sábado, 27 de abril de 2013




Comentarios al texto «El coro de castrati»,
de Rafael-José Díaz


Alejandro Rodríguez-Refojo



El 12 de abril de 2012, el poeta, narrador y traductor Rafael-José Díaz colgó en su blog Travesías una entrada deliberadamente polémica titulada «El coro de castrati». En ella el autor critica a una serie de poetas insulares que él considera un coro de «castrados», a sus padres capadores y una serie de «síntomas» de castración generales. Voy a tener en cuenta los comentarios realizados por otras personas a este post de Rafael-José Díaz (en adelante RJD), así como las réplicas y puntualizaciones de éste. Me basaré para ello en el texto y los comentarios divulgados por el autor en la fecha indicada en su blog Travesías, eliminados posteriormente de este espacio y publicados en otro blog, Parodias y profanaciones1, esta vez sin los comentarios que no fueron firmados en aquella ocasión. Me detendré en ciertas contradicciones que desvelan la posición crítica del autor (posición de juez excluso) y, finalmente, en las frases que expresan un juicio sobre la poesía canaria actual, algunos de cuyos representantes cultivan «patrones métricos, discursivos, temáticos y simbólicos comunes». Adelanto que RJD no nos dice en ningún momento quiénes componen ese coro de castrados del que nos da noticia, aparte de él mismo. La utilización de la primera persona del plural no deja lugar a dudas: él también se incluye en ese coro, cuyos miembros ponen «a la parrilla el par de huevos que ya no […] cuelgan de su bastión originario o un par de artículos imprescindibles fruto de nuestros sesudos sesos filológicos.»
Empecemos por resumir la entrada del autor, quien se considera uno más de esos «eunucos bien avenidos» que hablan «de las mitologías nórdicas, australianas o griegas», asan «sus colecciones de versos» y fríen sus «refritos cojonudos». Este conjunto lírico ha sido castrado por un «padre» cuyo nombre, de momento, no sabemos, pero al que más adelante se refiere el autor con la palabra «voz». La frase dice así:

Nos hemos mantenido fieles a nuestro destino de cofrades, a la voz que nos llamaba a unir nuestras palabras, a las confidencias —que no cualquiera está llamado a escuchar— de los mares egeos, coreanos y bálticos.

