domingo, 30 de septiembre de 2012

Expresión fonénico-simbólica sobre sucesión de Fibonacci para Séismogrammes I y II de Henry ‬Pousseur






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Apuntes XXXIX



SUFRIR NO puede convencernos. 




NOBLEZA DE la nostalgia: que las alas de la gratitud cobijen lo inolvidable.




ACTO DE insuperable crueldad: entregar al futuro un ser que, tarde o temprano, conocerá el frío.




AL MENOS una vez al día mirar a los hombres como si fueran desiertos.




MIENTRAS ELLOS buscaban una posición él tejía una estrategia. 




CIENTOS, MILES, millones de hombres reunidos en torno a un sólo fuego y hablando, sin parar, consigo mismos. Los diálogos, aquí, emergen por coincidencia entre monólogos, pero realmente nadie se dirige a nadie, nadie habla con nadie. Al cabo de un tiempo el fuego pierde fuerza, la profundidad de la noche se acentúa y crece el frío. Cientos, miles, millones de hombres amenazados por la inminente extinción del fuego, pero incapaces de cooperar entre ellos, incapaces de reavivar la hoguera.




EL DESEO exige, el amor dialoga.




CUANDO GASTEMOS todas las sonrisas cualquier gesto parecerá un despilfarro. 

Apuntes XXXVIII




LA CIUDAD es el escenario de un tránsito atroz que nadie ha logrado comprender. Ella planea tus pasos, dispone innumerables esquinas para recortar la voluntad de tu sombra, crea reductos para que tu sexo yazca tranquilamente y para que tu estómago calme su vorágine. La ciudad te entrega la torturada imagen de un mendigo como una amante te entrega un ramo de flores, esto es: para que no dejes de pensar en ella, para que siempre recuerdes su importancia. En la ciudad un hombre de gafas prepotentes te empuja una y otra vez, haciéndote cómplice de su propia mortalidad, y una mujer de voz aflautada y nalgas amarillas te reprocha acontecimientos que no conoces, blindada dentro del cubículo sucio de su estanco como un loro en su herrumbrosa jaula. Yo sólo quería un mechero, dices entonces, avergonzado, en tanto vuelves la vista a la calle, sí, la calle; porque la ciudad se llama ciudad en la distancia, con perspectiva, pues cuando uno se encuentra dentro de ella, entre sus cables roídos y sus olores a restaurante chino y mierda de perro, la denomina calle, así, llanamente, como si decir ciudad fuera un acto demasiado solemne, un exceso ridículo e impropio de nosotros, los hijos de vecino que compran periódicos y bebén café y se masturban entre comidas. Quizás eso de decir ciudad y no calle sólo puedan permitírselo los ricos potentados que pasan largas temporadas más allá de sus semáforos y zaguanes, en cruceros por el Adriático o en islas salpicadas de bronceado y semen. Y es que ellos, los señoritos, al poder recobrar cada poco la perspectiva sobre su propia ciudad, al no ser plenamente conscientes de la intemperie callejera, que tanto pesa en el hijo de vecino, pueden permitirse el lujo de hablarle de frente a la ciudad, cara a cara, pero con modales. Porque a la ciudad el reduccionismo de calle le resulta, por grande que sea la calle y pequeña que sea ella, una obscenidad propia de quinquis escandalosos, una falta de tacto, como llamar niño a un adolescente o puta a una puta. Y como es regla de siempre y conocimiento de todos que de lo que se da se recibe, la city, al recibir nuestra metonimia de suburbio, nos entrega su huracán de solares abruptos, sus gordas flebíticas, sus pasos de cebra, sus yonkis de piel oscura, sus vallas publicitarias, sus parkímetros reventados, su olor a sopa y chatarra. Porque la ciudad se venga y como venganza ella te prepara, a la vuelta de la esquina, un delito a punta de pistola, una violación de rellano o una vieja muerta en medio del asfalto a la que puedes observar y compadecer de la única forma que sabes, alegrándote de no ser tú el que se encuentra ahí, tendido a quince metros de un pan todavía caliente. 




