martes, 4 de diciembre de 2012

Apuntes LV

Desde que comencé a escribir he creído que el poeta auténtico, no el charlatán de su propio ego, adolece de cierta capacidad coherente de entendimiento, ya que sólo a partir de una carencia así puede estructurarse una manera de aprehender que no requiere de la ratio. Porque el poeta auténtico acumula, del universo de estímulos que lo circunda, fascinaciones, esperanzas, desencantos... sustituyendo la posibilidad de entender o, mejor dicho, la posibilidad de enunciar el mundo, por ese contener mundo dentro del fuero de su perpetuo interrogar. Y aunque el poeta, en su ejercicio, no sea capaz de elevar una enunciación (un verso, desde mi punto de vista, no es un enunciado, sino un óvulo en perpetuo estado de gestación), debo señalar que nada hay que, a su vez, no sea decible para el poeta, pues el sentido que éste posee de lo decible es un espacio de sagrada frustración que, por medio del interrogante, lo obliga a girar constantemente, fallando siempre a favor de la esperanza de decir lo que debe como si de una oración se tratara


*


Fertilizado por el vigoroso huracán de la feminidad.

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Poco a poco los signos fueron petrificándose en su mente hasta enmudecerlo. Ahora necesita un martillo para hablar.


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No dejes de pensar en la semilla
que en mitad de la noche has extirpado;
redúcete a su centro, pues ahora te conoce
igual que tú conoces la raíz de su materia:
el origen del fruto:
la naranja cayendo
contra el suelo podrido de hojarasca.

No dejes de pensar en su silencio;
desde el amanecer hasta el crepúsculo
convoca su sentencia,
pues ahora la semilla te conoce
y una palabra suya bastará
como basta la piedra contra el hueso
para vencerte.



*


La gracia del que cae está en la rapidez con que se eleva.






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