RJD se vale de la metáfora de la castración para aludir a la carencia de una voz y un pensamientos propios por parte de aquellos poetas criticados y no mencionados. El padre castrador que supuestamente no ha permitido crecer a sus hijos es, como puede leerse, una «voz» que llamaba «a las confidencias de los mares egeos, coreanos o bálticos.» De modo que tenemos, por un lado, al padre castrador y, por otro, a sus hijos dominados que repiten a coro sus confidencias de mares egeos.
Pues bien, por mucho que el autor lo niegue (negaciones eliminadas en la versión que puede consultarse actualmente en Internet), cualquiera que conozca a RJD sabe que ese padre es Andrés Sánchez Robayna, autor de un libro llamado Sobre una confidencia del mar griego, precedido de Correspondencias (2005). Pero los escritores desconocidos que son satirizados por la afilada pluma de RJD tienen también «una madre que vela por nosotros», en cuyas «lavanderías lacrimosas» los «poetas eunucos de una sola isla han tenido que ganárselo todo a pulso». Esta madre no es otra que Elsa López, quien organizara la exposición «Los poetas de una sola isla», celebrada en abril de 2012 en el espacio Canarias de Madrid.
En una de sus puntualizaciones, RJD aclara que sus dardos no van lanzados contra sus supuestos progenitores, sino «contra quienes han vendido esas almas a costa de su independencia», o sea, contra quienes se han dejado dominar y castrar por ellos. Por otro lado, amplia el efecto de castración cuando dice referirse «a patronazgos y magisterios ejercidos con gran irresponsabilidad (y no identificables con un único maestro o maestra, sino con varios)». Puede verse aquí claramente la manera en que RJD escurre el bulto tras lanzar la piedra, al acusar a dos escritores de dirigismo intelectual, pintándolos «complacidos desde sus estratégicos altares», y alegar ibídem no arremeter contra ellos, sino contra sus víctimas no inocentes, entre ellos el propio autor.
En cualquier caso, me parece fuera de toda duda que RJD alude a dos personas concretas, a sus «actitudes literarias» y sus nocivas consecuencias. El lector se preguntará cuál es su desdichada progenie. Según RJD, él mismo y otros poetas que corean la mitología fundadora del padre (acatando sus «directrices») y reciben los favores de la madre, o de los dos. Esta actitud «autoinclusiva» podría ser tomada, y de hecho así lo ha sido por algunas personas, como un ejercicio valiente de autocrítica. Veremos, sin embargo, que las propias palabras de RJD desdicen ese loado ejercicio, y que la autoinclusión practicada en su texto es tan falaz como la autocrítica que se le atribuye.
Primera cuestión. ¿Por qué se considera RJD uno más de los que hablan de mitos, «redivivos orfeos en atlántico exilio», si aquellos están claramente ausentes de su escritura poética? No es posible encontrar ni una sola alusión mitológica en sus libros de poesía, ya sea australiana, griega o nórdica; de modo que, a este respecto, no podemos considerar a RJD parte integrante de ese coro de castrados en el que él buenamente se incluye. Lo mismo puede decirse de otros tantos predicados de su texto. ¿Se juzga a sí mismo RJD un escritor ortodoxo que se ha mantenido fiel a la voz que llamaba a las confidencias de los mares egeos, un eunuco que asa sus colecciones de versos y fríe sus refritos cojonudos? En absoluto. Más bien todo lo contrario.
Segunda cuestión. RJD manifiesta que su admiración por la poesía de Sánchez Robayna «queda ya lejos», aserto que vuelve a incurrir en una contradicción cuando menos sorprendente. Si el autor se incluye como castrado en su escrito, ¿no supone eso confesar que su poesía está todavía lastrada por la influencia del autor de Palmas sobre la losa fría? Sin embargo, RJD afirma justo lo contrario, esto es, que la presencia poética de Robayna ya no pesa sobre su poesía: «para mí todo eso queda ya lejos, si más de diez años le parecen a usted suficiente distancia», responde a uno de los comentaristas de su texto. Pero si esa influencia ―o cualesquiera otras― ya no gravan su trabajo literario, ¿por qué se incluye? Un interlocutor que apoya las afirmaciones de RJD, Roberto A. Cabrera, hace explícita la intención de aquel, que es criticar el presente creativo de otros, no el suyo: «mereces mi respeto por el ejercicio de autocrítica que haces en el texto. Es difícil revisar un pasado (que para otros es presente) y sus fantasmas». Claro que el texto RJD no revisa ningún pasado ni supone ningún ejercicio de autocrítica; constituye, por el contrario, una sátira en toda regla que proyecta los fantasmas del autor (muy presentes todavía) sobre una serie de escritores y sus actitudes literarias.
El poeta canario residente en Madrid insiste sin embargo en su inclusión: «¿no se ha dado cuenta de que mi texto está escrito en primera persona del plural, es decir, que me incluyo en todo lo que digo?». Me parece obvio el ardid que emplea RJD, ya que, como él se encarga de señalar, en un paranoide desmentido de sí mismo, existe una distancia («más de diez años») entre la época en que se produjo la influencia de Robayna sobre su quehacer poético y el momento actual. Por lo tanto, ateniéndonos a sus declaraciones y al examen de sus últimos libros, en absoluto podemos atribuir a RJD todo lo que dice en «El coro de castrati». Esta estrategia retórica constituye una maniobra de manipulación cuya función es ocultarnos lo que realmente piensa el autor: que él no se considera un castrado; quienes sí lo están son aquellos que «hablan de […] mitologías», resisten cualquier «cualquier tentación de abandonar el camino marcado», etc., etc.
En mi opinión, el poeta y traductor canario maquilla sus feas acusaciones mediante el uso del plural de autor. Este uso le permite incluirse en lo criticado y distraer al lector de su verdadero propósito: juzgar sin incluirse. RJD puede ponerse así la máscara de rebelde subversor del orden poético instituido. Pero esa tosca careta reproduce las facciones de aquello que cree profanar, como evidencia un discurso que osa llamar cobardes a personas que no firman sus comentarios —viendo la paja en el ojo ajeno y no queriendo ver la viga en el propio— y que, al mismo tiempo, es incapaz de reconocer que las imágenes del «padre» y de la «voz» aluden a una figura y una obra bien conocidas (en un ataque repentino de amnesia, RJD asegura no referirse a ningún «patrón» o «patrona»). Sí constituye una cobardía, por el contrario, no reconocer esto abiertamente y encubrirlo bajo metáforas baratas y negaciones infantiles, negaciones y metáforas que hacen visible por otra parte el vínculo latente que mantiene todavía con las «actitudes literarias» del que fuera su padre poético. Pero dejemos este asunto y vayamos a lo que importa.
Teniendo claro que RJD en ningún momento se refiere en «El coro de castrati» a sí mismo, pasemos a la siguiente cuestión. ¿Quiénes forman el coro y de qué se les acusa? Desencarnando las actitudes literarias de las personas que las ostentan, RJD declaraba, en respuesta al comentario de un lector anónimo que osó mencionar las iniciales ASR, lo siguiente:

[…] en el texto no me refiero a ningún amigo ni a ningún autor (ni siquiera a iniciales de ningún tipo). Me refiero a una serie de síntomas que, a mi modo de ver, lastran, desde hace ya un par de décadas, cierta poesía escrita en Canarias. Autores que van ya para setenta años, otros que rozan los cincuenta, otros que cargan con sus cuarenta, otros que bordean los treinta, y otros, más jóvenes, gozosos veinteañeros, que [...].