LA INDIFERENCIA es el factor que en mayor medida la historia concede a los hombres.  




DESDE EL romanticismo el amanecer parece haber sido descartado como presupuesto estético en las diversas manifestaciones artísticas -incluso la famosa obra de Monet, «Impresión: sol naciente», transmite más crepúsculo que aurora. Tal es así que una especie de sentimiento de ocaso ha envuelto nuestra cultura desde entonces, como si olvidando la posibilidad de un nuevo día rindiésemos un tributo etimológico a este Occidente que no acaba de anochecer y que, desde su constante estado de tránsito, no puede más que engendrar patrones estéticos que se rigen precisamente por esa transitoriedad.




SI LA holgazanería no formara parte de la condición humana, todo el esfuerzo que necesita la violencia para concretarse en agresión sería aplicado constantemente entre los hombres. Ser holgazanes ha impedido que nos extingamos.





EL ÉXITO de la mentira radica en que es capaz de camuflar la vulnerabilidad de nuestros pensamientos.




-¿CUÁL ES el fin último del hombre, maestro?
-No tener fin.



EN LA gravedad del niño que juega en solitario se oculta la esperanza de otra humanidad posible.

Apuntes XXXVII




LA MENTIRA es experta en hacer funambulismo entre el cielo de la imaginación y el mar de la vergüenza.




EN LA barbarie de la inmediatez incluso la invisibilidad es motivo de acusación.




-TEMO EL paso del tiempo, -dijo el alumno a su maestro mientras contemplaban las fuertes lluvias del otoño.

-Yo también, -dijo el maestro. Al instante se levantó. Recogió con calma todas sus pertenencias y, en silencio, se marchó del monasterio para siempre.

La lluvia duró otros cinco días más.




EL TIEMPO es el sentido que las palabras necesitan para convertirse en enseñanzas.




HEIDEGER: «Hoy en día pensamos a menudo que estamos haciendo un honor especial a algo cuando decimos que es interesante. En realidad, con este juicio se ha degradado lo interesante al nivel de lo indiferente para, acto seguido, arrumbarlo a lo aburrido.»

Apuntes XXXVI





UN POEMA tiene que empujar al ocaso todo entendimiento y, a su vez, ya casi al final, proponer un amanecer único repleto de esperanza para tal entendimiento. 




EN LA decibilidad de su pensar reside la fuerza de su convicción. No es más que un charlatán.




UN GIGANTESCO animal de bronce con pulmones de diamante me ha acompañado a lo largo del día y de la noche. Ahora soy todo ojos. 




UN POEMA sin el ímpetu armónico de las esferas no es más que la confesión sibilina de un insensato.




LA CORTESÍA suele ser el procedimiento más práctico que el cobarde emplea para acomodarse.

jueves, 30 de agosto de 2012

Apuntes XXXV




EL PRESUNTO fracaso del sistema educativo no proviene del sistema en sí, sino de la desilusión de aquellos que quisieron ver en ese binomio el instrumento por el cual el humanismo puede perpetuarse. Y es que una educación sistematizada mediante una estructura taylorista que, manteniéndose fiel a sus orígenes prusianos, centra todos sus esfuerzos en la creación de productos competitivos, sólo podrá entender cualquier acto de humildad, sensibilidad o cooperación como un ataque, siendo descartado,  aislado y aniquilado de un tejido social que, en su superficie, se mueve en torno al espectáculo del éxito y, en su profundidad, en torno al mantenimiento de la soberanía empresarial.





CON EL logos se fundó la religión de los conceptos.





MICHEL FOUCAULT: «¿Puede extrañar que la prisión se asemeje a las fábricas, a las escuelas, a los cuarteles, a los hospitales, todos los cuales se asemejan a las prisiones?»




LA MÚSICA es el idioma que tiene el tiempo para hacer del aire una criatura inteligente.  





EN ESTA época repleta de ojos sólo la música se puede permitir el lujo de ser invisible y continuar existiendo.

Apuntes XXXIV




MIENTRAS SIGAS apostando por la normalidad todo seguirá igual.





