viernes, 30 de marzo de 2012

Observatorium


Todo esto se alza en visión formidable ante tus ojos, todo esto
contemplas mientras oyes, de nuevo, el sonido encantado de las
flautas de las profundidades, el sonido de aquellas flautas y el
canto de nuevas voces convocadas.
Melchor López


SOBRE LAS cenizas perpetuas de la noche se dibuja el Observatorio: castillo blanco en cuyo interior gravita la visión de los arcángeles. Tú estás sobre el páramo de lava, en la altura insalvable. Contemplas el este y el oeste, el norte y el sur, y el silencio que llevas por testigo –compañero extraño– no sabe describir tu lugar en el invierno. La ciudad que dejas atrás es cruel: caimán eléctrico, insecto de fósforo que bebe sin medida el néctar de las estrellas, el plomo encendido, el mercurio... Por esta y otras razones, amado astrónomo, lo que hay bajo el peso de las aves ya poco te importa. Sabes, sobre el gris perenne, que tu corazón se conmoverá cuando el gran párpado se abra y el sol se contraiga como rosa de Jericó, bola de hielo, ascua que muere. El Tiempo, creíste, es una dolorosa variación de la materia... Ahora sabes que sólo es algo que cambia, un ardid de las distancias para marchitar ese punto común entre los hombres y los pétalos, entre los puentes y los ríos. No hizo falta mucho para que aprendieras todo esto, para que obtuvieras la medida sagrada del cielo y de la tierra. Lo único que siempre has poseído, antes incluso de llegar a la altura insalvable, fue el Observatorio, su miríada de arcángeles y su ojo transparente; ese ojo con el cual, cada noche, peinas cabelleras de astros en busca de una brizna de luz en el vacío, en busca de un señuelo que desvele nuestras sombras, tu sombra –compañera extraña– más allá de su materia.

jueves, 29 de marzo de 2012

Apuntes XVI


LOS LAURELES de esta gloria presente serán los funestos lotos del olvido futuro.





DEBEMOS SOSPECHAR de aquellos que nos dicen hazte un nombre, te estás haciendo un nombre, hay que hacerse un nombre, pues atribuir una presunción de control a través del reconocimiento nominal, sea en la materia que sea, no es más que una forma empleada por la prepotencia para esclavizarnos. Y es que el que nos dice hazte un nombre, te estás haciendo un nombre, hay que hacerse un nombre, realmente nos impele a poseer una identidad subordinada en función de una técnica, un apoyo basal que afirme y distinga nuestra presencia del resto de presencias a través de la instrumentalización del yo concebido como espectáculo, como si no bastara, en el caso de las diferentes artes, la creación misma junto al movimiento de difusión que se despliega con respecto a su calidad, y fuera capital ese ir de tertulia en tertulia, de plató en plató reafirmando ya no el objeto de trabajo que realmente dignifica al creador, sino la hechura identitaria, la cual, al convertirse en centro, no es sino un bastón cuya utilidad estriba en mantener en pie un ego gris que se ha consumido en la hoguera del efectismo y que, sin un nombre forjado a base de aplausos y una reputación que reverbere como un trueno, muy probablemente rodaría como un guiñapo por las escaleras de la vacuidad.





EL LIBRO de la noche es como un ángel
que reune entre sus páginas la ley
de un mundo nunca dicho, vislumbrado
apenas por el huésped del silencio.





LA RELIGIOSIDAD como concepto absoluto de la existencia no nos conducirá nunca a la casa de lo humilde y lo sencillo, sino que guiará nuestros pasos hasta ese templete de oro falso en el que habita el animal de lo burdo y lo simple, ese enorme becerro de ojos huecos al que sublimaremos hasta convertirlo en objeto de culto, cosa sagrada, moralidad sin contraste.





RECORRIÓ EL mundo, se conoció a sí mismo y se dejó envolver por la satisfacción. Ahora está totalmente perdido, pues no sabe qué infinitas distancias, qué desconocidos parajes habrá de salvar para, de este modo, obtener un conocimiento del mundo que lo satisfaga.





MIENTRAS QUE el enunciado es un sistema unidireccional, algo así como una línea que se mueve de A hasta B y que tiene como núcleo motivacional transferir una información cerrada al receptor; el verso es un estado de lenguaje que posee como rasgo estructurar una esfera connotativa, un óvulo en perpetuo estado de gestación que tiene como centro un proceso estético subordinado a la interpretación.





