miércoles, 29 de febrero de 2012

Presagio


EL CIELO amanecido
coagula en la clemátide
cuchillos luminosos.

La figura de un mirlo
emerge entre las frondas
manchadas de silencio.

Su canto es una hoguera
que calcina el contorno
del dios de la mañana

y penetra en el párpado
de la mujer que duerme
desnuda entre las mieses.

En su sueño se engendra,
cálida y misteriosa,
una gota de sangre

y en el cuerpo de Mónica
esa gota de sangre
adquiere su materia.

El pájaro que danza
bajo el cielo del mundo
y al avanzar esparce

su belleza y su signo
ha erigido el presagio,
ha dicho la verdad.

Cuando caiga la tarde
y el polvo en la clemátide
nos recuerde la muerte

desde el centro de Mónica
germinará la luz
de un tiempo inconsumable.


Apuntes XI




Y FINALMENTE la contorsionista perdió la cabeza en algún remoto rincón de su cuerpo.



EL VALOR de un hombre se puede medir por la forma en la que emplea sus silencios.



AL AMANECER en una gran ciudad lo primero que uno escucha es el mundo de la técnica que florece, avanza y ruge: el estrepitoso despertador del “progreso” oponiéndose a la posibilidad de que el hombre extienda sus sueños.



LA EXISTENCIA es una categoría más de lo real. 



EN TODO crimen hay un abismo estético de impecable transparencia.



EL GRAN defecto de la época actual es esa voluntad de llegar a ser que la celeridad a implantado en lo más profundo de cada hombre, transformándolo en una sombra que avanza por el tiempo repleta de pretensiones, pero ciega de presente y, por lo tanto, de futuros plausibles.



UN MÁRTIR ensalzado suele ser un fracaso encubierto mediante una moraleja partidista.



EN EL idólatra reside un aspirante a ídolo, una necesidad de grandeza que es perpetrada mediante su propia disolución.



LA BUENA acción que pretende extenderse en el tiempo, e incluso perpetuarse entre los hombres como detonante de un determinado bien, pero no oculta en su fondo una veta de oscuridad, un aguijón de interés o egoísmo, tarde o temprano será conducida por su creador a la desidia y, finalmente, al olvido. Antes, claro está, el creador habrá tejido una gran maraña de estrategias que le permitan argumentar (exonerando responsabilidades) el por qué de la desidia y el olvido. El resultado, una vez sepultada la buena acción, no será otro que un pequeño monstruo que acusa, un insecto que no es capaz de cobrar consciencia de sí mismo, un engendrador de plagas.

Tres poemas


CRECÍA EN los bancales
la olivarda,
los cruciformes
jamargos blancos,
la extravagante
                     alcabota:
inequívocos signos
de la desidia
                 cuya potestad
extendíase también
a eriales, cobertizos,
cabañas y pizarras
por donde se filtraban las lluvias
del inclemente abril.

En el santuario
de caliza y silencio
los hombres encontramos
ídolos devastados
por el musgo y el liquen,
                                   exvotos
corroídos por el tiempo
y su blasfemia,
amuletos sombríos,
rosarios                          
          desperdigados
como dientes de leche.

Ya descendía la noche
cuando nos alejamos,
ya caía la noche
                      cuando caímos,
también nosotros,
                         en la certeza
de quien visita
                    -tal como se visita
un lugar extranjero-
                            el seno, el centro,
la enferma raíz
                    del abandono.

                                          (El seno, el centro, la raíz)



EN ESTE mediodía
de sombras que se inmolan en la luz
el fuego nos precede.

Lo sabemos
porque bajo la bóveda absoluta,
nosotros, el reptil
y esas criaturas
del gran desierto rojo
despertamos;
                   hemos
despertado,
contenidos en flores de vigilia,
vacíos ya
de ignífugas materias,
ardiendo
como la inmensa antorcha
que no recuerda
su yesca originaria,
                           su raíz,
su sangre.
                                .
Sí, el fuego nos precede
y lo sabemos
porque allá,
en la escombrera
                        del alba
se han quedado
el amor y su signo,
el cuerpo y su penumbra...

fluyendo se han quedado
hasta filtrarse
                  a través de esta tierra
de lávicos dominios,
a través de este mapa
que ahora sólo retiene
el implacable
                   rezumar
                             del odio.




