―Bueno, en
realidad no sólo escribo poesía. De hecho, escribo más prosa que
poesía, sobre todo en los últimos años. Tengo un libro inédito
de relatos y guardo varios trabajos más escritos en prosa narrativa:
artículos periodísticos, diarios, trabajos biográficos, etc. Sin
embargo, por motivos que no vienen al caso, he publicado más poesía
que prosa.
―Parafraseando
uno de los versos de Hölderlin, aunque, eso sí, limando la aspereza
en torno a la miseria: ¿Para qué poetas en estos tiempos? Es más:
¿Cómo defendería la posición del poeta en una realidad en la
cual, aparentemente, se ha devaluado la sensibilidad cultural en pro
de la eficiencia social y económica?
― No creo,
sinceramente, que haya que defender la existencia del poeta, a pesar
de vivir malos tiempos para poesía. Creo que la poesía es una
necesidad para quien la escribe, y también para quien la lee, como
alimentarse o abrir los ojos por la mañana. Se dice que si el mirlo
no cantara, moriría. El hombre que hay en el poeta moriría si no
soñara mediante sus palabras. Tal vez por ello pienso que la poesía
puede ser un buen método de
salvación. Antes pensaba que era un método de conocimiento. Ahora,
ante la terrible disolución y desilusión
de los contenidos, comienzo a
dudarlo.
Es conocimiento, pero necesariamente algo más. Usted
me pregunta ¿para qué la poesía en estos tiempos? Algunas
veces, en momentos de abatimiento, he llegado a pensar
que la poesía es una cosa antigua que ya no tiene cabida en el mundo
actual... Es posible que así sea, y habría que aceptarlo sin
rasgarse las vestiduras si fuera el caso.
A lo mejor somos bellos animales en extinción. Lo pienso porque soy
un pesimista nato, pero, me niego a admitirlo porque, en lo que a mí
respecta, no habría
salvación sin la poesía. Quiero decir que
mi poesía me salva de mi vacío personal. Y también
especialmente, sin la de los otros. ¡Cuidado!
No estoy diciendo que la gente deba salvarse leyendo mi poesía o la
de otros, sería una solemne majadería. Hablo de mi salvación,
únicamente. Que cada cual elija sus religiones. La poesía
es una aventura solitaria. Por
otro lado, no me inquieta en absoluto que la sensibilidad cultural se
devalúe o que la poesía y sus autores
hayan perdido su vieja aura de «auctoritas». Muchos escritores
practican a diario desde sus blogs, por ejemplo, la queja y el
sarcasmo porque en el fondo no toleran que nuestro mundo haya puesto
en tela de juicio la rancia «auctoritas» moral y social de su
puesto como presuntos intelectuales. Pero lo que sí me
parece inquietante es que sea el poeta, obnubilado por la eficiencia
de la disolución de los contenidos, el que haya perdido toda su
sensibilidad para lo sublime ―para
decirlo con otra viejísima expresión― en
cualesquiera de sus formas.
―¿Cuándo
comenzó esa aventura solitaria? ¿Cuándo surgió el poeta que hay
en el hombre?
―Me
recuerdo escribiendo desde muy temprana edad, tal vez desde los nueve
o diez años. Y no sé muy bien por qué lo hacía. Creo que escribir
me ayudaba a conectarme conmigo mismo. Tal vez la entrada de la
escritura en mi vida tenga que ver con mi tendencia natural a la
soledad, no lo sé. Lo cierto
es que continué escribiendo en el bachillerato. Pero escribía,
sobre todo, relatos infumables que mis heroicos profesores de
literatura corregían. Luego me animaban a participar en los
concursos de cuento y poesía del Instituto y ahí dio comienzo otra
etapa. Una etapa más pública, por así decir, porque hasta ese
momento nadie leía mis escritos, por supuesto, ni madre ni padre ni
amigos. Nadie. Fue una época muy hermosa porque tomé conciencia de
que estaba haciendo algo que, de alguna manera, influía en los
demás, en personas adultas que se interesaban por mí, que me
preguntaban si estaba escribiendo algo nuevo. Fue durante los últimos
tiempos del Instituto cuando llegó a mí un nombre que cambiaría mi
visión de la escritura y de mi mundo: Arthur Rimbaud. Creo que supe
del poeta francés gracias a un libro suyo que me prestó un amigo.