PAUL VALERY: «Cuando la obra se ha publicado, la interpretación que de ella haga su autor no tiene más valor que la de cualquier otra persona.»




OTRA VEZ los hipnoedros.

martes, 27 de marzo de 2012

Tres poemas escritos en el desierto


        
                                                        
I

El vino
contenido
en la arcilla
del gánigo
              vierte
sobre la yesca
su poder;

              tiñe
lentamente
el nombre
que grabamos
en la reseca
                 tumba:
piedra exhausta,
                         inveterada
cuyo vientre
                  y memoria,
aquí
     y ahora
-mientras la noche
inaugura
             su templo
y por el ventisquero
cruza
        el neblinoso
mirlo-
        invoco.


II

Libación
que el vino,
su mistérica
y rojiza
           voluntad,
perpetra
al margen
              del yo-escanciador,
al margen
              del objeto-cáliz.

Néctar y tumba:
quietud y fluidez
                         en alianza
sobre la yerma
                      materia,
calando
hasta la raíz
                donde yace
qué osamenta
                      milenaria,
qué fracturada
                    punta
de basalto,
qué inmemorial
                       sudario.


III

Vestigios
de lo que fue,
de lo que tú y yo
                         seremos
cuando el eclipse
                          pronuncie
su verdad,
               desmantele
nuestras sombras,
y otro vino,
                 otra matriz
de ebria
           claridad,
otro yo
          invoque
nuestros nombres
grabados
en qué piedra
                     no escrita aún
pura
en el centro ígneo
                           de qué roca
alzada
sobre qué erial
                     desconocido.

                                        (Libación)





Extrae de tu mirada
el desierto
de Yeshimon.

Concédenos
las siete velas
de lumbre antigua,
el candelabro

de oro y fuego
que remueve las sombras
y desvela el camino
hacia el Jordán.

Concédenos las aguas
en cuyo cauce hundíste
los vestigios amargos
de tus pupilas.

Extrae de tu mirada
el desierto
de Yeshimon.

Seamos contigo
y en las arenas
de tu memoria
rosas de sal.

                  (Recuerdos del mar muerto)





I

Con piedras
                  blancas,
acumuladas
                 una
                     sobre
la otra,
         erigiste
el promontorio.

Lo saben
             la luz
desértica,
             el ramo
iracundo
            de la arena,
los brillantes
                  escorpiones;
lo sabe
          tu mano,
                      exhausta,
dura
     por el roce
                    áspero
del silicio.



II

Ahora
el promontorio
nos señala
               el lugar
de los lugares,
nos desciende
a la nítida
              visión
de lo enterrado,
a la agostada
                  carne
del yacente.

Raíz es
          entre-
-verada
          al cielo
de Yeshimon,
invertida
            raíz
que penetra
en el ojo
de la mente
                y engendra,
en el idioma
que sólo brizna
del dolor
             será,
la pregunta:


III

¿A qué nombre
                      pro-
-curamos
             por
                 tumba
planicie
          de polvo
removido?

...

¿ A qué
          presencia
negamos
            siete
                 veces
la luz?

...


IV

En el sentido
                  opuesto
a lo sepulto,
                  Háblanos:

Señor
de la reseca
piedra,
          Háblanos:

Antes
que el nombre
se distancie
de su objeto,
                   lo dicho
se diluya
en sombra
              pura,
la voz
se torne
           sed,
                Háblanos:

Arriesga
la palabra
como la flor
                 arriesga
hacia lo abierto
su perfume,
                 Háblanos:

Háblanos:

            Háblanos:
                             ...



                                (Promontorio, lugar de los lugares)

lunes, 26 de marzo de 2012

Apuntes XV


UNA BANDERA oscura y silenciosa
ondea en los pensamientos del vencido.





AL VER la huella en mitad de la primera nieve, la hendidura blanca inscrita en lo blanco cuya forma era delatada por un contorno de sutiles sombras tan particular como fugaz, supe que todo aquel que afirma su tránsito huye en realidad





LA IMPORTANCIA del pensamiento utópico, devaluado de nuestro marco histórico contemporáneo, no está tanto en su facticidad como en el enclave que puede ocupar dentro de nuestros baremos éticos, ya que si lo transformamos en horizonte desde el que ubicar nuestros valores, estaremos creando un espacio abierto y repleto de perspectivas, un territorio mental cuyos puntos cardinales, una vez definidos con coherencia, nos posicionarán dentro del humanismo.