SI ALGÚN día fuéramos lo suficientemente humildes como para tener claro que hay caminos falaces en la ruta del entendimiento y que la doble hoja del decir nos conduce, una y otra vez, a un abismo donde lo que comunicamos no es más que el resultado de un sacrificio de ideas y matices, entonces, ese día de clarividente humildad será el último del hombre y el primero del silencio.





EN EL corazón del habla se extienden bosques de ideas sacrificadas.





LAS RELACIONES de poder que se dan dentro de una ideología vigilante y castigadora, dentro de un discurso incapacitado para tolerar posiciones de pensamiento en sus márgenes (veamos cualquier régimen dictatorial que haya acontecido durante la historia moderna), engendra, mientras abole el derecho natural y se arroga el derecho positivo, un complejo mapa de tensiones internas del cual no tardan en florecer ciertas células de disidencia que el sistema mismo, en su posición ostentadora de una verdad unívoca, acota y trata de exterminar mediante el uso de la violencia; violencia, eso sí, que los aparatos de propaganda del Estado valorizan como poder moral o búsqueda de equilibrio social. Ejemplos de ello fueron las purgas ordenadas por Hitler dentro de su propio partido, desde la Noche de los Cuchillos Largos hasta las "cribas" que tuvieron lugar después del atentado de 1944 perpetrado por Claus von Stauffenberg, así como la Gran Purga stalinista que sucedió a finales de la década de los treinta, también llamada Era de Yezhov, durante la que cientos de miles de miembros del partido comunista fueron detenidos y asesinados o conducidos a los temibles GULAG.
        Tales fallas internas, tales grietas, innatas a las dictaduras sean de la índole que sean, creo que deben conducirnos a una redefinición del concepto totalitarismo como fuerza supraestructurar y homogénea, como monismo político inexpugnable donde el Estado controla al ciudadano mediante su anulación como individuo. Y es que esta categorización, este encuadrar un determinado régimen político dentro del totalitarismo nos conduce a la falacia de la omnipotencia y la invulnerabilidad como si de una realidad factible se tratara (no olvidemos que fue Mussolini quien empleó dicho término, no sólo por primera vez, sino desde el ámbito de la grandiosidad y la perennidad de su propio Estado) erigiendo la percepción del totalitarismo como erige el niño su temor a la oscuridad.
        No obstante, hoy por hoy, sabemos muy bien que el monstruo es tal porque se alimenta de nuestro grado de creencia en él; existe como constructo mental o, en el caso del totalitarismo, como constructo social cuya fuerza de seducción negativa puede llevar con facilidad a la percepción que poseen los pacifismos maniqueos; esa farsa en cuanto a intención de progreso que, si bien fueron vigentes en un determinado momento del siglo XX, deben mutar cuanto antes hacia un ámbito sociológico más complejo, revisitando y volviendo a contextualizar obras como The Struggle Against Liberalism in the Totalitarian View of the State, de Herbert Marcuse, o  Behemoth: La estructura y la práctica del Nacional Socialismo, de Franz Neumann, o Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt. 
        Y es que  evadiendo en la medida de lo posible ese efectismo de conciencia que se limita a señalar la pila de cadáveres, el charco de sangre, la mutilación... lograremos reducir  cualquier conducta histórica que implemente el miedo en el tejido social. Digo esto, claro, desde la línea de sentido historicista que se proyecta hacia el futuro, ya que al desprendernos de esa idea de infranqueabilidad que posee el concepto totalitarismo, al cobrar conciencia de que una definición no es más que el marco de un proceso, la acotación de un continuo, abriremos un abanico de posibilidades que nos conducirán a consideraciones históricas ampliamente desprejuiciadas, consideraciones que, una vez transformadas en instrumentos, nos servirán para enfrentarnos a esos sistemas de vigilancia y castigo que todavía hoy perlan el mapa sociopolítico de nuestro mundo, ridiculizándo su supuesta valía desde la base misma del sistema, esto es, desde el panorama educativo.
        No, no podemos, insisto, continuar circunscribiendo el totalitarismo a la esfera del mal absoluto y homogéneo, sino a la esfera de lo ridículo y absurdo, ya que sólo así lograremos inhabilitar la posibilidad de futuro de cualquier sistema que en su búsqueda de poder agreda frontalmente las libertades tanto colectivas como individuales.   