LA HAS desnudado
hasta llegar al límite
de su secreta forma.

Coronaste su almíbar
con invisibles alas
y fue temblor  
bajo la luz del cénit,
temblor sólo,
exento de presencia,
despedazándose.

En todas las palabras
creció un incendio blanco,
un falo rojo,
una navaja abierta
a flor de sangre.

La mano
asumió los designios
de la ceniza:
tocó tus flancos,
giró en el placer
de aquello que consume
su silencio
              y creció
tal fuego
de insobornable llama.

El horizonte
                saliva fue,
musgo negro,
                   hélice
y de nuevo temblor.

Nos concedió la luna
su escafandra
de tonsurada plata
y tú enterraste
la hoguera,
               el crimen
en el sagrario oscuro
de la profunda noche.

                                (La pequeña muerte)

Apuntes X


AL IGUAL que el metal, que al ser golpeado con el mazo exige del herrero un ritmo contundente y continuo para convertirse en espada formidable, así la palabra exige del poeta un pensamiento cadencioso y lo suficientemente lúcido como para transformarse en poema.



NADA MÁS frágil y solemne que una calandria que traspasa la piel del mediodía y se adentra en la morada roja de la tarde.



TRAS LEER a Paul Celan contemplo el nombre de dios en las sagradas escrituras. No tardo en percibir un silencio que proviene de más de un millón de gargantas enmudecidas.



LA CULPA es al verdadero arrepentimiento lo que el silencio a la palabra certera; el poso desde el cual florece y, a su vez, el principio tras cuya manifestación queda anulado.



SADE: Una vez recubierta la fosa será sembrada de bellotas, para que en lo sucesivo sepulcro y bosque se confundan. De esta manera los rastros de mi tumba desaparecerán de la superficie de la tierra, como espero mi memoria se borrará del espíritu de los hombres, excepto del pequeño número de los que han querido amarme hasta el último momento y de quienes llevaré un dulce recuerdo a la tumba.



AHORA que sobre el frágil telón de la materia
cae la mano del tiempo
volvamos al asunto de la luz
tornasolando el cuerpo hasta ocupar
la patria silenciosa de un espejo.



AL TRATAR de acceder a cierto tipo de conocimiento sin un método, sin una carta de navegación, ciertos hombres acabarán creyendo que se encuentran ante la obra de un loco, un monstruo del lenguaje o una burla impenetrable, incapaces como son de enjuiciar su propia ignorancia.



JUNICHIRO TANIZAKI: Así como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una irradiación y expuesta a plena luz pierde toda su fosforescencia de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra.



UN PENSAMIENTO demasiado oscuro, constituido por sombras, despojos y alimañas, bajará por las cañerías de la casa del ser corriendo el riesgo de perderse en las desembocaduras pestilentes de lo burdo e inexpresable. Asimismo, un pensamiento demasiado nítido, hecho de cristal y luz cegadora, subirá impelido por su poca gravedad hasta el tejado de la casa del ser, donde la nada gélida de la intemperie acabará devorándolo hasta hacer de él transparencia sin corporeidad ni contorno. Ambos pensamientos, si bien en su momento se originaron articulados por la palabra, están condenados al exilio, a la tachadura ominosa en la página del hombre-que-piensa, el cual, por un instante, ha intuído los límites de su propio hogar y la nada que lo circunda.

Apuntes IX


A VECES leo una palabra y pienso que su interior guarece una semilla negra y catastrófica que, llegado el momento, cuando dicha palabra ocupe su lugar en la oración precisa y penetre en el aire hasta dar con el reino de lo dicho, florecerá para devastarme.



UN SUEÑO que dura ya toda una vida. Una imagen recurrente: el  hermoso Ícaro arrojándose a un abismo infinito, mientras esboza la plácida sonrisa del que sabe que podrá volver al borde del desfiladero en cuanto lo desee.



ESE SENTIMIENTO trágico, esa sensación de desencanto que atraviesa Occidente desde su albores, proviene, en gran medida, de haber fundado nuestra civilización moral sobre un concepto que, tras abarcar y permear la existencia de cada hombre y mujer, se torna incomunicable en el preciso momento en el que podría ser negado o confirmado.



POR MUCHO que pisoteéis las cenizas del Phoenix éste siempre volverá a nacer.



