lunes, 30 de abril de 2012

Tres poemas


ENTRE TODOS los hombres sólo hay uno
que piensa el infinito y lo comprende.

Camina por el bosque, se detiene
bajo el lento trigal de las estrellas

y graba en la corteza de un ciprés
el signo que la mente le ha otorgado.

De pronto el signo existe contra el árbol
como existe la punta del cuchillo,

la mano temblorosa y las colinas
que borran su presencia ante la noche.

Entre todos los hombres sólo hay uno
que arrastra su mirada por los bosques

y pulsa los acordes invisibles
con la medida exacta de esa luz

que incendia de belleza cada instante
y no es fuego ni sangre ni silencio.

                                                (El guardabosques)







LLEGÓ LA hora del eclipse. Estamos en casa, dentro, cerca de la matriz donde nos tendemos para hallar el sueño. Te miro a la cara y percibo tu rostro desvaneciéndose. Los objetos también siguen el mismo camino. Donde había un perchero ahora hay un mástil sombrío. En el espacio que ocupan los muebles, paredes de terciopelo negro amortiguan la mirada. Tus labios son dos grietas en una máscara de obsidiana, un ataúd lleno de silencio que no puedo asociar a tu cuerpo. De poco valdrá esperar a la luna. Sus huesos, camuflados por el sol, fornican oscuramente con Apolo. Tú, aquí en la casa, ya no existes. Tu magnetismo de ángel con ojos en blanco ha perdido su fosforescencia de animal submarino. Estoy solo. Quemo mis pulmones con nafta. Me encadeno a las esquinas y ciego las ventanas con vendas empapadas en sangre. Llegó la hora del eclipse y tengo que vencer al eclipse, aplastar al eclipse, eclipsar al eclipse, aunque su despotismo nocturno me obliga a buscarte cual niño asustado. Muevo las manos como hélices. Las entrañas del mundo arden y este corazón se hace polvo de plata. Encuentro algo que tiene frío y emana humo. Pero el eclipse te ha borrado y ahora, contra el castillo de mi pecho, sólo hay un primitivo, rotundo y brutal esbozo del miedo.

                                                                                                                                                (Ocultación)







EN TU frente se ciñen los laureles.

Es la época del fruto
dorando su figura en el alféizar:

es la época gloriosa del manzano,
la recolección.

Tú compensas el aire de la muerte
con el sexo desnudo en mi memoria.

Tú eres la luminosa y blanca herida,
la herida que apacigua el sacrificio
cuando llega la noche
y en esta casa abismas mis contornos,
me rindes
como se rinde el río frente al océano.

En mis ojos meditan los paisajes
y la luz que los colma se asemeja
al árbol de tu infancia.

Con las manos trenzadas de la tarde
y con las rudas manos de tus hijos
hemos ido tejiendo la corona.

Yo he participado en el rito:

es la estación propicia,
la estación de las hojas engarzadas,
de la pulpa amarilla
y el fruto,

la estación que dispersa la tormenta
y aproxima el latido, –

la estación de tu nombre y la corola.

                                                      (Ciclo)

Apuntes XXI


LA FRAGILIDAD es la belleza de los tristes.







EDMOND JÀBES: Mientras no nos expulsen de nuestros vocablos, nada tendremos que temer; mientras. nuestras palabras conserven sus sonidos, tendremos una voz; mientras nuestras palabras conserven su sentido, tendremos un alma.




LA MAYOR aspiración a la que puede acceder un mediocre es la conformidad.





GRAN PARTE del pensamiento que se dice posmoderno se ha transformado en un ejercicio que consiste en camuflar, mediante raudales de citas y referencias de autoridad, la trama argumentativa de un discurso que por lo común es tan pobre como falaz, tan débil como inconsistente. Dicha ocultación, dicho enmascaramiento ha conducido a los supuestos pensadores posmodernos a incurrir, con demasiada frecuencia, en esa lamentable tendencia propia de la cultura de interface y de la sociedad del espectáculo que no es más que la práctica de la impostura y lo frívolo, convirtiéndose, el contenido del pensar, en una mera construcción de nexos, de enlaces mediante los cuales esas referencias de autoridad, ese raudal de citas, esas notas a pie de página son asimiladas como discurso propio.





REPUDIO la cómoda disposición de los normales.






