EL ORGULLO es una fuerza centrífuga que se consume sobre su propio eje.
HAY POEMAS que merecen mi respeto sólo por lo que el oído me dice de ellos.
OTRA FORMA de aseverar la evolución es extirpando del hombre su capacidad para la vivencia estética, ya que, automáticamente, obtendremos algo semejante a un simio pretencioso encerrado entre cuatro paredes de cemento, lo cual no dista mucho, la verdad, de ciertos funcionarios públicos del ministerio de economía.
ESTAMOS EN el templo. Alguien ha muerto. No sabemos quién. Aquel hombre muy viejo nos dice, mientras aplasta el sombrero de fieltro contra su pecho, que ya las imágenes no importan. Asentimos y continuamos mirando al frente: un espacio indefinido repleto de objetos que nuestros ojos no reconocen porque, quizás, nunca han existido. Al poco aparece una anciana vestida de luto. Con una cerilla muy larga en la mano derecha prende un cirio de color rojo. La luz que se abre paso a través del templo toca mis retinas con ímpetu de relámpago. Mientras la llama disminuye y su color se vuelve anaranjado giro el rostro y te observo. Un ramillete de sombras se estremece sobre tu rostro como si una máscara fatalista se colocara delante de él, aunque sé que tras la máscara tú permaneces inmutable y, también, bella, dolorosamente bella. Entonces comprendo lo que sucede y sé que nunca podré ayudarte.
LA ÚNICA fuerza que es capaz de engendrar a través de la transgresión es el deseo.
ESE HOMBRE que nunca se inclinó para brindar su mano izquierda en señal de ayuda se equivocará cuando eleve su mano derecha en actitud de juicio.
ÉL SE levanta y aparece en el umbral. La habitación que hay detrás queda vacía. En el salón blanco el hilo de arena del reloj que está sobre la mesa se detiene y brilla como si de un filamento se tratara. Él se aproxima a la mesa y, armándose de sombras, arremete contra el reloj. Lo lanza al suelo con violencia. Sonido de tiempo que se quiebra. Entre los fragmentos de cristal y los informes dibujos de arena roja, la aguja luminosa: el testimonio de qué instante suspendido. Él, seguidamente, se arrodilla, recoge la aguja y la guarda en el bolsillo de su chaqueta. Tras incorporarse avanza hacia el umbral que da al jardín. Sale de la casa con andar pausado y, antes de llegar a la herrumbrosa pérgola, desaparece entre exhalaciones de magnolias, clemátides azules, espumosos mirtos.
ENTRO EN la estancia del tiempo buscando el retrato del padre.
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