la taza de café recién servida
concibe, más allá de su corona
de cálido silencio, la tiniebla.
Hacia ella caen la luz, tu cuerpo, el aire
y en su centro se espesa la memoria
del que observa en el círculo de espuma
cómo el mundo converge hacia los posos.
Nada hay, ante un café, que pueda hacerse
cuando el café, idéntico a la noche,
inunda el pensamiento, nos otorga
un rostro que en el líquido se aquieta
y a un golpe de metales se requiebra
ahogando, como el Tiempo, nuestra imagen.
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