EL CONTENIDO de nuestro propio tiempo se llama experiencia.





SE CREE con demasiada soltura que experiencia y verdad se encuentran íntimamente ligadas. Sin embargo no hay nada más subjetivo y azaroso que dotar de contenido nuestro propio tiempo, ni nada más estúpido que elevar ese azar y esa subjetividad a la categoría del deber ser.



HAY QUE ser absolutamente metafísicos.





LA SIMETRÍA es una confrontación subsanada mediante el equilibrio.
















sábado, 28 de abril de 2012

Apuntes XX






EN LA medida en que podemos conocer somos el lugar del universo donde éste toma consciencia de sí mismo.



MIRA LA copa del árbol atravesada por la primera luz. Mira también la luz, carámbano encendido que, poco a poco, descenderá hasta ungir con su dedos la hojarasca y todo lo que en ella existe. Sí, mira el ángulo de oro, el trayecto de la efímera flecha, pues sólo así comprenderás hasta qué límite el fuego sagrado, la mirada de la diosa, es capaz de penetrar, abriendo la posibilidad de la visión con la llave del amanecer.




LA DEFINICIÓN como marco de un proceso, como acotación de un continuo, nos conduce a la idea de término como variable. A partir de aquí cualquier esencialismo queda abolido.





HEIDEGGER: OLVIDAMOS con demasiada facilidad que un pensador ejerce su acción más esencialmente allí donde es impugnado, más que en el medio donde obtiene asentimiento.

                         

                      

RECORDAR: TENDER el hilo de la memoria hacia antiquísimas rutas y no amedrentarse por el trayecto que fuimos incapaces de proseguir. Ver, con la mirada en el aire presente, el recodo de aquel camino en el cual experimentamos la fatiga y, una vez en su seno, rememorado el bosque de tilos y zorzales, la fuente de los siete brazos, el ciprés unicorne, desplegar el mapa de lo imaginario para continuar sin puntos de referencia ni precisiones de brújula; continuar simplemente, exhalando luz y aniquilando sombras, hasta ese templo horadado en la piedra blanca, hasta ese hogar ruinoso donde reside qué enigmático dios, qué imagen capaz de colmar la memoria vacía y el vacío mismo de qué presencia inocultable. 





CON PALABRAS 
extraídas del idioma transparente
que ha gestado el verano en esta casa
te renombro;
con signos que son aire y son sendero
renombro ahora tu cuerpo entre las mieses,
la pérdida del sol en la colina,
el grito de la espiga que se rompe
bajo el aire caliente de esta luz.




LA ESTACIÓN en la que tu cuerpo se encuentra es la estación de los frutos dorados. Pronto llegará el otoño. 



LEO EL poder del centro de Rudolf Arnheim. Me llama poderosamente la atención el comentario de la extraordinaria pintura de Tiziano “Noli me tangere”:  El hombre y la mujer se acomodan en regiones separadas de los dos cuadrantes inferiores, pero la Magdalena quiebra la separación central por la ubicación de la cabeza y, especialmente, por la agresiva acción del brazo derecho, que se aproxima al protegido centro de la masculinidad del hombre. El bastón que hace de divisoria visual entre las figuras, no la intimida. Globalmente, la figura de la mujer es una configuración de cuña activa, que se arrastra por el suelo como una tortuga, pero reforzada por el brillante rojo de sus ropas. A esta identificación de la mujer con el color cálido responde el contrapeso frío del agua azul, que envuelve la cabeza del hombre. Su cuerpo reacciona ante la aproximación de la mujer con la concavidad de su retraimiento, expresado principalmente por la inclinación del torso. Pero esa inclinación posee toda la ambivalencia de una diagonal: si se interpreta en dirección descendente, parece que Cristo rehúsa el contacto, si en ascendente, parece que se inclina con gesto protector para recibir a la mujer. Los dos centros de este cuerpo, cabeza y pelvis, actúan de contrapunto para representar la ambigüedad entre las dos personas.




LA BELLEZA es el descanso estético de los sentidos.   




