobresaltado, giré el pomo y me adentré con el corazón desbocado. Era una sensación similar a la suciedad. El olor que inundaba la casa era, para que me entienda, igual al que percibí una mañana décadas atrás en el mercado, cuando dos hombres apuñalaron a otro junto a mí y huyeron rumbo al puerto.

     Así, creo que sin pensar en nada o quizás pensando en aquel día fatídico del mercado, llevé la mano al interruptor y lo pulsé. Cuando la luz inundó toda la habitación comprobé que la sangre provenía de una pequeña astilla del diván clavada en mi mano izquierda.

     Las últimas palabras que escuché de mamá, en tanto veía por primera vez en muchos años su rostro y el olor de la muerte se acrecentaba hasta la náusea, no las recuerdo.

















Apuntes LIV (22 formas)






El Libro incendia la corteza del ojo y el centro del hombre.

*

El Libro es un jardín para el hombre que cultiva la flor de su vigilia.

*

El Libro pensado por el hombre se manifiesta a través de lo pronunciable.

*

El Libro del hombre es una letra caída en el testamento del mundo.

*

El Libro abre las puertas de lo invisible y concede sentido a la ceguera del hombre.

*

El Libro: la espalda de un ángel en la que el hombre grabó horizontes de tinta.

*

El Libro no ve al hombre en mitad de la noche, pero sí ve la noche y todas sus mitades.

*

El Libro es para la memoria del hombre lo que la semilla para el fruto: esperanza de continuidad.

*

El Libro que vindica su lugar en el universo oculta estrellas agrupadas por la mano del hombre.

*

El Libro es el refugio donde el hombre guarda todo lo invisible.

*

El Libro como raíz que se nutre de la saliva del hombre.

*

El Libro se dice a sí mismo en silencio hasta que el hombre lo sepulta en su voz.

*

El Libro es la tierra que necesita el hombre para florecer en la mente del hombre.

*

El Libro es el ala tronchada de un pájaro desconocido para el hombre.

*

El Libro contiene la comunión entre el vuelo del tiempo y la piedra del hombre.

*

El Libro, para el hombre, es lo que el horizonte para los ojos del navegante primerizo: límite donde lo
desconocido cobra certeza.

*

El Libro del hombre cae y el aire cede ante la caída; la palabra, no obstante, continua inmóvil.

*

El Libro sólo muestra su silencio, la materia pronunciable es añadida por el hombre.


*

El Libro respira, por medio del hombre, lo que el lenguaje aventa.


*

El Libro del hombre comienza cuando la herida quiere cerrarse: voluntad de cicatriz.


*

El Libro del hombre es la vigilia perpetua de los signos.


*

El Libro es la luz que el hombre necesita para encontrar mundo en otra mirada.


Apuntes LIII



                                             




El pájaro, el fruto, el poema: puntos de gravedad, sustentadores de belleza.



*



Cada una de las personas con las que te cruzas a lo largo del día posee, hoy por hoy, un significado específico en tu pensamiento, habita, irremediablemente, un rincón de tu memoria. Probablemente no charlarás nunca con ninguna y, casi con total seguridad, jamás llegarás a saber cuales son sus debilidades, sus virtudes, sus tendencias ideológicas, sus pequeños crímenes domésticos. No obstante, tus ojos ya están unidos a los suyos por los lazos de la concurrencia. En los últimos años has intercambiado un número mayor de miradas con el vecino del edificio de enfrente, con la joven panadera de la esquina o con el muchacho del kiosco de periódicos, que con tus familiares directos, por lo que esas presencias, esos contornos de vida, han atravesado, sin que tú lo sepas, la compleja membrana que divide lo desconocido de lo habitual. Ahora posees una imagen más o menos nítida de ellos, una prefiguración que tu mente ha ido cincelando a base de pequeños gestos, peculiares expresiones, acentos, etc. Pertenecen, cada una de las personas con las que te cruzas a lo largo del día, al colectivo más numeroso y desconcertante de la humanidad: los extraños. 


*



Lo habitual no necesita explicaciones, se ha hecho cognoscible a través del vicio de lo recurrente.


*



En medio de la noche
el germen de la támara, 
la cicatriz lunar
y la polilla blanca.


*



En las difusas orillas del conocimiento el poema abre sus puertas de oro.


*



No hay poesía sin conciencia de límite.


*



En el centro pronunciable de las cosas reside, para el poeta, el eje tembloroso que concede identidad, nombre propio, a lo que es mera presencia, desmadejado baile. 


*



No conozco el fulgor de las luciérnagas
que en silencio se elevan
sobre las aguas verdes del arroyo,
susurras mientras ella,

la negrura, nos guarda entre sus signos
y en la noche profunda descubrimos
que de nada nos sirve
el mínimo lenguaje de los astros.

Bajaremos,
por la línea amarilla de los bosques,
escuchando el rumor
de las cosas que fluyen lentamente

y te diré: no mires al arroyo,
desconozcamos,
como ella, la negrura, desconoce,
los últimos reductos de la luz.


*



PAOLO VALESIO: La sacralidad de la poesía no es ya una sacralidad nacional e iniciática, una sacralidad de lo sublime y excepcional; es, más bien, una sacralidad del cultivo cotidiano del espíritu como lucha contra un contexto pujantemente anti-espiritual. En esta perspectiva de calmada lucha [no es un oxímoron] cotidiana, lo sagrado se propone en un modo parcialmente nuevo: más que como [repito] iniciación a una tradición, lo sagrado es activo en cuanto introducción a una experiencia espiritual que es esencialmente una experiencia de humildad. Conviene volver a afirmar con energía [humildad no quiere decir debilidad] la necesidad de esta virtud --no en un sentido metafísico, sino concretamente operativo. 


*


Todo lo que existe posee interior.