TODA HUELLA es un paso coagulado.





MIRAR AL cielo es casi siempre un acto que interroga. Por eso Occidente ha olvidado levantar su rostro hacia esos parajes. Al colarse en la cadencia con la que articulamos nuestras preguntas cierto tono imperativo junto a una ansiosa sed de respuesta inmediata, hemos acabado por creer que por encima del horizonte no hay nada digno de nuestra duda. Los ángulos que hoy dominan nuestra mirada, paralelos o inferiores a noventa grados con respecto al asfalto que pisamos, sólo se quiebran cuando desplegamos esa fuerza exclamativa y burda que es mirar por encima del hombro.





 
CONOCER LA niebla, hundir en ella la mano escribiente, extraer de ella el fruto polvoriento y soplar hasta que el corazón se encienda como un ascua.







LA SÓLIDA y robusta vértebra que sostenía la cabeza del ciudadano, permitiéndole otear, desde la ética y el pluralismo, el horizonte del deber ser, ha sido extirpada y sustituída por un cartílago tumefacto que se alimenta de productividad y competencia. Se trata, ese cartílago forjado en el seno del materialismo histórico, del llegar a ser, el cual impide que la cabeza del ciudadano se eleve para otear el horizonte, obligándolo a que clave su mirada y sus deseos en ese abismo de fuerzas centrífugas llamado dialéctica entre  necesidad y consumo.




 

ORTEGA Y Gasset: «..., nos parece un cuadro bello cuando sentimos que de él desciende suavemente sobre nosotros la exigencia de que nos complazcamos.»




AVANZABA A pie por la carretera que une Sheille con Hardson[...]. Poco a poco, en tanto morían las sucesivas colinas de trigo verde, fue apareciendo una casa en el oeste. El tejado de pizarra a dos aguas reflejaba el resplandor rojizo de la tarde con la misma intensidad que el sol arroja sobre la tierra la última luz del día, por lo que ninguna diferencia lumínica era notoria entre la fuente de origen y su reflejo[...]. Al entrecerrar los ojos aquella indistinción se acrecentó[...]. Me encontraba ante dos figuras semejantes, dos centauros luminosos reinando sobre aquel horizonte levemente ondulado, como si la identidad exterior, tanto de la casa como del astro, fueran sólo un asunto de proximidad y nitidez[...]. El sol, en el oeste magnético, y la construcción, varios palmos a su izquierda, se convirtieron para mí en algo así como flores de una simetría extraordinaria y, por lo tanto, descendientes de una sola raíz, de una misma esencia que, automáticamente, supe impenetrable[...]. Yo era el hombre que mira y nomina las apariencias, el observador que clasifica superficies mediante palabras; un mero espectador que se acerca y se aleja como la lente de un telescopio que sólo otea el resplandor de seres fenecidos[...]. La realidad última, la estructura del gran escenario, jamás me sería revelada.





CUANDO EL niño dejó de sonreír el títere comprendió que el hilo se había roto.





COMO QUIEN enciende un cirio y espera a que la llama devore la noche, así encenderás tu mente.




UN ÁNGEL que huye: una desbandada de luz bajo la bóveda.





ESCRIBE COMO si convocaras al universo tal testigo.

jueves, 22 de marzo de 2012

Casa Gris (poema dedicado a Alejandro Rodríguez-Refojo)

ADENTRARSE EN la sombra que se eleva
sobre el rojo horizonte de la tarde
más allá del castaño y de los álamos
que el hielo ha descuajado;


adentrarse en la casa donde el aire
y el líquen y la copa y la humedad
comparten su tristeza en torno a un centro
espeso y transparente como el miedo.


Junto a la puerta negra
dejar nuestras cansadas pertenencias,
nuestros sucios aperos,
nuestro reloj absurdo,
y que el abrigo, ahorcado como un lobo,
clausure su misión contra los ciclos,
eternamente yazca en los armarios.


En las habitaciones de la infamia
no recobrar el tiempo ni esperar,
pues ya debes saber que en el vacío
permanece una huella sin sendero,
un cáliz atestado de silencio.


Adentrarse en la sombra que se erige
como el canto de un pájaro nocturno
cuando el verbo se aleja de su máscara
y en cada acto florecen siemprevivas.


