jueves, 30 de agosto de 2012

Apuntes XXXIV




MIENTRAS SIGAS apostando por la normalidad todo seguirá igual.





SI ALGÚN día fuéramos lo suficientemente humildes como para tener claro que hay caminos falaces en la ruta del entendimiento y que la doble hoja del decir nos conduce, una y otra vez, a un abismo donde lo que comunicamos no es más que el resultado de un sacrificio de ideas y matices, entonces, ese día de clarividente humildad será el último del hombre y el primero del silencio.





EN EL corazón del habla se extienden bosques de ideas sacrificadas.





LAS RELACIONES de poder que se dan dentro de una ideología vigilante y castigadora, dentro de un discurso incapacitado para tolerar posiciones de pensamiento en sus márgenes (veamos cualquier régimen dictatorial que haya acontecido durante la historia moderna), engendra, mientras abole el derecho natural y se arroga el derecho positivo, un complejo mapa de tensiones internas del cual no tardan en florecer ciertas células de disidencia que el sistema mismo, en su posición ostentadora de una verdad unívoca, acota y trata de exterminar mediante el uso de la violencia; violencia, eso sí, que los aparatos de propaganda del Estado valorizan como poder moral o búsqueda de equilibrio social. Ejemplos de ello fueron las purgas ordenadas por Hitler dentro de su propio partido, desde la Noche de los Cuchillos Largos hasta las "cribas" que tuvieron lugar después del atentado de 1944 perpetrado por Claus von Stauffenberg, así como la Gran Purga stalinista que sucedió a finales de la década de los treinta, también llamada Era de Yezhov, durante la que cientos de miles de miembros del partido comunista fueron detenidos y asesinados o conducidos a los temibles GULAG.
        Tales fallas internas, tales grietas, innatas a las dictaduras sean de la índole que sean, creo que deben conducirnos a una redefinición del concepto totalitarismo como fuerza supraestructurar y homogénea, como monismo político inexpugnable donde el Estado controla al ciudadano mediante su anulación como individuo. Y es que esta categorización, este encuadrar un determinado régimen político dentro del totalitarismo nos conduce a la falacia de la omnipotencia y la invulnerabilidad como si de una realidad factible se tratara (no olvidemos que fue Mussolini quien empleó dicho término, no sólo por primera vez, sino desde el ámbito de la grandiosidad y la perennidad de su propio Estado) erigiendo la percepción del totalitarismo como erige el niño su temor a la oscuridad.
        No obstante, hoy por hoy, sabemos muy bien que el monstruo es tal porque se alimenta de nuestro grado de creencia en él; existe como constructo mental o, en el caso del totalitarismo, como constructo social cuya fuerza de seducción negativa puede llevar con facilidad a la percepción que poseen los pacifismos maniqueos; esa farsa en cuanto a intención de progreso que, si bien fueron vigentes en un determinado momento del siglo XX, deben mutar cuanto antes hacia un ámbito sociológico más complejo, revisitando y volviendo a contextualizar obras como The Struggle Against Liberalism in the Totalitarian View of the State, de Herbert Marcuse, o  Behemoth: La estructura y la práctica del Nacional Socialismo, de Franz Neumann, o Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt. 
        Y es que  evadiendo en la medida de lo posible ese efectismo de conciencia que se limita a señalar la pila de cadáveres, el charco de sangre, la mutilación... lograremos reducir  cualquier conducta histórica que implemente el miedo en el tejido social. Digo esto, claro, desde la línea de sentido historicista que se proyecta hacia el futuro, ya que al desprendernos de esa idea de infranqueabilidad que posee el concepto totalitarismo, al cobrar conciencia de que una definición no es más que el marco de un proceso, la acotación de un continuo, abriremos un abanico de posibilidades que nos conducirán a consideraciones históricas ampliamente desprejuiciadas, consideraciones que, una vez transformadas en instrumentos, nos servirán para enfrentarnos a esos sistemas de vigilancia y castigo que todavía hoy perlan el mapa sociopolítico de nuestro mundo, ridiculizándo su supuesta valía desde la base misma del sistema, esto es, desde el panorama educativo.
        No, no podemos, insisto, continuar circunscribiendo el totalitarismo a la esfera del mal absoluto y homogéneo, sino a la esfera de lo ridículo y absurdo, ya que sólo así lograremos inhabilitar la posibilidad de futuro de cualquier sistema que en su búsqueda de poder agreda frontalmente las libertades tanto colectivas como individuales.   




-SI QUIERES escribir con inteligencia sobre la belleza debes huir de lugares comunes, -dijo el maestro. 

El alumno, entonces, se apresuró a plasmar en el papel el nombre de una mujer muy hermosa, pero desconocida para su maestro y para el resto de miembros del Liceo. Luego sonrió con picardía.

El maestro, sosegadamente, dijo: 

-Querido, no olvides que el ingenio es el lugar común de la inteligencia.   


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