Una forma conocida,
apretada entre los dedos
sucios del alba, quieta
sobre la cama revuelta
de acuerdo a un antiguo ritual
que conjuga amor y muerte,
sacrificio.
A primera hora de la luz,
la ciudad despierta
y despiertan los huéspedes
y mis manos
apretan la forma, deforman
el objeto, someten
su intachable pureza,
abandonándolo.
Sobre la cama revuelta
la flor apabullada
por el peso del mundo
y mis manos en ella,
torpes, deshojando
los fragmentos
que el amanecer devoró,
restos de algo
que contuvo belleza.
En el alféizar,
Portugal y el susurro
de viejos transistores
y el grito
de los que viven, comen,
sangran
en la estación salvaje
que no entiende de purezas,
donde los panes
se trocan por sangre
y el silencio
está hecho de errores.
Soy
el que a primera hora de la luz
destruye entre sus puños
la forma conocida
y quiebra
lo que este día portugués
quebró
hasta lo explícito.
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