viernes, 4 de mayo de 2012

Biblioteca-sangre arrebatada-música de esferas


Exhausto del insípido prócer nobiliario,
del herrumbroso maestrillo
y la confesión académica del loro
la biblioteca era el lugar,
el único lugar donde erigir
una vocación literaria y eficaz
que extendiera hacia el futuro
sus cuarteles de luz invulnerable.

El gélido edificio Bauhaus,
las sangrantes palabras
del funcionario alcohólico
y la sabiduría, ingente y accesible,
en aquellos polvorientos catálogos
que iban de Adorno a Zaratustra.

Cuántas horas mi cuerpo
quebró algo más que su belleza
en las chirriantes sillas de incómodo plástico,
modelando versos, líneas poéticas, soeces ripios.

Cuántos relojes observé
quebrarse contra el mar de la nada
perdiendo el aire a golpe de soneto
que no iba más allá de la pirueta.

Imposible construir un pensamiento
sin la biblioteca como fondo
de esos años luminosos
en los que uno creía en el idioma
narcótico y salvaje
de todos los demonios.

La veo en octubre contra el cielo
inflamado de lluvias,
en junio cuando la abuela
decidió sucumbir a su silencio
y por primera vez me sufrí igual que un hombre.

Sí, biblioteca pública,
escucho ahora tus contornos,
tus ojos de acero impenetrable,
tu mármol tremendista y tu vidrio
                                                y te pregunto:

Cómo permanecer en los cauces del estilo,
no traicionar lo abstracto, el humus poético,
la tradición órfica del grillo
que perfora la luna a mandíbula batiente;
cómo hacerlo, dime,
                              si aún ahí te encuentras,
si aún ahí te hallo,
                          concreta y blanca
junto a la autovía del tránsito y la furia;
mole de aristas sofocantes
que coronas un campus aséptico,
                                                 inaccesible
para aquellos jóvenes del año
                                           1984.

El espeso olor a celulosa y tinta muerta,
la iluminación de Rimbaud, hijo de Baco,
a quien consideré mi espejo en otro siglo,
la sentencia dorada de Horacio,
los oscuros crespones en el cuello
de las palomas de Auden,
el hombre que se sufre solamente
y al que llaman Vallejo de raíz César...

Anaqueles ocultos en remotos
                                             rincones
donde nos encontrábamos frívolos amantes,
adolescentes oscuros
en busca del fornicio y la noche,
de la intempestiva bohemia
y la actitud promiscua e impostada.

Cómo permanecer, te pregunto,
siendo joven todavía
si ahora evoco mis tiempos en tu seno
cuando uno creía con fiereza
que era posible vivir de resplandores,
vocación, sangre arrebatada,
                                           música de esferas.


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