Fue un préstamo de larga duración porque recuerdo bien que el libro
estuvo conmigo durante años, hasta que un día mi
amigo me obligó a devolvérselo. En esa época otra
profesora quiso introducirme en la poesía de la Generación del 50 a
través de Ángel González. Imagínese qué shock ¡Yo estaba
acostumbrado a Rimbaud! Ambos poetas me parecieron lo más antitético
que se podía uno imaginar. Desarrollé un odio patológico hacia
toda la Generación del 50 que duró muchos años. Incluso
Valente sufrió esa primitiva desafección,
aunque luego lo leería con tanto
fervor que me he vuelto un valentiano. En fin, creo que con Rimbaud
dio comienzo esa aventura solitaria y con
él la poesía para mí
se convirtió en una actividad muy seria, arriesgada y profunda. No
era un juego, ni un entretenimiento... Era, para decirlo con una
expresión que usaba mucho en ese tiempo, una religión.
―Por lo que he podido observar en su biobliográfia su
trayectoria como creador ha estado, en parte, vinculada al entorno de
las revistas culturales: Paradiso, de la cual
fue, corríjame si me equivoco, fundador y codirector; Can
Mayor, Vulcane, ambas dirigidas por
usted, y Piedra y Cielo. Pues bien, desde esa
perspectiva experiencial que se remonta a mediados de los años
noventa: ¿Cómo diagnosticaría el panorama de publicaciones
vinculadas a la literatura, el arte y el pensamiento que tienen lugar
en la actualidad en Canarias?
―Sinceramente, desde hace algunos años no sigo la vida de las
revistas literarias hechas en Canarias, si es que las hay. Como usted
y yo sabemos, publicar una revista literaria digna e interesante
resulta muy costoso. El antiguo formato en papel ha fracasado y desde
hace ya años las revistas han pasado al formato digital. Son
baratas, rápidas de publicar y llegan hasta el último rincón del
mundo. Son miles y miles de títulos de vida repentina y fugaz
flotando en ese plasma difuso y fortuito. Antes una revista en papel
era una decantación de materiales: sus editores se veían obligados
a publicar los mejores materiales con que contaban. En la Red
cualquiera puede editarse una revista digital y colgar el contenido
que sea. No hay decantación. Pero no sólo la «decantación» se ha
perdido o se ha modificado.
Para hacer una revista debe existir un grupo de personas con un
pensamiento coral ordenado y dirigido hacia una serie de ideas
compartidas. Y lo más grave es que tampoco
veo la existencia de esa sensibilidad coral
entre los jóvenes. En fin, como ve, mi visión no es
nada halagüeña.
―Con la
siguiente pregunta intentaré adentrarme en su obra, en su forma de
crear o, por decirlo de otro modo, en los baremos que utiliza a la
hora de encarar o plantear un poema: ¿Escribe con un plan
preconcebido, visualizando el poema antes de plasmarlo o, por el
contrario, se entrega a la página vacía y desde ese ámbito
comienza a descifrar un texto que ni siquiera se había planteado?
―Me resulta difícil responder a
esto. Creo que normalmente escribo un poema después de varios meses
y múltiples intentos mentales de abarcar con un par de líneas una
idea, una noción vaga, una visión desdibujada, un recuerdo
inaprensible, una sensación física… Se me agolpan las palabras en
la boca, pero ninguna combinación me resulta exacta, precisa o
mágica, de modo que todo queda pospuesto para otro día. Pero de
pronto, mucho tiempo después, vuelve la misma idea, aunque ya
colocada en un verso que me suena bien. A partir de ahí el poema
comienza a gestarse mediante patrones musicales y rítmicos que,
naturalmente, de alguna manera, he estudiado con antelación. En
cualquier caso me gusta ser el primer sorprendido. Muchas ideas se me
han ocurrido conduciendo o caminando,
y no sé por qué. Recuerdo
que una vez, de camino a mi casa, mientras manejaba, dije de súbito:
«Ojalá yo no sea el Minotauro», que es un endecasílabo. No sabía
por qué esas palabras habían surgido así de mis pulmones. Luego
caí en la cuenta de que meses antes había visto unos
grabados de Picasso,
la «Suite Voyard» En uno,
una niña conducía a un Minotauro ciego. Otros
inicios de poemas me han sucedido mientras paseaba por mis espacios
favoritos, por las costas del Norte de Tenerife, por ejemplo. Muchos
poemas los he escrito ―o medio escrito― durante
algún viaje, frente a lugares y personas hermosos que no esperaba
encontrarme. En fin, incluso
creo haber timoneado alguno, milagrosamente, pero la mayoría de
poemas se me impone, a veces
con palabras y expresiones que no suponía propias de mi mundo. Eso
para mí es fundamental. Si escribo un poema y no me sorprende, con
seguridad acabará en la papelera.