Avanzar por pasillos polvorientos,
entre halcones resecos,
inhábiles ballestas
y ancestrales crujías
repletas de murciélagos.


No interpretar papeles de tiempos consumados.
No escribir que en el llanto
te hiciste compañero de la nada.


Adentrarse en la casa de los ecos,
aunque el retrato increpe su abandono
y dentro del sagrario
la oscuridad se infiltre, profanando
la diadema de plata, el camafeo.


Sí, ir hacia el corazón de lo perpetuo
más allá del castaño y de los álamos
que el hielo descuajó;
leer quizás la osamenta de los bueyes,
el oscilante envés de los almendros,
el ocelo sagrado de las aves.


Adentrarse en la casa duradera
con el rostro abatido y la mirada
del que vio a los centauros,
los hermosos centauros esfumarse
de los anchos vergeles de su infancia.

sábado, 17 de marzo de 2012

Apuntes XIV


LA METÁFORA, al igual que la máscara hace con el rostro en el teatro occidental, debe ampliar la esfera connotativa de la palabra mediante el paradójico juego de la ocultación.





A ALTAS horas de la noche, ciertos habitantes del aire ocupan una superficie cuyos silenciosos pilares de espuma negra pertenecen más al sueño que al mundo de los elementos. En dicho plano las imágenes florecen en su interior con la misma facilidad que se disuelven: inaprehensibles evocaciones (hipnoedros) que forman parte de ese sustrato mágico desde el cual florece el tiempo de la revelación.






CLAUDE ROYET-Journoud: «Abandona su cuerpo, pues sólo necesita la mirada que la memoria no deja de trabajar. Su infancia es la ficción de un calor.»

 



¿AÚN IGNORAS que en todo hombre yace un idioma desconocido?




 
INTERMINABLES/ quedarán de mí/ signos/ deshojados,/ interrogantes/ abiertas/ a la noche./ Adentro/ mi sombra/ en el umbral;/ con su arista/ traspaso/ el oscuro/ cuerpo/ de la casa,/ el compacto/ ópalo/ de la infancia:/ No volveré,/ digo./ La despedida/ entrelaza/ su materia,/ su poso/ a la permanencia/ del que queda./ Alas/ de puertas/ que se abren/ y cierran/ negando/ del mundo/ su remota/ claridad:/ incierta/ envergadura/ de qué pájaro/ sagrado./ No volveré,/ digo,/ repito,/ contemplando/ tras de mí/ ápices/ de niebla,/ herrumbrosos/ pañuelos,/ luciérnagas/ que claudican/ y en silencio/ gotean,/ entrelazadas.





ANTE UN árbol de Alenxandre Hollan: El arte del dibujo alcanza su plenitud poética cuando, en lugar de emular lo real, lo merodea para, a través del trazo, aproximarse a sus múltiples connotaciones, construyendo de este modo un signo inédito para un ser ya conocido.





¿QUÉ NOS dice esa sombra que llega al atardecer cansada de caminos? ¿Qué mensaje ha gestado la luz del día en su denso interior?





SI BORRÁIS el nombre romperéis el hilo.


viernes, 16 de marzo de 2012

De nada sirve arrojar luz sobre el ocaso


El tiempo que se anula renace de sí mismo
ni siquiera responde a los que van pasando

Robert Desnos


LAS MUÑECAS peinadas por tus manos
mientras aullaban los castaños rojos
y en los patios dormía el jazminero;
esas mismas muñecas cuyos nombres
eran Nisa y Juani,
                          Imperio y Petra
volví ayer a encontrarlas,
desnudas y sin orden,
en el cajón de sombras de la mente
donde las cosas muertas nos observan
y murmuran reproches
                                de polvo y cataclismo.

Las encontré, guiñapos maltratados,
retazos de percal y fieltro blanco,
con sus pieles quemadas de distancia
gritando como gritan
los hombres que lloraron
ante el círculo negro de la bestia.

Nisa y Juani,
                   Imperio y Petra,
dije diciendo entonces que de nada
sirve arrojar mi luz sobre el ocaso,
proyectar contra el Tiempo la memoria
cuando ya has aprendido que la noche
erigió su escombrera amarga,
                                           su eclipse y su diluvio
sobre aquellas muñecas que peinaste
y esta casa que entierra sus recuerdos
en el cajón de sombras de la mente. 

jueves, 15 de marzo de 2012

Apuntes XIII


SANGRA EL latido de un mirlo a través de la escarcha del mundo.