-SI QUIERES escribir con inteligencia sobre la belleza debes huir de lugares comunes, -dijo el maestro. 

El alumno, entonces, se apresuró a plasmar en el papel el nombre de una mujer muy hermosa, pero desconocida para su maestro y para el resto de miembros del Liceo. Luego sonrió con picardía.

El maestro, sosegadamente, dijo: 

-Querido, no olvides que el ingenio es el lugar común de la inteligencia.   


Apuntes XXXIII


                                          



LAS IDEOLOGÍAS que subyacen tras las interpretaciones que los hombres hemos hecho del hombre como paradigma suelen derrumbarse cuando intentamos que ese hombre habite un tejido social determinado, pues dicho tejido suele estar compuesto por un cómputo de ideologías que, no sólo chocan frontalmente con nuestra interpretación, sino que, además, abren un panorama interpretativo del hombre tan oscuro y abismal que cualquier paradigma extraído de ellas situaría en posición de riesgo la coherencia del pensar.        





APÁRTATE de los hombres que se dejan acariciar por moralidades, pues tarde o temprano tratarán de abofetearte con prejuicios.





EL ACTO de comunicar no es más que el acto de transmitir una serie de balbuceos a los que hemos etiquetado por medio de convenciones historicistas que provienen de la emulación y la repetición.





GRITAR ES la sublimación de la necedad.





CUANDO UN pensamiento, por impetuoso, convincente o demoledor que sea crece en soledad y se mantiene en ella durante más tiempo del debido, entonces comienza a generarse en torno a él una aureola de inseguridad que modifica totalmente su aspecto, transformándolo en algo semejante a una virgen  que se maquilla hasta el ridículo y que, tristemente, ronda ya los setenta años.
  

Apuntes XXXII





EL RAZONAMIENTO nos hizo históricos.





NECESITAMOS con urgencia nuevos ritos.





DE CHIRICO: «En la sombra de un hombre que camina al sol hay muchos más misterios que en todas las religiones del pasado, presente y futuro»





UN DÉFICIT profundo e insalvable persigue a las palabras, condenándolas al reduccionismo de un sentido estipulado, el cual, en su acto de aproximación a la cosa en sí, no hace más que acomodarse a una convencionalidad de signos preescritos, como si lo que pensamos encontrara en ese movimiento hacia el bosque de los signos una traición automática, transformándose, irremediablemente, en aquello que debemos decir y no en aquello que queremos nombrar.





-ASPIRO A ser un hombre absolutamente transparente, -dijo el alumno.


-No seas insensato, querido, -respondió el maestro: -¿Acaso es posible un hombre que no  oculta nada, un hombre que nada necesita aclarar porque todo lo tiene claro y cuyo pensamiento las palabras no traicionan? 

-Yo creo que un hombre así es un sabio, -dijo el alumno, después de varios minutos en silencio.

-Pues si así lo crees te ordeno que esta noche, antes de la cena, partas al establo y te instales allí junto a los cerdos.

-¿Para qué, maestro?

-Para que comprendas el abismo que supone eso a lo que aspiras, pues sólo en el corazón de los animales se aloja la absoluta transparencia.  

sábado, 5 de mayo de 2012

Vasili Grossman (hombre y dignidad)