La respuesta refleja sin duda la confusión que reinaba en la cabeza de RJD en aquel instante. Dice no referirse a ningún «autor», sino a una serie de «síntomas», y a reglón seguido asegura que se refiere a una serie de «autores». En fin, no perdamos más tiempo en comentar otra más de las muchas contradicciones en que incurre RJD, y subrayemos el objeto al que finalmente apunta su equívoco y errátil texto:

Autores que van ya para setenta años, otros que rozan los cincuenta, otros que cargan con sus cuarenta, otros que bordean los treinta, y otros, más jóvenes, gozosos veinteañeros, que acaban de empezar, escriben o continúan escribiendo según unos patrones métricos, discursivos, temáticos y simbólicos comunes.

(Si, como RJD propone, hay que incluirlo «en todo lo que dice», pensaremos que es uno más de los que cargan con sus cuarenta y que escriben según esos patrones comunes, pero creo haber dejado claro cuál es su verdadera posición al respecto: la de juez excluso.)
La crítica de RJD va sin embargo más allá de la práctica poética. Ésta ha conspirado con el ejercicio de la crítica y un ambiente literario censor para producir efectos nocivos y terribles consecuencias:

Me refiero a patronazgos y magisterios ejercidos con gran irresponsabilidad (y no identificables con un único maestro o maestra, sino con varios), mecenazgos paternalistas, camarillas pseudointectuales que, entre otros efectos nocivos, han generado cientos de poemas prácticamente clónicos (entre los que incluyo bastantes de los míos), discursos críticos farragosos y prepotentes, proclamas exaltadas de dogmas cogidos por los pelos y, quizá lo más grave, el hundimiento y la reclusión en el silencio de autores de talento que hubieran necesitado expresarse y no han sabido cómo ni en qué medida lo que querían decir se adaptaba a las directrices propuestas, ortodoxas.

A estos párrafos se reduce toda la sustancia crítica que nos ofrece RJD. Muy poca cosa para tan duro y sumario examen. Una muy gruesa descripción que, debido a la ausencia de argumentos, no dice nada. En cuanto al texto en sí, RJD debiera ser consecuente con su estrategia retórica y calificarlo no de parodia o profanación, sino de (auto)parodia o (auto)profanación, pero ya hemos visto que no es ni lo uno ni lo otro.
RJD reitera, a lo largo del aburrido pero revelador engarce de dimes y diretes, que no alude a cuestiones personales, sino a actitudes literarias. No entraré en el asunto de las mitologías, ya que son muchos los poetas canarios en que tal o cual mito aparecen con tal o cual sentido (Eugenio Padorno o Iván Cabrera Cartaya, por citar sólo a dos de ellos), ni hablaré de los alejandrinos «solemnes» y los eneasílabos «curiosos», empleados por toda clase de poetas desde los tiempos de Gonzalo de Berceo, o de las teorías sobre la imposibilidad o la posibilidad de la poesía después del holocausto, mencionadas con «impostada erudición» por no sabemos quién. Pero me gustaría dejar clara una cosa: no nos incumbe jugar a las adivinanzas con el autor de «El coro de castrati», único acicate intelectual que nos ofrece este texto.
Puesto que RJD ha jugado a ser juez e intérprete de la escena poética canaria actual, debería aportar argumentos que justifiquen sus acusaciones, so pena de que no le tomen en serio. (Son legión los que han dejado de hacerlo.) Debe decirnos en qué poemas, en qué obras o en qué tendencias se manifiesta la supuesta castración, a qué actitudes literarias concretas se refiere, así como explicarnos qué patrones comunes son esos que él, desde su falsa condición de corista y basándose en burdas generalizaciones y metáforas freudianas, considera «síntomas» de una castración de orden creativo-intelectual. Si no lo hace el lector tomará su texto como lo que es, un entramado de falacias dictado por su sombra, escrito para escándalo de nuestro chismoso patio insular.


1 Rafael-José Díaz, El coro de castrati [en línea]. [Consultado el 10 de abril de 2013]. http://parodiasyprofanaciones.blogspot.com.es/2012/04/el-coro-de-castrati.html.

