martes, 11 de junio de 2013

El necrólatra espera, junto a la cama del moribundo, el momento de veneración.

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Al aforismo no le importan las distancias, guarda toda su fuerza para ir a las profundidades.

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Ay de aquellos que lo ven todo claro, sin fisuras, tal y como creen que es; la fuerza de lo evidente los ha enceguecido.

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Cuando algo se vuelve, para nosotros, inexpresable, significa que hemos tocado la frontera de nuestro propio lenguaje.

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El ciudadano medio busca justicia, el pobre la espera y el rico la esquiva.

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Nada más ridículo que esforzarse, hasta la extenuación, por no hacer el ridículo.


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Un país en el que la lágrima efectista y afectada de una abuela tiene más peso social que la muerte de un poeta.


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A los bárbaros les resulta molesto, casi insoportable, escuchar una conversación entre personas civilizadas.

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Cuando el poeta se propone generar palabras precisas y profundas, normalmente se queda en la superficie de lo que quiere expresar.

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También «asfixiarse» pertenece al campo semántico del aire.


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La pobreza moral es el fracaso de cualquier humanismo.

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La palabra de Dios satisface a los pobres, pero no los alimenta.

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Iglesias transformadas en máquinas de humo.


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Desconocemos nuestro origen y el de todo aquello que nos rodea; somos bastardos del universo.

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La búsqueda de placer genera controversia.

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Cuando el creyente apela a Dios es porque sabe, en el fondo, que dentro de un concepto vacío la autocompasión puede reinar a sus anchas.

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Durante la Revolución Francesa, la guillotina ejemplificó el límite al que es capaz de llegar la práctica de una ideología.

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Al encontrarse con aquel viejo amigo y mirarlo a la cara, se percató de todo el tiempo que había pasado, pero no por su amigo, sino por él.

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Gran parte del talento de un escritor consiste en imitar a otros sin ser advertido.

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¡Poeta, cuando andes con filólogos, escúpeles silencio!

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Lo único que sabe la poesía del lenguaje es que lo necesita, pero no tiene ni la más remota idea de por qué lo necesita.

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Y, desgraciadamente, el hombre pasó por la poesía.

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Contra las prefiguraciones, voluntad de complejidad.


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El susurro que recorre los mausoleos.

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El gusto por la obviedad hermana a los necios.

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Al margen de los puntos comunes necesarios para la comunicacón, cada palabra posee, en cada hombre, un sentido único. Y es este sentido único, precisamente, el que opera como seno de muchos de nuestros errores.


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El arte posee el mismo género que el suicidio; es una alternativa a la realidad, aunque menos radicalizada.

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El tufo burgués se incrementa hasta la náusea en aquellos que, sin ser burgueses, acatan dicha condición a modo de pose.


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Soy un exceso de flaquezas.


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«Los hombres no son dignos de mi cordura», dijo el loco.

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Cuerpo, correlato de sombras.

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Cuando la amistad se ancla a los recuerdos, ésta se detiene hasta morir.


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Sólo hace favores para que hablen bien de él. Vive, feliz, en la Cumbre de los Ególatras.


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Que las huellas de un hombre desconocido no sean tu sendero.


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Destino, ser humano.


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Atraviesas, descalza, el jardín de los cristales preciosos.


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Infantes marchitos por el yugo del sexo.

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A finales del siglo XX, coincidiendo con la masificación mediática, nuestras sonrisas comenzaron a ser creadas en serie.

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Después de abrazarse, les fue imposible reprimir un leve, casi imperceptible ademán de rechazo.


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Desconócete a ti mismo, escupe contra el lema del oráculo, sé enigma.


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En la mente del animal salvaje, el hombre aparece como animal salvaje.

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Entre el pasado y el presente el hombre idea su futuro.

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Necesitamos, a toda costa, dominar la naturaleza, ejercer poder sobre ella hasta reemplazarla por el orden de lo artificial; queremos, por lo tanto, elevarla al altar del sacrificio y darle muerte, como si se tratara ésta de un animal salvaje que, durante mucho tiempo, ha estragado nuestro progreso, devorándonos.

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Cuídate, piedra, del hombre, pues incluso los seres inertes son objeto de su sed de venganza.

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Iluminarse hasta la cumbre de la calcinación.


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El artificioso gusto de los diletantes.

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El corazón ideológico de la masa ha sido sustituido, formidablemente sustituido, por una garganta sedienta de espectáculo. Y lo peor de todo es que dicha sustitución no sólo proviene del régimen de poder al que la masa está sometida. En la época actual, donde el discurso de la complejidad se impone con toda su riqueza y su fuerza, pensar en líneas de acción unilaterales es, como mínimo, una insensatez. El corazón de la masa ha sido extirpado, es cierto, pero también es cierto que la pasividad inexcusable de esta misma masa es la que ha permitido que ahora, dentro de su pecho, reine un grito esclerótico que ya sólo sabe alimentarse de circo. Reclamar un poco de pan es, para esta masa estúpida y vocinglera que se agolpa en las calles, un acto vergonzoso y mendicante, una aberración que debe mantenerse en secreto, tras la puerta blindada del individuo que, en su constante necesidad de evasión, se diluye en la colectividad con la esperanza de que su hambre también lo haga.

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Sabe muy bien que el dominio de la palabra conduce al acomodamiento. Por eso, aunque ha escrito muchas palabras, siempre se ha esforzado porque cada una de ellas contenga un pequeño error, una leve transgresión que lo conduzca, una y otra vez, a recomenzar desde cero.


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