EL COLOR se enciende en las hojas hasta que cada una adquiriere su propio matiz en cuanto a maduración y forma: un florecimiento de  bordes aserrados, ocelos color ámbar, ramificaciones blanquecinas, vértices marchitos, amarillos y verdes construyen la identidad de lo que antes era sombra, masa, volumen negro. De este modo el  árbol deja atrás su oscura vestimenta, su verticalidad de centinela que respira la exhalación de lo que duerme y se convierte en  hacedor de aire, anfitrión de escarabajos y gorriones, orugas y mariposas de alas color bronce.  

La materia rinde servidumbre a la insalvable altura de los dioses



VIVIMOS, ESO es todo,
bajo el signo perpetuo del eclipse,
elevando la torre de madera,
la torre de anchas vigas
cuyo cuerpo traspasa la memoria
de aquellos que asentaron los pilares.

Clavamos las escalas en sus flancos
y ascendemos con cuerdas de cáñamo reseco
en la incesante búsqueda del verbo,
en la incesante búsqueda del dios.

Con manos empapadas
en pestilente grasa
vivimos, eso es todo, encaramados
al débil andamiaje de la torre,
envejeciendo,
tristes y verticales como muertos
que no hallan horizonte ni descanso
en la infinita danza del vacío.

Somos la aciaga pieza de la altura,
los péndulos humanos
que ascienden y descienden y engarzan los tablones
con clavos herrumbrosos y martillos.

La arena desconoce nuestros pasos.
La antiquísima piedra nos repudia.
El camino olvidó nuestras presencias.

En la incesante búsqueda vivimos
y en la incesante búsqueda elevamos,
bajo el signo perpetuo del eclipse,
la torre de madera,
la prepotente torre de anchas vigas
cuyo cuerpo ya nunca acabaremos,
pues la materia rinde servidumbre
a la insalvable altura de los dioses.

Diana




LA FLECHA
como un siniestro pájaro invisible
atravesó la espesa transparencia,
entró por la ventana
del hogar neblinoso
y palpó con sus labios de serpiente,
con su lengua funesta
la calma de la noche
interrogando acaso cada objeto
con su ojo de basalto.

Buscó en las sombras
los ejes de la casa,
el pasillo sin ángulos, la ruta
hacia el dos veces blanco
                                      mapa
de tu cuerpo.

Te encontró, finalmente
te encontró en la estancia,
sobre el tálamo exhausto de belleza,
en el lugar preciso
en que la flecha
se inmoló por la muerte
mientras tu propia muerte a medianoche
acontecía
como un siniestro pájaro invisible
trinando en tu garganta traspasada.

jueves, 26 de abril de 2012

Rambla-Divagación-Abril




LA RAMBLA se despuebla lentamente.

Anochece.

Coronas de humo blanco cubren la terraza, las enfermas cortezas de los árboles, la vieja Avenida Corcovado.

Toldos azules, naranjas y rojos atienden al designio de la brisa, se mecen en silencio como banderas que ya nada significan.

Un hombre de rostro triangular, borracho, pide una copa y grita: Si borráis el nombre romperéis el hilo.

El camarero, con un gesto que sería ofensa si el cansancio no lo tapizara de quietud, mira fijamente aquella sonrisa atroz y exhala una bocanada de aire repleta de silencio.

Por el cielo cruza el gigantesco dragón del frío.

A mi izquierda una niña se agacha, dibuja una cruz en la acera y desaparece con sus zapatos de charol rojo.

Hay situaciones que es mejor no plantearse.

Desde este lugar, aunque parezca imposible, puedo ver la textura cristalina de un ramo de estrellas.

Desconozco el nombre de casi todas las constelaciones, de casi todas las calles, de casi todos los hombres. Sólo sé que varias calles más allá, una y otra vez, una y otra vez se oye el eco rotundo de la fábrica nocturna.

No hay ninguna distinción entre aquel borracho de rostro triangular, este camarero cansado de bandejas o yo que miro los astros y atiendo al bramido de la fábrica.

No existe ninguna distinción entre borracho y fábrica, entre yo y bramido.

Cuando anochece cada uno de nosotros ( yo, el borracho y el camarero) percute sombras en la sombra e intenta modelar el cuchillo negro de su propio sacrificio, pero cada uno de nosotros (el borracho, el camarero, yo) siempre posterga el rito para otro día de cielo más gris, para otro momento de frutos más amargos.

Somos un aplazamiento.