TODO DECIMOS conocer perfectamente nuestro pasado, aunque siempre llega alguien capaz de recordarnos un matiz de nuestra vida que creíamos olvidado o al que ni siquiera prestamos atención. En ese momento, el pasado que creíamos conocer por ser nuestro propio tiempo, puede cambiar de manera sustanciosa, dando al presente un extraño totalmente ajeno al yo; un señor que lleva nuestra ropa, vive en nuestra casa y ensucia nuestros platos, pero que tarde o temprano comienza a adoptar costumbres y hábitos totalmente opuestos a los nuestros.



LOS ÚLTIMOS hombres, estimado Canetti, llevarán máscaras.



LA PENUMBRA es el mejor nido donde perpetrar el amor o el crímen, ya que la punible nocturnidad incrementa en gran medida el desacierto.



WALTER BENJAMIN: La mirada es el poso de los hombres.



LA HISTORIA es un ramillete de sucesos que los hombres, mediante cordeles de tiempo, anillamos con la firme intención de regalárselo al futuro.

Los Centinelas


DESDE LAS altas torres de mi hogar
oigo el idioma oscuro de  la noche.

He llegado hasta aquí
con pasos solitarios, sin miedo a los  ascensos,
al vértigo profundo, a las esfinges
que tejen para el hombre los enigmas.

Abajo las colinas de mi pueblo
se extienden tras el manto ceniciento
de chopos y cipreses, castaños y cerastas.

Los cúmulos del norte
se aglutinan en torno a las cumbres de basalto
y sobre ellos el faro de plata de la luna
desgarra las cenizas
del mundo anochecido.

He llegado hasta aquí
enfrentándome al templo del oprobio,
a los antiguos dioses del camino,
a la raíz de mi sangre...

Más allá, donde el ojo se destruye
y el tiempo desfigura
sus implacables leyes silenciosas,
intuyo la presencia de viejos Centinelas
aferrados al aire tembloroso
y al círculo invisible de los astros.

El atronador laúd de las borrascas
junto al son implacable de las lluvias
se tornan instrumentos en sus manos
tañedoras del día y de la noche;
y así sobre las cumbres despliegan sus rebatos
y tocan a la danza cual hordas de soldados
que conocen su muerte y la aceptan con orgullo.

Desde las altas torres de mi hogar
contemplo temeroso vuestra altura
y nazco hacia mi mente, Centinelas
a la noche adheridos como sombras
que a sus cuerpos se funden sin remedio.

Vosotros que azotáis
el sueño y la vigilia de los hombres
incendiando sus credos, cimentando
el pavor en la luz de la mirada;

vosotros que observásteis de la diosa
el silencio absoluto
tras su velo de espuma incognoscible:
qué asunto luminoso,
qué lenguaje celeste
os mantuvo suspensos y lejanos
durante tantas lunas amarillas.

¿Sois acaso el sendero o la huella del sendero,
el camino trazado por el sol
después de la batalla
o los apuntadores que se ocultan
tras la espesa tiniebla de los bosques?

Tal vez cualquier pregunta sea indigna
de entrar en vuestra esfera
y todas las respuestas infames cementerios
de signos que se integran a la nada;

tal vez para acercarnos a vosotros
y arriesgar nuestro verbo en el vacío
debamos entregarnos a otro tiempo,
antes de que se abriera en la maleza
el hueco insoslayable
y guiaran las doncellas al jinete,
cuando alzábamos círculos de piedra
y leíamos el mundo en la hojarasca.

Extraños Centinelas:
permitid que mi mente descifre vuestros dones
como si nada hubiera tenido lugar antes,
como si estas colinas color plata,
este hogar y esta torre
no existieran en mí como no existe
el silencio en el viento cuando irrumpe
el poder del relámpago y su voz.

Sólo así se abrirán
las insólitas grutas que dividen
al Ser de su materia
y yo percibiré vuestros dominios
con el ojo de Adán y la certeza
de Heráclito el oscuro.

Sí, yo he ascendido a ras de los halcones,
mirando cara a cara al gavilán.

Hoy pende de mi cuello
la inveterada llave de la luz.

Desde vuestro alto cénit contempláis,
lúcidos Centinelas,
los puntos cardinales de todo lo que existe
proyectando la vida y la muerte,
la sombra y la apariencia,
el glaciar y la hoguera
sobre el frágil telón de la materia.