miércoles, 17 de octubre de 2012

Apuntes XLIII








ANDRÉS SÁNCHEZ ROBAYNA: «...el poeta busca una moral de la imagen, un destino moral para sus imágenes.» 






LA SOLEDAD de un concepto que no obtuvo definición y al que ahora sólo le queda vagar por los idiomas, de lengua en lengua, mendigando un rincón de diccionario.





RECUERDA QUE sólo estás en una imagen de lo que eres.





ABANDONO UN libro (Diálogo de heteras de Luciano de Samósata) entre las frutas de un puesto del mercado y me aparto varios metros. Cuando se aproxima la hora del cierre veo una señora de edad muy avanzada que extiende su mano hacia el libro y lo coge. Seguidamente lo huele como si de una manzana se tratase y, después de cerciorarse de que nadie la está mirando, se lo lleva al bolso, satisfecha. Luego la anciana, con pasmosa serenidad, compra plátanos, aguacates y peras. Cuando sale del mercado introduce una mano en el bolso, saca el libro, se detiene para olerlo otra vez y, con un extraño gesto de repulsa, lo arroja a la primera papelera que encuentra. Los caminos del hombre son inescrutablesme digo, en tanto voy hasta la papelera y hundo mis manos en ella. No sin cierto apuro imagino lo que diría de mí un conocido o un pariente que me descubriese, en este momento, buscando un libro entre latas de cerveza, pañales de bebé y colillas; un libro en el que, además, sólo aparecen prostitutas.







FRANCISCO UMBRAL: «Estoy oyendo crecer a mi hijo.»






SU CORAZÓN se desenvuelve con la soltura de las garzas. 






DE IGUAL
a igual
transita, 
cuerpo,
EL 
cuerpo 
des
   truído 
de la espiga;


de igual
       a igual
pro
núnciala
y abre,
al 
filo
de la luz,
EL 
secreto
que,
de igual
a igual,
       rige
-piedra-
EL 
ávido
fondo
de lo ya,
para sí,
estéril.
     





CABRÍA IMAGINAR una religión que rinda culto a los espacios y que considere la luz como una divinidad; una religión cuyos fieles orasen con los ojos muy abiertos frente a estepas, valles, océanos, montañas... La arquitectura, en este nuevo culto, ocuparía el lugar de la blasfemia. Asimismo, palabras como ciudad, claustrofobia, ascensor o alcoba se encontrarían repletas de connotaciones infernales. El sacerdocio recaería sobre aquellos que nunca han necesitado un techo para vivir, especialmente en los vagabundos. Además, los hombres incapacitados para ver serían considerados místicos, ya que sólo ellos accederían al sentido oculto de la divinidad, siendo,  a su vez, los únicos que pueden dormir cerca de los bosques, en cabañas cuya altura nunca podrá superar la de los árboles.






FRANCISCO LEÓN: «Piensa en un planeta alejado a millones de años luz de cualquier otro. Piensa que ese planeta se separa de sus hermanos y viaja en solitario hacia las profundidades incognoscibles del universo, que arde en llamaradas mientras gira hacia el abismo en un ritual de auto-incineración fuera del alcance de los telescopios más insidiosos. Arde para sí mismo hasta agotarse como una vieja estrella gélida, abandonada en la oscuridad. Eso has de ser.»






UN ARMA es la prolongación más brutal de la soledad humana, por eso todos se alejan de quien está a punto de disparar.






VIVO EN un sexto piso. Cada piso tiene siete apartamentos numerados. Cada uno de los seis pisos es idéntico, al igual que cada puerta, la única diferencia son las letras y los números que hay grabados en las pequeñas placas que coronan los dinteles: desde el apartamento primero A hasta el séptimo G. Yo me encuentro en mi  apartamento, solo. Hasta hace dos años y medio vivía con tía Emily, pero ahora ella está muy vieja y vive en una residencia, lo bastante loca como haber adoptado como mascota un cojín. Es medianoche. Estoy en la cama desde las diez, en un incómodo estado de duermevela. De pronto un sonido punzante me devuelve a la vigilia. El sonido dura unos cinco segundos, pero como no puedo asociarlo a una fuente conocida, me sobresalto. Enciendo la pequeña lámpara. Busco mis gafas para cobrar seguridad sobre mis actos, para poder profundizar con la vista en la procedencia del desconcertante sonido. Después de unos treinta segundos vuelve esa punzada metálica y espesa. Mi imaginación estalla entonces impelida por el miedo. Un bebé que se ahoga en silencio. Una rata atrapada en una cañería. Un ladrón que intenta forzar la cerradura. Me incorporo de la cama y voy encendiendo todas las luces del apartamento. Luego enciendo la televisión y subo el volumen hasta el nivel sesenta. El sonido vuelve, con la misma intensidad, con la misma precisión que lo torna no identificable. Fugazmente pienso en los escalofriantes relatos de Poe, pero detengo las piruetas de mi imaginación y miro por la ventana, dentro de la nevera, en la boca del calentador, en los sumideros y los grifos del baño y la cocina... Nada. No encuentro nada que pueda provocar ese sonido tan ambiguo como terrorífico. Durante varias horas doy vueltas por mi apartamento. El sonido continua y continua, imperturbable. Al cabo, me derrumbo entre los cojines del sofá y, resignado, me dejo vencer por las tretas que la mente hilvana para caer en el sueño, aunque tales argumentos no tardan en desmoronarse cuando, justo antes de sucumbir, recuerdo el cierre hermético del recipiente de café y también la cabeza del pequeño yorkshire que, hace ya tres años, le escondí a tía Emily allí dentro.






-MAESTRO, HE oído decir que, a veces, la vida nos entrega una versión más luminosa de sí misma.

-¿Y al respecto tú qué dices?

-De niño, en la Península de las Garzas, fui muy dichoso. 

-Pues entonces esfuérzate, querido, para que la sombra más profunda que te conceda
 la vida sea esa, sólo esa.

Esa noche el maestro lloró.

No hay comentarios:

Publicar un comentario