EL VALOR de un hombre se puede medir por la forma en la que emplea sus silencios.
AL AMANECER en una gran ciudad lo primero que uno escucha es el mundo de la técnica que florece, avanza y ruge: el estrepitoso despertador del “progreso” oponiéndose a la posibilidad de que el hombre extienda sus sueños.
LA EXISTENCIA es una categoría más de lo real.
EN TODO crimen hay un abismo estético de impecable transparencia.
EL GRAN defecto de la época actual es esa voluntad de llegar a ser que la celeridad a implantado en lo más profundo de cada hombre, transformándolo en una sombra que avanza por el tiempo repleta de pretensiones, pero ciega de presente y, por lo tanto, de futuros plausibles.
UN MÁRTIR ensalzado suele ser un fracaso encubierto mediante una moraleja partidista.
EN EL idólatra reside un aspirante a ídolo, una necesidad de grandeza que es perpetrada mediante su propia disolución.
LA BUENA acción que pretende extenderse en el tiempo, e incluso perpetuarse entre los hombres como detonante de un determinado bien, pero no oculta en su fondo una veta de oscuridad, un aguijón de interés o egoísmo, tarde o temprano será conducida por su creador a la desidia y, finalmente, al olvido. Antes, claro está, el creador habrá tejido una gran maraña de estrategias que le permitan argumentar (exonerando responsabilidades) el por qué de la desidia y el olvido. El resultado, una vez sepultada la buena acción, no será otro que un pequeño monstruo que acusa, un insecto que no es capaz de cobrar consciencia de sí mismo, un engendrador de plagas.
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