Ahora un adolescente sonríe con la boca llena de raíces luminosas, hace ruido con su silla, bebe con lentitud de pobre y practica su belleza como un gimnasta practica ejercicios al atardecer. La estación en la que su cuerpo se encuentra es la estación de los frutos dorados, pero pronto le llegará el otoño y alguien le pedirá cuentas, le obligará a hablar y él, insensato, no sabrá qué decir.

El adolescente todavía desconoce que en todo hombre yace un idioma desconocido. No obstante bebe un poco de cerveza.

Rebaños de nubes grises se reflejan en los cristales del edificio que hay justo a mi derecha.
Si un oficinista abriera una ventana vería cómo se cuela una nube en su despacho. Pero a estas horas los oficinistas no existen o cenan muy lejos de aquí o bailan desnudos a ritmo de pianola antigua.

Sólo yo sé que imaginar es extender el aquí hasta su más extrema lejanía.

Sólo yo puedo saber cuánto hay de animal o de fábrica en la fábrica, cuánto hay de bramido en mi garganta, cuánto aplazamiento soporta el cuchillo que fue forjado a altas horas de la noche.

En la terraza de toldos naranjas, rojos y azules el borracho grita nuevamente. Su mirada se clava en la mirada que hoy llevo conmigo.

La mirada que llevo conmigo creyó una mañana entera en el infinito.

Un filamento luminoso se apaga en la última habitación del horizonte.

El camarero es un hueco lleno de pétalos que van cayendo sobre la rambla, un algo de alguien atestado de flores secas.

Mi mente piensa, sin por qué, en el enigma de una zarza ardiendo.

Alguien muy pronto llamará a los agentes para susurrar un nombre, para recomponer el hilo.

Busco en mi interior algo más hondo que el silencio y encuentro una caja de tiempo más antigua que mi sombra.

Desde aquí, aunque parezca imposible, se divisan algunas estrellas; desconozco las constelaciones como desconozco el mundo que hay más allá de la rambla, más allá de estas mesas, más allá de la mirada que confió en infinitos y fue buena y fue bella.

No tengo abrigo para tanto frío, para tanta terraza, para tanto despoblamiento.

Estas palabras híspidas y duras, crudas y directas se cansan de mi tinta y mi puño, giran en un último golpe de luz y luego se apagan como farolas al amanecer.

Mira, adolescente, cómo la noche se cubre de cenizas y débiles acentos cristalinos.

Mira, Ganímedes, la corteza enferma de los árboles, la patina de polvo que cubre las estatuas, los muros amarillos del manicomio.

La sirena de una patrulla florece en los ángulos del sur.

Hay situaciones que es mejor no plantearse.

El adolescente deja de sonreír, se incorpora y avanza hasta el horizonte gris de Avenida Corcovado.

En el bolsillo de Alguien tintinean unas pocas monedas de cobre.

Vivimos en la memoria de un dios incomprensible, dentro, muy dentro, a veces hundidos, otras veces flotando, pero siempre dentro, muy dentro.

Completamos un ciclo como esa flor completa su muerte cayendo en la acera.

Cae el telón.




Apuntes XIX seguidos de carta-comentario del traductor José Anibal Campos





THEODOR W. ADORNO: El aislamiento del espíritu de la ocupación económica lleva a la ocupación espiritual a la cómoda ideología.*(ver carta-comentario de José Anibal Campos) 




ES DE sobra conocido que para que se produzca un cambio de estado físico en la materia se necesita una modificación energética determinada. Asimismo, trasladando este concepto de proceso al plano de la crítica socioeconómica, obtenemos que para que tenga lugar ese estado de equilibrio del que, aparentemente, gozan las naciones occidentales, es necesario un presupuesto energético sostenido, entendiendo presupuesto energético como la gestión eficaz de los poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) sobre los que se asientan las naciones de derecho.
             No obstante sólo necesitamos echar un raudo vistazo a la práctica del derecho occidental para descubrir que la distancia entre presunción teórica y praxis es más que evidente, como si un físico asistiera a la solidificación de un estanque de agua en pleno desierto. Esta descompensación de poderes, cuyos ejemplos son tan evidentes que ni siquiera se hace necesario mencionarlos, asevera que el presumible estado de equilibrio promulgado como estatu quo por las clases políticas no es más que un constructo hueco, una máscara que sólo oculta el rugido y el ensanchamiento de los estómagos financieros, quienes hoy por hoy consumen la mayor parte de la energía necesaria para que la materia de las naciones se encuentre en estado de practicar un derecho justo y dignificante.