martes, 23 de abril de 2013

Ad hominem III

Avanzamos por la costa en un coche negro atestado de ancianos. Yo soy uno de ellos; el que compró flores delicadas y anillos de oro blanco y puso su cráneo al servicio de la babosa subterránea. Tengo miedo de las cosas más simples y observo la costa como si de una tijera amenazante se tratara. Junto a mí hay descendientes de una estatua cuyo nombre palpita entre los legajos hambrientos de la historia vencida, pero también hay asesinos de ojos perpetuos cuyas manos forjaron el luto. El mar que nuestro coche bordea está mordido por la pinza de un cangrejo prehistórico; por eso es fácil hablar ahora, en tanto la costa teje una curva de arena y basalto, de los hombres que caminan al revés, del grito que atenaza la garganta del sicario, del cangrejo-demonio que impugna con su cáscara el sol de la barbarie. Tenemos ojos y amuletos para ver y defendernos de lo que la visión no acepta. Tenemos collares de cuentas color nieve y una lima de uñas que sucumbe a la gravedad de los bolsos antiquísimos. Y aunque el hueso prepondera con sus rótulas gastadas y el dolor es una máquina perfecta hecha de garras y vesículas, en nuestros labios todavía duerme el temblor ferviente del que ha visto mucho: «¿Recuerdas a los hombres que se apostaron en los intersticios blancos de la nada?» «¿Recuerdas a los que murieron en esos mismos intersticios y en ningún momento echaron de comer al caimán de los relojes?» Ellos fueron héroes y ahora están muertos como héroes. Ellos golpearon el cráneo de la gallina bicéfala y vieron el atardecer desde los puertos de Francia. Pero sus córneas cayeron en los oxidados cálices del infortunio, en los vasos transparentes donde se sumerge la dentadura de oro, en el plato de sopa que huele a vinagre. Porque la visión no basta contra el tiempo y no basta la lucha para mantener el barco a flote. Avanzamos por la costa. Nuestro destino es incierto como el color exacto del próximo crepúsculo, mas nuestro final está claro y definido en la mente del vigía: bordearemos el mar en este coche negro y antes de que el sol se tumbe boca abajo y el cangrejo violinista cercene nuestros sexos, los asesinos revelarán sus intenciones.

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BlackBerry de movistar, allí donde estés está tu oficin@

sábado, 20 de abril de 2013

Pensatiempos y pasamientos IX



                                                                                                          foto: Gemma Mederos



Debemos reformular (al menos en nuestro interior) el concepto que poseemos de Historia hasta transformarlo en un humanismo, ya que de continuar siendo observado, dicho concepto, como una cascada de datos propios de un censo estadístico o una cronología fiscalizada por los órganos de poder, lo único que obtendremos de estar en la Historia será su interrupción y de haber pasado por ella, una posthistoria semejante a la barbarie prehistórica. Y es que sólo por medio de una perspectiva historicista que nos sirva para abolir los rasgos primitivos de nuestra especie, lograremos diferenciar la casa en la que vivimos del yacimiento, el yacimiento de la piedra y la piedra del hombre. De lo contrario lanzaremos hombres como piedras, habitaremos ruinas antiquísimas y haremos de nuestra casa el hogar del gran simio productivo.




¿Hasta cuándo la máscara del hombre poderoso soportará el peso de su miseria sin quebrarse?
¿Hasta cuándo continuará siendo creíble el infame teatrillo de las apariencias? ¿Acaso no hemos aprendido nada de la Historia?




Sin errores el ser humano pasaría desapercibido como un árbol en mitad del bosque.




Ahora que no son las seis de la mañana y que estoy con un café entre las manos y con ocho horas de trabajo por delante, me percato de la importancia que posee para mí el silencio anterior a la marcha fúnebre de los despertadores. Ver a las personas que quiero sumergidas en el sueño me conduce a una sensación concreta y apabullante; la de ser testigo de ese secreto que el ser humano, durante la vigilia, se empeña en camuflar constantemente con gestos y palabras: la fragilidad. Porque la fragilidad es la que nos conduce a dormir, comer, guardar silencio o llorar; es nuestra condición más auténtica y precisamente por eso la hemos relegado a los escondites de lo íntimo.




Ser lúcido implica acatar las normas del raciocinio, dar la espalda a la realidad y anteponer a ella un cúmulo de argumentos equilibrados y lo suficientemente eficaces como para justificar nuestros errores.

El bárbaro es aquel que no ha cobrado conciencia de su fragilidad y, por lo tanto, expone al mundo una armadura negra y monstruosa repleta de prejuicios que él llama valentía y voluntad, y nosotros, los frágiles, prepotencia y arrogancia.



Academias repletas de jóvenes lo suficientemente preparados como para ser incapaces de opinar.











Heredad



                                               foto: Gemma Mederos




Sombra que por encima de mi sombra
vislumbras los cadáveres del tiempo,
translúcida membrana que divides
la piedra y el contorno de la estatua:

¿Acaso es más la luz cuando recala
en el párpado rojo de la adelfa
o es la luz de esta lámpara también
verdadera y precisa como el miedo?

Ancestral ramillete de difuntos,
ángel anochecido de la historia
cuyos ojos comprenden la tormenta,
vida que prima encima de la mía:

¿Cuántos recuerdos guarda el pensamiento
para que el cuerpo siempre cuerpo sea
y la forma del fruto siempre fruto?
Quizás he comprendido que nosotros,

buscando más allá de los dinteles
del palacio del tiempo indemorable,
inventamos tu nombre y tu morada, 
la lámpara y la estatua, tu silencio.

Pensatiempos y Pasamientos VIII




                                                                                                                                      foto: Gemma Mederos




Sólo el sol sabe cuántas sombras puede proyectar un junco.  



En la saliva con que pronunciamos el mundo siempre hay un poso amargo.



Las palabras no son más que una forma de pronunciar el mundo, una estrategia humana para contener lo indefinible y, de este modo, idear identidades, categorizaciones y jerarquías que nos permitan acomodar nuestra lógica y vivir lejos del abismo de lo anónimo. 