―Su obra Terraria, Premio Internacional de
Poesía Màrius Sampere 2005, ha sido descrita por Andrés Sánchez
Robayna como: incursión en el espejo negro de una tierra
enigmática: la experiencia, fulgurante y secreta, de una insularidad
alucinada. Asimismo, al leerla he observado un descenso
al infierno, una forma de catábasis que no suele ser muy frecuente
en la literatura que se elabora en nuestro archipiélago, una
literatura no muy dada a esa violencia expresiva y telúrica que nos
entrega nuestro territorio natural y que usted logró plasmar en
Terraria. También dice en su epílogo que con Terraria: quedan
atrás las obsesiones de ayer, las que acompañaron el mero existir y
la meditación. La pregunta es: ¿Cómo se gestó esa
experienca de una insularidad alucinada, esa
violencia que el lector puede percibir en Terraria?
―Agradezco muy hondamente esas palabras de
Sánchez Robayna, un poeta cuya obra ha sido sin duda una orientación
para muchos. Terraria no se gestó de golpe. No fue
un ataque de escritura, todo lo contrario. Entre algunos poemas
median hasta diez años. Por tanto es un libro que se fue
construyendo aquí y allá, en papeles sueltos. Y poco a poco también
fue apareciendo su dibujo telúrico. Lo visualicé por fin cuando
vivía en Francia, trabajando como profesor de español. No hay nada
como estar fuera del lugar para escribir sobre el lugar mismo.
Algunos poemas los escribí allí. Los saqué de la memoria. Otros ya
estaban escritos muchos años antes. Cuando caí en la cuenta de que
tenía un libro entre manos, no me fue difícil completarlo con
algunos poemas nuevos que, animados por la visión de conjunto, no
tardaron en surgir. Me arrepiento ahora de
haber dejado fuera otros textos por exceso de celo. Más
tarde un amigo me animó a enviarlo a un concurso, al primer certamen
del Màrius Sampere, el conocido poeta catalán, y gané. Y haber
ganado el Sampere me condujo a otras personas que a su vez
propiciaron otros libros posteriores, como mi novela Carta
para una señorita griega. Supongo
que Terraria es una reflexión sobre la otra
cara del paraíso, sobre el infierno en las islas, o las islas
infernales, para traer aquí palabras de Agustín Espinosa o visiones
de Isaac de Vega. Terraria va desde la tétrica
belleza del desierto insular a los espacios humanos abandonados,
desde la destrucción del paisaje a la muerte de las cosas, los
animales y las personas, desde la despoblación a la población
excesiva… Pero la verdad es que, como me sucede siempre, no me
propuse escribir nada parecido. Simplemente surgió.
―Al parecer pronto podremos
disfrutar de otro libro suyo, Aspectos de una revelación,
ganador del premio de
poesía Pedro García Cabrera 2009.
¿Podría esbozarnos algunos aspectos de este nuevo trabajo?
―Si no me
falla la memoria, Aspectos
es un libro escrito en 2004 y prácticamente de un tirón. Tal vez
sea el libro más complejo que he escrito hasta el momento. Diría
que es una reflexión, a través de la memoria, sobre el verano y la
muerte.
―Para finalizar le realizaré una
pregunta que puede resultarle algo embarazosa: ¿Qué piensa de
ciertos cenáculos críticos que opinan que la poesía canaria se
encuentra desacompasada con respecto a los tiempos actuales, como si
en este espacio se creara atendiendo más a un pasado caduco que un
presente enjundioso y prometedor?
―Oscar Wilde
decía que en Inglaterra se había escrito gran poesía a
consecuencia de que nadie en aquel país
suyo la leía… En Canarias sucede algo similar. Nadie se interesa
por nuestra poesía y por eso opino que en Canarias se escribe gran
poesía, es decir, una poesía excepcional. Si nos hallamos
desacompasados, pues tanto mejor. Insisto: la poesía es una aventura
solitaria, interior, fuera del tiempo de los hombres, porque está
dentro del tiempo, del mundo temporal, de un solo hombre, del que la
piensa y escribe. No tiene por qué hallarse anclada a la
temporalidad ni a los hechos actuales. La poesía debe acompasarse
con los ritmos órficos, con los pulsos de lo invisible, con los
nombres de los mitos, con las sombras de lo innombrable o con lo que
aún no ha sido dicho. Al poeta no debe interesarle ―es mi opinión
y en ella creo― el espectro huero de la actualidad o la modalidad.
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