SI EL desarrollo capital de las naciones se ha convertido, como bien apuntó Keynes, en un subproducto de actividades de casino, los contribuyentes de tales naciones ya no son más que meros adictos cuyas apuestas, absolutamente condicionadas por la necesidad inflexible de consumo, los mantienen sumidos en una profunda mansedumbre con respecto a cualquier acción que no sea la de adquirir bienes a través de las relaciones de deuda, ya que cualquier “gasto” energético que se encuentre fuera de los cauces del mercado se considera, a través de los medios de propaganda y aleccionamiento, un esfuerzo baldío y excéntrico.




DEBEMOS TENER claro de una vez por todas que el consumidor irrefrenable, ese hombre-que-adquiere y que, por lo tanto, ha hecho del acto de adquisición un fin por sí mismo, ha sido transformado, en los últimos cuarenta años de neoliberalismo, en un nuevo tipo de capital cuyo fundamento de ser es la deuda; un nuevo tipo de capital que, por encima incluso del dinero, ha fomentado el crecimiento exacerbado de la actividad especuladora, la cual, al no encontrar límites fiscales que regularan su expansión, ha acabado por irracionalizar el comportamiento de los mercados, inyectando en su propio torrente un veneno al que no es inmune y que corroe la base misma de su estructura: la solvencia del consumidor, la dignidad del adicto.




SÓLO CUANDO es necesario maquillar el despiadado rostro de la tecnocracia con los colores del sufragio democrático surge un político y nos habla de su partido.





*CARTA-COMENTARIO de José Anibal Campos:


QUERIDO SERGIO, QUERIDO AMIGO:

Desde que nos conocimos, a través de nuestras innumerables charlas y encuentros, mi admiración por tu persona (en primer lugar) y por tu escritura, la de un autor con una madurez y una inquietud intelectual asombrosas para su edad, ha ido en constante aumento.

Y ahora veo en tu blog que estás dedicado a lectura de Adorno.

Eso, lo digo sin tapujos ni sensiblerías, me emociona. He leído mucho y con pasión a Adorno. Dialéctica de la Ilustración me parece un libro fundamental en el ideario del siglo XX. Por lo que he visto de ti, por lo que he percibido en tu obra y en tus reflexiones, estoy casi convencido de que sacarás un buen provecho de esas lecturas.

Y es de suma importancia leer a Adorno de nuevo en estos tiempos, revisitar su obra, y hacer un recorrido bien atento por esas galerías del pensamiento.

La obra de Adorno (y de buena parte de la Escuela de Fráncfort), contiene elementos de un verdadero pensamiento liberador, gracias a su mirada crítica (a veces legítimamente furibunda) a la sociedad capitalista del entretenimiento, de la narcosis de masas, al enmudecimiento del debate intelectual. Eran las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta, sobre todo, un periodo en que la Guerra Fría condicionó a los poderes del capital a lavar el rostro del sistema y a darle unos retoques de maquillaje con medidas de tipo social, en aras de su propia supervivencia (porque se le echaban encima las protestas de los jóvenes estudiantes en el París y Berlín del 68, al tiempo que en los Estados Unidos una buena parte de la sociedad reclamaba derechos civiles, libertad sexual, participación).

El capitalismo más feroz, entonces, se agazapó, aparentemente levantó las orejas, pero hizo oídos sordos, y fue diluyendo, con astucia, todos aquellos reclamos de un pensamiento liberador en la gaseosa coca-cólica del entretenimiento, aislando así a los intelectuales que pedían ser escuchados en serio. En los sesenta, por ejemplo, un autodidacta como Guy Debord, con su Manifiesto Situacionista, denunciaba ya desde París la fantasmización del intelectual, y lamentaba la ausencia de un verdadero debate enriquecedor, siempre eludido con el propósito de favorecer a una "cultura del espectáculo". Otra vez, el potencial asimilador del capitalismo oyó el reclamo y lo desvirtuó, convirtiendo aún más a los intelectuales en fantasmas que aparecen borrosamente en una pantalla. Los propios intelectuales – o muchos de ellos, en su ego desmedido—, se dejaron engatusar por los poderes establecidos, ya fueran políticos, económicos o incluso académicos, porque al final todos los poderes terminan convergiendo. (Cuando en Cuba, por ejemplo, el "Origenismo" entró en la Academia, se convirtió en basamento intelectual del nacionalismo represor castrista. Aquí, por su parte, pueden percibirse varios acordes de una metafísica insular que, quiéralo o no, sirve o servirá de base a la parte menos liberadora, la más rencorosa, de los discursos nacionalistas).