Las palabras son los salvoconductos que nos permiten habitar el régimen de tinieblas de la realidad.




Durante un día, al menos durante un día, deberíamos autoimponernos la obligación de hablar sólo de cosas que nos resulten más bellas que el silencio.




Transcripción (5-5-2013):

--No puedo hablar con él.
--¿Por qué?
--Carezco de forma.




Sospecho de las cosas que se encuentran inamoviblemente definidas, ya que hasta ellas parece no haber llegado el oleaje de la impugnación, el martillo de la duda: el pensamiento. Son formas que hemos escudado tras lo incuestionable y que aceptamos porque, sencillamente, no hemos sido capaces de penetrarlas, demasiado convencidos, quizás, del rigor que poseen, de la dureza que aparentan. Nadie pone en tela de juicio la definición de manzana,  ¿pero qué hay dentro de la manzana? ¿qué yace en el interior de ese término? Y, lo que me parece más importante: ¿qué precio tributará el pensamiento que intente sumergirse más allá de esa definición, más allá de la manzana?   




El pensamiento sedentario se acomoda en el trono de lo definido y, a partir de ahí, tiene la sensación de expandirse hacia lo abierto; cree florecer cuando, en realidad, lo único que hace es echar raíces, inmovilizarse en la confortabilidad de lo que otros han etiquetado.

jueves, 18 de abril de 2013

Ad hominem II




Pertenece a la estirpe violenta de los caníbales. Su cuerpo duerme, cada noche, junto al polvoriento alambique del aire, a la intemperie. Ya no tiene nombre y tampoco ojos posee, aunque todavía conserva cierta lucidez de vaso vacío, cierta tranquilidad absurda de escorpión que espera en el umbral el último canto de la víctima. Pertenece a la raza de los que bebieron lluvia y mordieron a manos llenas el cuello de los pájaros. Dice que sabe la verdad, que estuvo allí, donde la bóveda se trenza al horizonte y los astros tocan las aguas más profundas; en la ciudad inventada por el sueño de una hoguera. Pero todo eso es mentira. El viejo caníbal, despojo de una madre destinada a la ceniza, padre de una joven muerta en cuyo sexo naufragaron amebas solitarias, desconoce el incendio de Roma, la lengua hirviente de Ur, el idioma narcótico de los dragones más puros. Su borrosa lucidez de vaso de agua guía su alma enceguecida y bajo el alambique del aire habla, de vez en vez, con su propia calavera. En la llanura de polvo y lava en la que habita, el viejo caníbal escucha, cada tarde, el paso de tres o cuatro mulos amarillos, sedientos y llagados. Los oye aproximarse y alejarse, con sus juegos de rótulas gastadas y sus lomos y sus cascos putrefactos, y les grita: «¡Atrás, demonios, esta es mi casa y la defenderé hasta la muerte!» Porque el viejo caníbal cree que tiene hogar, ojos, belleza; cree que su hija no fue violada por el tentáculo amargo de una ameba, y se jura a sí mismo que es amado por los ciclos de la luz, por las patrias invisibles del tiempo, por el licor de las florecidas támaras, mas lo único que tiene es un pelícano azul, agonizando, entre sus piernas. Kata ton daimona eaytoy.



lunes, 8 de abril de 2013

Ad hominem I







Somos los adolescentes lúbricos que han bebido mucho. Con nuestro majestuoso canto de avestruz proclamamos la música negra de la esfera, la armonía de la sangre derramada, el crepitante órgano del caimán que se alimenta de antílopes enfermos. Todo lo bello pereció en el atolón de Mururoa. Desde entonces sólo podemos caminar sobre una playa de piedra y creer en magistrales disonancias como el chirrío de una hamaca sucia, la luz de un prostíbulo entreabierto, el nombre de dios escrito con grasa de cerdo en el muro de Berlín. Porque esta playa de piedra es el centro de nuestra galaxia y todo lo que nos rodea gira alrededor de ella, impreciso y salvaje como un pájaro que cae en mitad de la noche. ¿Quieres adentrarte conmigo en las aguas? ¿Quieres ir hacia aquello que gira? Has de saber que la música negra ha hechizado el corazón de mi raza paupérrima y que ahora sólo entendemos la tonalidad  de los ahogados, la irrefrenable salmodia de la puta aulladora, el chorro de ámbar gris que eyectan las ballenas. Lo demás nos parece ridículo, pues somos adolescentes promiscuos que han trabajado mal y han visionado el cielo alucinógeno de Hiroshima en un rayo catódico. No puedes fiarte de nosotros y muchos menos de nuestro espíritu; bufamos como mulos obscenos, caminamos al revés como cangrejos nostálgicos y hemos avergonzado a todas las familias de Occidente. ¿Todavía quieres zambullirte?¿Todavía quieres ir hacia Aquello? ¿Te atreves? Entonces debes preparar tu alma para el océano y borrar ese epitafio que has escrito a bolígrafo en la piel de tus párpados, encomendarte a la fotografía de un joven suicida y seguir bebiendo hasta que las horas se pudran como cáscaras de naranja. Al fin y al cabo Venus ha muerto y Cupido es un marino que llora y se masturba bajo la lámpara de sodio de la luna. Alguien ha dicho que nuestra memoria es un gran cuenco vacío, que nuestro verbo se nutre del nido de la víbora y que nuestra indolencia es una montaña de arena condenada al diluvio. Alguien ha dicho todo esto y seguro que es cierto, pero qué nos importa, qué más da el juicio de los hombres gentiles si nuestra fe es una caja que aguarda el nacimiento de un niño arlequín o de un profeta loco; una caja, sí, en la que alguien olvidó dos guantes amarillos y tres preservativos de colores nefastos. Y sobre el lugar al que ponemos rumbo será mejor que no preguntes, será mejor que avancemos como cadenas arrastradas por manos invisibles y que nuestros cuerpos se hundan una vez llegue el momento; pues ahí es donde encontrarás la disonancia prometida: el baile de los dioses caníbales, la música negra de la esfera.  