DESPIERTAS EN el intersticio entre el hoy y el mañana. Te encuentras en una habitación cuadrangular, dividida simétricamente por un campo de luz y un campo de sombra y ocupada por objetos que carecen de cualquier significado. En el meridiano estás tú, tendido como un bulto repleto de humo, como una incipiencia que nunca será totalmente realizada, como un fruto que jamás madurará. La piel sudorosa, los ojos entumecidos, la garganta reseca y la lengua revestida por el sabor metálico y amargo de un sexo sorbido en sueños hasta su detritus, son solamente los fragmentos que, como una definición, orbitan en torno a ese vacío que eres; fragmentos que ahora, mientras el meridiano permanece inalterable sobre ti, no se manifestarán, pues ya no serás cuerpo, ni pugna contra el horizonte, menos aún masa o vigilia. Tu destino, vacía presencia, pronombre enclavado en la línea de luz y de sombra, no es otro que despertar a la indefinición.





EL SILENCIO como orden universal y la palabra como su accidente más maravilloso.





EN NUESTRA visita a la memoria oficial del mundo, un gran edificio de estilo neoclásico ridiculamente pintado de amarillo, ella y yo, guiados por el azar, vagamos en busca de la sala de cerámicas. Desde hace algunos días la imagen de un ánfora egipcia, parcamente decorada con motivos geométricos de color pardo, ceniciento y rojizo, me ronda la inquietud como si se tratara de una sombra girando en torno a un centro luminoso. De algún modo percibo que en ese objeto, contemplado fugazmente en un catálogo para turistas, reside un poderoso imán, un extraño magnetismo que no sé cómo transformar en palabra, ceñir a lo decible. A veces el ojo deja al descubierto su propia voluntad y reclama determinadas imágenes sin que seamos plenamente conscientes del por qué. Descifrar ese contorno, leer sus formas, entender todos sus contextos se ha vuelto prioritario, importante de un modo que sólo el término enigma puede abarcar.





LA INTUICIÓN, cuyo movimiento mental se traza en espirales, pertenece al reino de la serpiente.





ATRAVESAMOS UN pasillo con el flanco derecho repleto de ventanales. El día entra a través de ellos después de incidir en un jardín poblado de pájaros, esencialmente gorriones. En el centro del jardín se alzan espléndidas palmeras, antiquísimos helechos y todo un abanico de plantas de apariencia prehistórica. Imagino un mundo anterior al hombre, una especie de paraiso cuya intensidad verde tiñe los muros del claustro y nuestras pieles. El pasillo conecta la Sala de lanzas con una habitación sumergida en la penumbra, aunque en algunos puntos se abre paso una luz de color ámbar y de apariencia resinosa que logra transmitir esa sensación de tiempo suspendido que sólo he visto en algunos atardeceres.

             –Sala de enterramientos,–dice ella.
             –La guerra y la muerte unidas por un jardín prehistórico, –comento.




LA LUZ que reviste el ánfora es perfecta para resaltar su quebradizo contorno y su textura, por lo que las yemas de mis dedos no tardan en percibir cierto hormigueo. Entonces, como si de una catarsis se tratase, esa mezcla táctil de inquietud y fascinación se transforma, de pronto, en una inexplicable sensación de rugosidad y polvo. Cada grieta, semejante a un meandro que la creatividad de la inclemencia ha hecho surgir por azar y destrucción en el vientre de arcilla, es semejante a las líneas que recorren las manos de un anciano y en las cuales se esclarece tanto su pasado como su futuro. «"Beauty is truth, truht beauty"», susurro en tanto me invade la sed y un estado febril atenaza los músculos de mi cuello y mi espalda durante varios segundos.





DURANTE EL atardecer de ese mismo día, mientras la sensación de rugosidad y polvo continuaba, ya no sólo en mis manos sino en todo mi cuerpo, escribí:

                Ánfora rota
                más allá de tu arcilla
                se hunden mis ojos
                en esta noche helada
                veo un camino de palmas.






EL VERSO es una esfera connotativa en perpetua búsqueda de un centro.






ÁNGUELOS SIKELIANÓS: «Porque lo sé; mucho más allá de la compacta luz astral,/ escondido como un águila,/ allí donde la divina oscura tiniebla empieza, me aguarda/ mi yo primero...».






