Exhausto
del insípido prócer nobiliario,
del
herrumbroso maestrillo
y
la confesión académica del loro
la
biblioteca era el lugar,
el
único lugar donde erigir
una
vocación literaria y eficaz
que
extendiera hacia el futuro
sus
cuarteles de luz invulnerable.
El
gélido edificio Bauhaus,
las
sangrantes palabras
del
funcionario alcohólico
y
la sabiduría, ingente y accesible,
en
aquellos polvorientos catálogos
que
iban de Adorno a Zaratustra.
Cuántas
horas mi cuerpo
quebró
algo más que su belleza
en
las chirriantes sillas de incómodo plástico,
modelando
versos, líneas poéticas, soeces ripios.
Cuántos
relojes observé
quebrarse
contra el mar de la nada
perdiendo
el aire a golpe de soneto
que
no iba más allá de la pirueta.
Imposible
construir un pensamiento
sin
la biblioteca como fondo
de
esos años luminosos
en
los que uno creía en el idioma
narcótico
y salvaje
de
todos los demonios.
La
veo en octubre contra el cielo
inflamado
de lluvias,
en
junio cuando la abuela
decidió
sucumbir a su silencio
y
por primera vez me sufrí igual que un hombre.
Sí,
biblioteca pública,
escucho
ahora tus contornos,
tus ojos de acero impenetrable,
tu
mármol tremendista y tu vidrio
y te pregunto:
Cómo
permanecer en los cauces del estilo,
no
traicionar lo abstracto, el humus poético,
la
tradición órfica del grillo
que
perfora la luna a mandíbula batiente;
cómo
hacerlo, dime,
si
aún ahí te encuentras,
si
aún ahí te hallo,
concreta
y blanca
junto
a la autovía del tránsito y la furia;
mole
de aristas sofocantes
que
coronas un campus aséptico,
inaccesible
para
aquellos jóvenes del año
1984.
El
espeso olor a celulosa y tinta muerta,
la
iluminación de Rimbaud, hijo de Baco,
a
quien consideré mi espejo en otro siglo,
la
sentencia dorada de Horacio,
los
oscuros crespones en el cuello
de
las palomas de Auden,
el
hombre que se sufre solamente
y
al que llaman Vallejo de raíz César...
Anaqueles
ocultos en remotos
rincones
donde
nos encontrábamos frívolos amantes,
adolescentes
oscuros
en
busca del fornicio y la noche,
de
la intempestiva bohemia
y
la actitud promiscua e impostada.
Cómo
permanecer, te pregunto,
siendo
joven todavía
si
ahora evoco mis tiempos en tu seno
cuando
uno creía con fiereza
que
era posible vivir de resplandores,
vocación,
sangre
arrebatada,
música
de esferas.
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