Número 2 de la revista Piedra y Cielo


Pensatiempos y Pasamientos VII






El fracaso ha triunfado de tal modo en este país que las viviendas de protección oficial se otorgan por concurso y las mansiones son alquiladas como apartamentos donde veranear. 


Entro en una iglesia e imagino a todas esas mujeres sagradas comportándose como ratas bajo el agua.  



Tu cuerpo retorcido en la pradera del viento subsolar.  



El pensamiento técnico es el fundamento humano que más atrocidades a cometido contra la naturaleza. Por esta razón, por el profundo e irreparable daño que el hombre ha infligido desde que se introdujo en la caverna, los animales salvajes huyen en cuanto nos perciben. 



Cada vez tengo más claro que existen transcreadores de poesía y coleccionistas de poesía volcada*. El primero suele ser un hombre delgado y hambriento de moralidades, una especie de eremita que ha hecho de su frustración como poeta y de su conocimiento como traductor una forma de arte implacable. El segundo, el coleccionista, suele ser un vientre sentado que rezuma obsesiones, un objeto gordo y devorador de textos que, impelido por la mecánica de producción, transporta un poema de una lengua a otra con la velocidad de dos chinos jugando al ping-pong. Una vez finalizada la partida, el coleccionista guarda o publica su producto grasiento y, sencillamente, se jacta de tener otro objeto en su vitrina, mostrándolo a parientes, colegas y compadres como se muestra un coche o unos zapatos recién adquiridos. Por su parte, el delgado, sereno y melancólico transcreador mastica una y otra y otra vez el texto transformado y, con su cara de camello, espera, a veces durante mucho tiempo, hasta que descubre que es mejor persona.

*de volcar: inclinar una cosa de modo que pierda su posición normal y quede apoyada sobre un lado.


Hoy he contemplado, durante un largo trayecto, la belleza de un adolescente moribundo leyendo poemas en el tranvía. Tenía los ojos de Tales de Mileto. 



La gravedad que adquieren las cosas al atardecer.



Poliglotón: hombre hambriento de mucho. 



Escribir sin errores en un idioma tan asimilado que gramaticalmente florezca en la hoja como un fruto  impecable no es conquistar un estilo. Tampoco lo es ser capaz de emplear todo un abanico de términos hilados con soltura y seguridad por medio de una creación sintáctica nítida y precisa. Tales bastiones, tras los que muchos escritores se parapetan para convencer y convencerse de poseer un estilo (la joya de la corona literaria), no distan, a fin de cuentas, de las exigencias textuales que cualquier documento serio necesita para ser y transmitir lo que es. Sin embargo, la creación artística del lenguaje, que no corresponde al docto cauce establecido por los letrados, debe huir de la pureza como de la corrección,  pues al igual que una casa excesivamente cuidada y ordenada es síntoma de que sus moradores sólo la mantienen sin habitarla, un creador limpio y transparente, preocupado exclusivamente por la adecuación de su discurso a las normas discursivas, no es más que un agente del orden, un centinela de los lenguajes de manual cuya noción de riesgo se volverá cada vez más y más estéril.


La nada es intachable.


Algunos traductores nos hacen creer que los poetas que escriben en otros idiomas apenas existen.


El arte es el supremo orden artificial de la materia.

Pensatiempos y Pasamientos VI




Existen desconocidos, conocidos y exconocidos. Incluso puede que el tiempo y las desavenencias hagan que una sola persona atraviese esos tres estados sociales. Esto, a su vez, nos procura una información mucho más profunda sobre quien es esa persona que la información procurada por el conocido; el cual siempre está ahí, acatando esa condición, calibrando su contacto con nosotros como nosotros calibramos su contacto con él. El exconocido, por lo tanto, es la síntesis entre el no saber de alguien y el saber de alguien, aunque, eso sí, para que esta especie de rango tenga lugar es necesario algún tipo de ruptura, alguna forma de infamia operada por nosotros o por él. El exconocido, por lo tanto, como nutriente con el que se incrementa la solidez de nuestro resentimiento. 




