EN LA medida en que podemos conocer somos el lugar del universo donde éste toma consciencia de sí mismo.
MIRA LA copa del árbol atravesada por la primera luz. Mira también la luz, carámbano encendido que, poco a poco, descenderá hasta ungir con su dedos la hojarasca y todo lo que en ella existe. Sí, mira el ángulo de oro, el trayecto de la efímera flecha, pues sólo así comprenderás hasta qué límite el fuego sagrado, la mirada de la diosa, es capaz de penetrar, abriendo la posibilidad de la visión con la llave del amanecer.
LA DEFINICIÓN como marco de un proceso, como acotación de un continuo, nos conduce a la idea de término como variable. A partir de aquí cualquier esencialismo queda abolido.
HEIDEGGER: OLVIDAMOS con demasiada facilidad que un pensador ejerce su acción más esencialmente allí donde es impugnado, más que en el medio donde obtiene asentimiento.
RECORDAR: TENDER el hilo de la memoria hacia antiquísimas rutas y no amedrentarse por el trayecto que fuimos incapaces de proseguir. Ver, con la mirada en el aire presente, el recodo de aquel camino en el cual experimentamos la fatiga y, una vez en su seno, rememorado el bosque de tilos y zorzales, la fuente de los siete brazos, el ciprés unicorne, desplegar el mapa de lo imaginario para continuar sin puntos de referencia ni precisiones de brújula; continuar simplemente, exhalando luz y aniquilando sombras, hasta ese templo horadado en la piedra blanca, hasta ese hogar ruinoso donde reside qué enigmático dios, qué imagen capaz de colmar la memoria vacía y el vacío mismo de qué presencia inocultable.
CON PALABRAS
extraídas del idioma transparente
que ha gestado el verano en esta casa
te renombro;
con signos que son aire y son sendero
renombro ahora tu cuerpo entre las mieses,
la pérdida del sol en la colina,
el grito de la espiga que se rompe
bajo el aire caliente de esta luz.
LA ESTACIÓN en la que tu cuerpo se encuentra es la estación de los frutos dorados. Pronto llegará el otoño.
LEO EL poder del centro de Rudolf Arnheim. Me llama poderosamente la atención el comentario de la extraordinaria pintura de Tiziano “Noli me tangere”: El hombre y la mujer se acomodan en regiones separadas de los dos cuadrantes inferiores, pero la Magdalena quiebra la separación central por la ubicación de la cabeza y, especialmente, por la agresiva acción del brazo derecho, que se aproxima al protegido centro de la masculinidad del hombre. El bastón que hace de divisoria visual entre las figuras, no la intimida. Globalmente, la figura de la mujer es una configuración de cuña activa, que se arrastra por el suelo como una tortuga, pero reforzada por el brillante rojo de sus ropas. A esta identificación de la mujer con el color cálido responde el contrapeso frío del agua azul, que envuelve la cabeza del hombre. Su cuerpo reacciona ante la aproximación de la mujer con la concavidad de su retraimiento, expresado principalmente por la inclinación del torso. Pero esa inclinación posee toda la ambivalencia de una diagonal: si se interpreta en dirección descendente, parece que Cristo rehúsa el contacto, si en ascendente, parece que se inclina con gesto protector para recibir a la mujer. Los dos centros de este cuerpo, cabeza y pelvis, actúan de contrapunto para representar la ambigüedad entre las dos personas.
LA BELLEZA es el descanso estético de los sentidos.
EL COLOR se enciende en las hojas hasta que cada una adquiriere su propio matiz en cuanto a maduración y forma: un florecimiento de bordes aserrados, ocelos color ámbar, ramificaciones blanquecinas, vértices marchitos, amarillos y verdes construyen la identidad de lo que antes era sombra, masa, volumen negro. De este modo el árbol deja atrás su oscura vestimenta, su verticalidad de centinela que respira la exhalación de lo que duerme y se convierte en hacedor de aire, anfitrión de escarabajos y gorriones, orugas y mariposas de alas color bronce.
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