Han transcurrido varias décadas desde entonces, décadas de una orgía de lo banal, y hemos desembocado en este desmontaje absoluto de aquel cosmético que otorgaba al capitalismo un rostro aparentemente más humano. La capa de polvo se está resquebrajando de la bonita máscara y está dejando ver su mueca burlona y siniestra.

Y no creas que lo banal está solo en formatos televisivos como  Gran Hermano o Quién quiere ser millonario. Se pueden escribir alejandrinos perfectos y perfectamente banales en revistas de exquisito y banal diseño. Por otra parte, un campesino o un obrero sin estudios pueden escribir en la red o en un trozo de papel una frase lapidaria, llena de faltas ortográficas y sintácticas, pero cargada de sentido. A mí, como intelectual (incluso como traductor), me interesa el todo, pero, obligado a escoger, me interesa más el sentido que la perfección métrica.

¿Qué pasa ahora?

Precisamente cuando vivimos una especie de Nueva Santa Alianza (ya no dirigida por Metternich, sino por Merkelnich), cuando, en medio de la euforia de los carroñeros ante el cadáver legítimamente sepultado del totalitario comunismo de Estado, cuando se hacen recortes sociales por todas partes (en nombre incluso del bienestar de todos), cuando, incluso, se programa una ley que recorte los derechos de reunión a través de las redes sociales, empiezan a escucharse las voces trasnochadas de algunos intelectuales conservadores o abiertamente de derechas (o incluso falsos intelectuales de falsas izquierdas, autoritarios agazapados, de mayor o menor ralea), reclamando, precisamente, aquello a lo que la derecha hizo oídos sordos en los sesenta y setenta: la presencia del intelectual en el debate público, en la orientación del pensamiento de todos. Eso sí, reclaman para ello recuperar el intangible elitismo de los intelectuales, como en la República de Platón, o, sobre todo, como en la época de la Santa Alianza.  ¿Crees que una cosa no está relacionada con la otra? Pues yo, amigo mío, creo que lo está. El reclamo de un elitismo intelectual en el momento en que los sin voz solo cuentan con las redes sociales, en una sociedad cada vez más estandarizada por los medios, casi todos en función del capital y del poder, resulta cuanto menos sospechosa. Ahora mismo, un adalid del neoliberalismo, un intelectual conservador como Mario Vargas Llosa (fabuloso narrador de fábulas), está reclamando en un nuevo libro ese elitismo intelectual. Empieza a expandirse el miedo a la capacidad democrática que ellos mismos fomentaron (antes en aras de silenciar al pensamiento profundo y liberador), y pretenden ahora borrar también la posibilidad de cualquiera de colgar sus ideas en la red (porque es tal vez desde allí desde donde pueden llegar las ideas y los movimientos liberadores).

Recuerda, mi gran amigo, Adorno no es simplemente un "adorno" para dar cierta legitimidad a un texto, y mucho menos deben usarse sus ideas para encubrir otras intenciones, ya sea por perfidia o por falta de inteligencia. Aunque, a decir verdad, ojalá solo sea lo segundo, porque la falta de inteligencia es mucho más fácil de denunciar que la perfidia: en algunos casos, basta echar una ojeada a ciertos textos pseudoteóricos y a ciertos poemas que llevan la misma firma para notar que los versos no son precisamente una prueba del pensamiento liberador propugnado en la teoría. Es preciso hacer una lectura atenta de Adorno para comprender y combatir con las ideas lo que está pasando. Puede que ya estemos en el momento en que, como decía Brecht, «una conversación sobre árboles es casi un crimen, porque implica callar sobre tanta miseria».

Yo creo que tú estás a la altura de esa atenta lectura.