Una constelación naranja 
sobre las triásicas llanuras
de la antigua Eleusis.




Hacerme un hueco entre los exhaustos,
sin otra biografía que la piedra y el palo.

Nada de historia, 
sólo el enorme sesgo primitivo de la especie
reinando a sus anchas
alrededor de la hoguera.

La muerte como caverna
y el hueso del padre
como instrumento.
  
Kaskalkur.




Me pregunto cómo el Bosco pudo pintar los minúsculos detalles del infierno sin que le temblara el pulso.




La tensa soledad de los hombres que, a primera hora de la mañana, llenan los tranvías, me lleva a pensar en lo profundamente avergonzados que escapamos del mundo de los sueños. Muchos rostros parecen haber cometido, entre las diez de la noche y las siete de la mañana, un crimen atroz e inconfesable.   




Su única defensa consistía en no tener nada que ocultar.




Besemos este adobe destronado por la tempestad, pues será como besar el rostro de las cosas quebradas.




La intuición se abre paso por las rutas subterráneas de la mente; asocia los recuerdos que yacen en la memoria con el mar de impresiones en el que constantemente navegan los sentidos y, de algún modo, provoca que esa asociación se adelante al tiempo presente, ofreciendo una solución para algo que va a suceder.   

Pensatiempos y Pasamientos V






Al igual que a cierta temperatura el agua reaviva el fuego, a cierta edad la pasión es reavivada por la serenidad.  




La velocidad de la imagen, en el mundo actual, es la de la luz. Y aunque lo inmediato y lo instantáneo se encuentran subsumidos a ese límite físico aparentemente infranqueable, debemos tener claro que el espacio entre emisión y recepción ya no es un topos en el cual se establece un proceso consecutivo y evidente de información, sino que se ha convertido, dicho espacio, en una complejísima membrana (entorno virtual) en la que resulta prácticamente imposible trazar, a tiempo real, el proceso de un dato desde que parte de su fuente de emisión hasta que llega a su fuente de recepción. Esto, curiosamente, implica que un trayecto de información sólo pueda trazarse a posteriori, en el futuro inmediato al hecho comunicativo.    




Una vez contemplado el mundo con ojos más primitivos que la noche, las ciudades aparecieron de pronto como confortables jaulas luminosas.




Niños irreales como serpientes de plata.




Cuando me topo con uno de esos cerdos morales cuya ansia por elevar calumnias lo ha enceguecido hasta el punto irretornable de la estupidez, no dudo en colmar una bandeja con mis propios excrementos y, seguidamente, arrojárselos para que, como buen cerdo que es, juzgue la textura, la forma y el sabor con todo el esmero que su retorcida estupidez le permite. El cerdo, ademas, no contento con saborear, olisquear y palpar las heces por sí solo, suele recurrir, como animal social que cree ser, al acto de convocatoria, reuniendo a su alrededor toda una comitiva de experimentados coprófagos que, al fin y al cabo, lo único que hacen es entregarse a un banquete excrementicio y nauseabundo procurado por mi fisiología.  




Esa ingenua y poco meditada disposición que tienen los mediocres para ser groseros suele venir refrendada por una obscena confianza en los argumentos más falaces.




Sólo integrando los discursos al fluir de la subjetividad lograremos encauzarnos hacia el mar de la tolerancia. Antes, claro está, debemos emancipar razón y verdad, vinculando lo primero a opinión y descartando lo segundo como una persona instruida descarta de su acervo lingüístico ciertas muletillas. 



Para un diccionario de filosofía postmoderna: TV: deber ser antikantiano. 

Pensatiempos y Pasamientos IV







Debemos perdonar a los que nos ofenden, pues ellos nunca sabrán calmar el horror que sienten sus silencios cuando gritan. 



La injusticia como marco verdadero  de la evolución social.



Los ahorcados de Pisanello bajo el manto rotundo de la noche.  ¿Qué crimen cometieron? ¿quién los condenó? ¿por qué nos conmueven esos dos hombres que cuelgan, yertos y simétricos, de las formidables vigas?¿qué tipo de belleza (si es que existen «tipos de belleza») emerge de ahí? 



En la parte oculta de la evidencia se halla el magnetismo perenne de ciertas imágenes atroces. 



Comparecencia: hablar del infierno en presencia de un abogado.
Confesión: hablar del infierno en presencia de un sacerdote.
Confabulación: inventar un infierno para otro.
Otro: según Rimbaud, él mismo; según Sartre, el infierno. 
Infierno: círculos concéntricos.
Comparecencia: hablar de círculos concéntricos en presencia de un abogado.
Confesión: hablar de círculos concéntricos en presencia de un sacerdote.
Confabulación: inventar círculos concéntricos para el infierno.
Dante: confabulador, cartógrafo metafísico y otros poemas.
Círculo concéntrico: fenómeno que provoca en el agua una gota de agua.
Agua: elemento en el que sumergirse. 
Gota de agua: alegoría del yo en descenso. 
Descenso del yo: Catábasis.
Abogado: sacerdote del poder judicial cuya máxima autoridad es el capital.
Sacerdote: abogado de la fe cuya máxima autoridad se desconoce hasta el momento.
Capital: el único juez verdadero.
Fe: ns/nc 



