UN ANIMAL devorado por el eco de su propio ladrido.
SE DISTANCIÓ tanto de sí mismo que incluso a dos palmos del espejo su imagen continuaba borrosa.
QUE CADA día fuera como una de las múltiples lentes que componen un caleidoscopio. De este modo, al cabo de veinticuatro horas, descubriríamos una morfología totalmente nueva de las cosas, siendo aquello que se mantiene cotidianamente inmutable lo único reconocible por su situación en el espacio. Lo demás, incluso el hombre, no podría ser identificado, por lo que habitaríamos en un océano de estímulos apabullantes, convencidos de encontrarnos absolutamente solos en dicho mundo. Lo más probable es que nuestra existencia durara unos poco minutos de percepciones atroces. Aún así sería tiempo suficiente para que nuestra mente se preguntase qué diablos hay ahí fuera.
EL POETA debe afilar la luz que recae sobre la materia como si de un cuchillo se tratara.
EN TU cocina
cerca de los cuencos
ríen las cebollas.
QUE DE entre siete mil millones de individuos cada uno posea una voz diferente y que, además, cada una de esas voces provenga de una forma de pensar única que nunca podrá ser idéntica a la de otro individuo, me conduce, cada día, a sentir una sensación de vértigo desconcertante: el abismo de lo heterogéneo. Y es ese abismo, esa condición divergente que forma parte de la esencia que constituye la humanidad, uno de los factores primordiales que, desde hace ya unos doscientos mil años, nos hemos empeñado en gestionar de la manera más equilibrada posible, sin saber, hasta hace relativamente poco tiempo, dónde se hallan los límites que nuestra condición, insalvablemente diferenciadora, nos impone como especie.
NUESTROS ANCESTROS más antiguos se comunicaban en khoisán: la primera lengua de la humanidad, cuyas consonantes sonaban al peculiar "chasquido" que producen los besos.
EL POEMA como fruto del vino que deshilacha palabras.
SÓLO QUIERO morir un poco menos.
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