ESCUCHA CÓMO los inmensos reptiles de la noche, en un último esfuerzo por sobrevivir, se rinden y humillan ante el gigantesco pájaro de la luz. El amanecer se erige sobre un grito de clemencia.










domingo, 11 de marzo de 2012

Apuntes XII


EL POEMA es un cristal con vocación de espejo.




CUANDO EL aire se arma de silencio y la nieve desciende, el cuerpo adquiere consciencia de todas sus aristas mediante el conocimiento del frío y se entrega al temblor. Sus múltiples dolores, que la calidez había mantenido en silencio, florecen como si de una primavera siniestra se tratase. De pronto tenemos un esqueleto burdo y agrietado que quiere expandirse más allá de las ventanas, un ramillete de músculos que se inflaman y hormiguean por exceso o falta de sangre, tendones que entran en una confusión vibrante tal puentes azotados por la ventisca, córneas que escuecen, dientes que se mueven, bronquios trémulos como oboes. Es entonces cuando queda el pensamiento, cuando la mente se torna refugio y sus esferas se dilatan en busca de evasiones que distancien la percepción de nuestra propia fisicidad, la mirada de nuestro propio retrato. De este modo ficcionamos bosques incandescentes, llamaradas, bolas de cristal fundido, pesadas metalurgias, y acabamos por creer que toda evasión tiene algo de antípoda y que la imagen medieval del infierno fue ideada en mitad de la nieve, en mitad de ese blanco perpetuo de las altas cumbres donde anacoretas moribundos escribían su canto a la soledad y la locura. Porque es en ese dolor que la inclemencia propicia cuando uno se vuelve metafísico, cuando la necesidad de transcendencia desplaza la voluntad de realidad y el pensamiento "sideral" se convierte en casa habitable, refugio y arraigo. El misticismo sólo puede nacer en la montaña o en el desierto. Las medianías gestan raciocinios.




ARPAS DE nieve
bajo la luz helada
música blanca.




CUANDO SE alimenta, el hombre deja un instante su máscara y, al inclinarse sobre el plato, nos otorga una complicada imagen: la entrañable vulnerabilidad de los herbívoros junto a la iracunda vorágine del ancestro cavernario.



EN EL valle de K. los cipreses se comban como lenguas de hollín o espuma negra, lamiendo con sus puntas un cielo que es potestad de la ceniza. Todo, incluso el viento, se expresa en el idioma de los paisajes quemados, tiembla bajo el paladar abrupto de la bóveda y deja en nuestros entumecidos
rostros y en nuestros polvorientos cabellos la huella de lo que fue incendio y ahora es cataclismo. En el valle de K. la materia nocturna gira salvajemente, escurre por los manantiales de piedra roja y desborda los márgenes donde nuestros cuerpos se acuclillan para beber el agua por la cual fluyen
culebras plateadas, ramas retorcidas, ganado negro. Luego proseguimos, a pesar del ruido fúnebre que reviste el día y la noche, a pesar de la niebla coloreada de mirlos, proseguimos con nuestros báculos de hueso y nuestros pensamientos fijos en la ciudad de palmas y adobe, avanzando hacia las cumbres basálticas donde nada arde y sólo la rapaz violenta, encaramada a la roca desnuda, habita en su nido de hueso. Más allá, dicen los que sentáronse en torno a la hoguera, se alza la ciudad de círculos concéntricos e inveterados monumentos, la ciudad que cada uno de nosotros soñó –bebimos la miel de sus palmas, nos refugiamos en sus umbrales, lloramos en sus templos– y que hoy existe como vindicación de nuestra propia resistencia, como espejismo que el azogue de la tenacidad construyera.


I

EL LIBRO es un vaso de té ornamentado,
un cáliz cristalino,
un ánfora hebrea: –
continente de todo cuanto existe
y de aquello que en polvo transformóse.

II

El Libro es origen y destino,
cuerda y arco,
flecha y pulso,
tensión
entre palabra y materia.

III

El Libro aparece en la memoria,
enciende el cirio litúrgico,
ilumina
el telón de las sombras
y lo alza,
con su mano de signos plateados,
hasta dar con la página no escrita:
materia
donde temblará el verbo originario
una vez se desgaje del Libro
y caiga
en el recinto blanco y pronunciable.