Quizás, socialmente, este no sea el momento de los poetas, aunque me atrevo a afirmar que sí es su tiempo porque siempre ha sido el tiempo de los poetas. Y siempre ha sido así porque el poeta es el único ser capaz de tender su ojo moral, su penetrante mirada humana hacia cualquier paraje que su imaginación desee. El poeta puede ver el mundo anterior a él, puede contemplar la creación misma, el instante preciso e incierto en el que el tiempo tuvo comienzo e, incluso, puede cavilar esferas imposibles donde la noche habla o el silencio es un cocodrilo durmiendo bajo la luz de una luna verde.  Y es que el acto de creación no se subordina al fluir ordinario de lo real. Acontece, el acto de creación, desde otro ámbito, desde otra perspectiva por medio de la cual los momentos, entendiendo momento como hecho, circunstancia o situación, son impugnados y, también, rediseñados. Pero: ¿cómo se rediseña un momento? ¿de qué forma se impugna un hecho y se modifica para que, de este modo, el hombre lo reencuentre como un hallazgo insólito? La respuesta no es sólo el lenguaje, no puede ser sólo el dominio de la palabra. Hay algo más; una forma de ver que sólo puede germinar desde la perplejidad y que, como si de un instrumento se tratara, se cristaliza mediante la palabra, pero no mediante el uso lógico y coherente de ésta, ni mucho menos, sino mediante la acción inconformista y el riesgo extremo; pues el poema sólo puede ser, sólo puede fructificar cuando el hombre pone el lenguaje al servicio del poema y lo somete con la soberana libertad que su no pertenencia a lo real le concede. No olvidemos, además, que el medio en el que existimos es el de la palabra. Todo lo que nos rodea ha sido evaluado, semiotizado y etiquetado. Todo contiene un símbolo y una sonoridad estandarizados, y el poeta es consciente de esto, demasiado consciente, claro está, ya que al no pertenecer al momento en el que vive sino al tiempo en el que existe, su imaginación evalua, semiotiza y etiqueta de una forma diferente. Porque el poeta, indiscutiblemente, está más próximo al enfermo mental que al hombre de estado y, quizás, sea esa su fortuna, ya que puede articular un discurso al margen de todo, es decir, un discurso libre de todo rango social y de toda pauta, siendo esa libertad discursiva el riesgo mismo; un riesgo que puede conducir al hombre que escribe poemas a ese abismo donde el conocimiento es reemplazado por intuición.





Tensión identitaria: tendencia del recién llegado a acotar su individualidad con respecto a las respectivas identidades de los que se encuentran en el lugar de llegada. 




Mediodía, alto mediodía, descifremos el signo solar que cae en los tejados.



Rasgo: adquirido (o impuesto) escalafón seseante. 



Dice: «este es mi sistema de pensamiento» cuando, en realidad, quiere decir: «estoy dispuesto a convencerte.»  



En las alta montañas, la fórmula extrema del aire.



Después del poema, las palabras aparecen como cáscaras de un fruto nunca dicho.



Ángeles que pasan y ocupan el silencio de los hombres.

Pensatiempos y Pasamientos III







Ingenuos aquellos que creen que en la adquisición de lenguaje se encuentra implícita la cláusula del entendimiento, pues desconocen que viven en el reino de los sordos. 



Pirrón ha vencido a Sócrates. 




Sospecho de la valía filosófica de esos creadores de cápsulas aparentemente cerradas que ellos mismos definen mediante el término «aforismo», tan de moda en estos tiempos de redes sociales, lecturas rápidas y sensaciones basura. Y es que, por lo común, estos presuntos aforismos suelen ser meros golpes de ingenio; giros de lenguaje a caballo entre lo ilustrado y lo rutinario y cuyo único destino parece orientarse a una provocación muy concreta y, a mi modo de ver, detestable: que el lector esboce una leve sonrisa de asentimiento y, seguidamente, caiga en una reflexión igual o más leve aún. Hay que cuidarse, por lo tanto, de esos creadores de levedad encapsulada y, ante todo, saber diferenciarlos del simple y llano escritor de fragmentos (si es que puede ser llamado escritor) cuya conciencia de temporalidad lo conduce a desempeñar una labor deficitaria, obsesiva y urgente que no es otra que rescatar las pequeñas perplejidades del «ahora», reteniéndolas por medio de lo único que es capaz de poseer: el lenguaje.




El hombre autocompasivo es capaz de equivocarse infinidad de veces sin reconocer jamás que el error, realmente, está en sí mismo.




Sobre la elegancia de ser beligerante: que las pasiones abyectas critiquen sólo aquello que has concebido para tal fin. 




Sueño con islas donde los hombres plantan espejos y las mujeres se maquillan con especias y piedras molidas.




El poema se abre en la periferia de los significados.