Te quiere


                 José Aníbal Campos          

Apuntes XVIII




LA MEJORES réplicas son aquellas que, una vez zangada la disputa y desvanecido todo nexo dialéctico con el otro, impugnan, normalmente a altas horas de la noche, nuestra soledad, obligándonos a construir el espectro de un rival imaginario ante el cual salimos siempre airosos y, a su vez, vergonzosamente resentidos con nuestro propio silencio.





EN LA medida en que podemos conocer somos el lugar del universo donde éste toma consciencia de sí mismo.




IMAGINAR es extender el aquí hasta su más extrema lejanía.




LA RESPIRACIÓN nocturna de este bosque se transforma, al amanecer, en una capa de niebla de color esmeralda, un telón de velos translúcidos, aparentemente superpuestos, entre los que se erige una caligrafía secreta y deliciosa cuya expresión, grácil y robusta como el eco de un pájaro sagrado, es ese majestuoso silencio que sólo ciertos árboles pueden representar.




BENEDETTO CROCE en Brevario de estética: «El ritmo y el metro, los ecos, las rimas, las metáforas que se confunden con las cosas metaforizadas, los acordes de colores y de tonos, las simetrías, las armonías, todos estos procedimientos que los retóricos han tenido la equivocación de estudiar de modo abstracto y de convertir en cosas extrínsecas, accidentales y falsas, son sinónimos de la forma artística que, individualizada, armoniza la individualidad con la universalidad que en el mismo acto se universaliza.»




LA FRAGILIDAD de esos hilos que tejen las arañas entre las ramas, expertas como son en geometría y sutileza, echan por tierra toda nuestra arquitectura, nos convierten en meros creadores de obstáculos.




VEO UN gorrión y necesito ser humilde.





sábado, 14 de abril de 2012

Apuntes XVII



EL ORGULLO es una fuerza centrífuga que se consume sobre su propio eje.







HAY POEMAS que merecen mi respeto sólo por lo que el oído me dice de ellos.






OTRA FORMA de aseverar la evolución es extirpando del hombre su capacidad para la vivencia estética, ya que, automáticamente, obtendremos algo semejante a un simio pretencioso encerrado entre cuatro paredes de cemento, lo cual no dista mucho, la verdad, de ciertos funcionarios públicos del ministerio de economía.





ESTAMOS EN el templo. Alguien ha muerto. No sabemos quién. Aquel hombre muy viejo nos dice, mientras aplasta el sombrero de fieltro contra su pecho, que ya las imágenes no importan. Asentimos y continuamos mirando al frente: un espacio indefinido repleto de objetos que nuestros ojos no reconocen porque, quizás, nunca han existido. Al poco aparece una anciana vestida de luto. Con una cerilla muy larga en la mano derecha prende un cirio de color rojo. La luz que se abre paso a través del templo toca mis retinas con ímpetu de relámpago. Mientras la llama disminuye y su color se vuelve anaranjado giro el rostro y te observo. Un ramillete de sombras se estremece sobre tu rostro como si una máscara fatalista se colocara delante de él, aunque sé que tras la máscara tú permaneces inmutable y, también, bella, dolorosamente bella. Entonces comprendo lo que sucede y sé que nunca podré ayudarte. 





LA ÚNICA fuerza que es capaz de engendrar a través de la transgresión es el deseo.





ESE HOMBRE que nunca se inclinó para brindar su mano izquierda en señal de ayuda se equivocará cuando eleve su mano derecha en actitud de juicio.





ÉL SE levanta y aparece en el umbral. La habitación que hay detrás queda vacía. En el salón blanco el hilo de arena del reloj que está sobre la mesa se detiene y brilla como si de un filamento se tratara. Él se aproxima a la mesa y, armándose de sombras, arremete contra el reloj. Lo lanza al suelo con violencia. Sonido de tiempo que se quiebra. Entre los fragmentos de cristal y los informes dibujos de arena roja, la aguja luminosa: el testimonio de qué instante suspendido. Él, seguidamente, se arrodilla, recoge la aguja y la guarda en el bolsillo de su chaqueta. Tras incorporarse avanza hacia el umbral que da al jardín. Sale de la casa con andar pausado y, antes de llegar a la herrumbrosa pérgola, desaparece entre exhalaciones de magnolias, clemátides azules, espumosos mirtos.    





ENTRO EN la estancia del tiempo buscando el retrato del padre.