IV

El Libro es un océano poblado de islas.

El Libro es un viejo odre
en el cual se decanta
el nuevo vino.

El Libro es un cielo acribillado a estrellas.





ESAS SOMBRAS que proyectan nuestros actos cotidianos y que, por lo común, pasan totalmente inadvertidas incluso para nosotros mismos, lo único que hacen es delatar nuestro frenético y despiadado baile frente al rojizo sol de la barbarie.




DUERME LA sombra del mundo en las ruinas del viejo palacio.








viernes, 9 de marzo de 2012

Salamandra roja



In girum imus nocte et consumimur igni


I


ENCARAMADA AL pámpano brillante
o quieta contra el friso de la noche
está la salamandra.

Bajo el signo lunar de los jardines
su piel es el contorno de un silencio
que nadie ha comprendido;

sus ojos son antorchas
girando en torno a un tiempo
que nunca se sucede,
pero en el cual se oculta un corazón
de eternizados ciclos.

Antes de todo origen y después
de toda destrucción,
juzgando la premura de las sombras
que bailan ante el sol de las infamias
ella es la que fue,
la que será:

el testigo más puro,
cristal que se convierte en un espejo.

Desde su claridad
contempla nuestro error y nuestro verbo
confrontando,
tal esfinge de un dios que nadie sabe,
el fruto de lo inmóvil
y el tránsito del aire.


II


Cercada por los astros
que bañan la Región de los Cuchillos,
cómplice de la estatua y del otero
la salamandra roja se hace abismo
y mezcla con el fuego su figura.

El silencio de un mundo inveterado
se funde a su sigilo
como el hálito
fundióse a nuestra arcilla,
tal es el universo que la envuelve
y la oscura conciencia que la impele
a pulsar los estáticos acordes
que brindan permanencia a lo que existe.

Mas cuando se desplaza
su cuerpo es una hoguera
de mínima silueta;
el acerado filo de la luna
labrando en las cornisas una curva
de mármol o diamante:

la extremidad profunda de la noche.


III


Un ínfimo extenderse de tu masa,
un relampagueo
que engulle unos segundos la tiniebla
bastan para que un cambio se convoque
en la mente del hombre
que labra las esferas,
resuelve el acertijo...

La noche se despide, nace el día.

Qué haras,
tú que conoces
la línea divisoria de los siglos,
el ritmo cadencioso de los astros,
el orden que los vientos
imponen a la lluvia;
qué casa subterránea ocuparás
cuando el reino solar nos empuje a la vigilia
y pase la embriaguez como una nube.

Fruición de luz, zafiros y basaltos,
salamandra
que harás cuando la aurora nos reclame
y cesen nuestros círculos nocturnos
y seamos consumidos por un fuego
que no te representa
olvidando tu norma y tu equilibrio
como olvida el durmiente al despertar
los dones que en el límite encontró.
(La salamandra roja)

martes, 6 de marzo de 2012

Casa-otra


TRAS LAS montañas se elevan columnas de humo blanco.

       A nuestra derecha el bosque de avellanos pulveriza sus contornos, desaparece o se transforma en límite.

       La casa, custodiada por un fresno del maná y por calandrias de materia frágil, expande su silencio de cosa que se apaga, su temblor de mano que duda ante el cuchillo.

       Lloverá, dijeron los temerosos.

      Será la nieve o el fuego, será la nada, dijo el fatalista haciendo redoblar su tambor. Pero sólo era la tarde y la casa traspasando la piel de los umbrales, descendiendo a la pulpa cenicienta del fruto subsolar donde todo se confunde.

      Vigas y argamasas, muebles y pasillos, ventanas y retratos son ahora el fluido blando, el zumo negro de lo que existe y no sabe y aún así continua como la huella del hombre que deja el camino y emprende su pérdida.

      Qué importa, si la casa ha entrado en la casa-otra, en la absoluta entraña, en la inexistencia pura, y las calandrias se hieren entre ellas con vocación de filo y el antiguo fresno deja atrás su significado de árbol para ser bestia contra el cielo, grito de tierra, minotauro.

      Qué importa, dime, si bajo el ángulo profundo de los astros, dispuesta nuestra sangre en los horneados cuencos y dispuestos los cuencos sobre la gran mesa de tea, la vida, como el fuego de Propercio, arde más allá de lo que su resplandor promete.