Stalingrado, 1942. Las tropas alemanas han bombardeado los depósitos de petróleo. El fuego cubre las aguas del Volga transformando el paisaje, ya diezmado por la incensante lluvia de obuses, en una estampa perfecta del infierno. Incluso el viento arde. En una ladera del río, en el sótano de una fábrica destruida que los rusos aprovecharon para construir sus búnkeres, un hombre, rostro insólitamente tranquilo y gafas de lentes redondas, se cubre la cabeza con su abrigo y sale a la superficie, donde está la muerte incendiándolo todo, absolutamente todo. Este hombre es Vasili Grossman y, una vez sea testigo de la destrucción de Stalingrado, del río de fuego y de la reducción del mundo a un rugido ensordecedor y un paraje de cenizas, escribirá, con letra apretada y pulso inusitadamente firme: “Stalingrado ha ardido. Tendría que escribir mucho para describirlo. Stalingrado ha sido incendiada. Stalingrado está en cenizas. Está muerta. La gente está en los sótanos. Todo ha ardido".
            Leer a Grossman es un acto de catábasis del cual es imposible salir indemne. Enfrentarse a su obra es asumir los ojos del testigo y correr el riesgo de que el abismo, parafraseando a Nietzsche, nos devuelva la mirada. Su pulso narrativo bebe del periodismo bélico, pero no se queda en la crónica objetiva. Al igual que 
Kapuściński, Ernst Jünger, Primo Levi o Dostoievski nuestro autor aborda la realidad desde perspectivas humanistas y, por lo tanto, logra transmitir la idea de barbarie como un acto que proviene del hombre y su abanico de pretensiones; por lo que, como lectores, nos sitúa en posición de  alerta ante la  capacidad del ser humano para, en aras de un supuesto progreso, sublimar los instintos de territorialidad y ensalzar esa gran mentira llamada guerra: "Cuanto más dura había sido la vida de un hombre fuera del campo, mayor era el fervor con el que mentía. Aquellos embustes no servían a ningún objetivo práctico; representaban un himno a la libertad: un hombre fuera del campo no podía ser desgraciado."
             En Grossman no hay tendencias efectistas ni seducciones adjetivales. Cualquier apreciación disecciona de manera serena e implacable las entrañas de la guerra, ofreciéndonos un retablo radiográfico del terror que linda con el documento. Para poner un ejemplo del calibre  de sus escritos cabe mencionar  el artículo El infierno de Treblinka (publicado en el diario Krasnaya Zvezda en noviembre de 1944), el cual,  además de ser uno de los testimonios más desgarradores y veraces de la Shoah, fue empleado como base de acusación en el Tribunal Internacional de Nüremberg.
              Vida y destino, su obra cimera, es un travellin formidable que barre la Gran Guerra Patriótica (como denominó el exseminarista georgiano a la Segunda Guerra Mundial) y cuya potencia óptica, a través de una estructura narratológica de raigambre naturalista, es capaz de sumergirse  tanto en el interior del ser como en lo más profundo de las  burocracias bélicas, lo que catapulta  esta obra a la platea del mejor realismo ruso. No es necesario, en Vida y destino, reforzar heroísmos a través de truculencias ficcionadas, ya que  en la realidad-Grossman los héroes no tienen cabida porque, sencillamente, no existen. El valor en el frente no es más que el olvido del sí-mismo, y saber que se morirá tarde o temprano, la única enseñanza posible. 
              El miedo, en esta novela que fue censurada durante años y que se editó en la Unión Soviética en 1988, florece de una inusitada  precisión de  detalles que sólo un testigo directo, un hombre que ha estado durante cinco años junto al fuego, puede erigir.  Aunque también, en no pocas ocasiones, cierta mirada poética nos lleva a percibir una belleza que, por extraña, conmueve, como si el narrador quisiera decirnos, desde esa paradójica esperanza desencantada que sólo un ruso-judío puede ostentar, que a pesar de la muerte, e incluso desde el seno de la devastación, es posible extraer un temblor de belleza al mundo, aunque dicha belleza (me viene a la mente el poeta judío de origen rumano Paul Celan) sólo sirva para ratificar la existencia del infierno: "En la penumbra logró distinguir una escudilla sobre la mesa y reconoció al tacto una miga de pan moldeada en forma de liebre. Lo más probable es que el condenado hubiera acabado de hacerla hacía poco porque el pan todavía estaba blando, sólo las orejas se habían secado." 
             He ahí, en su compromiso descriptivo, en su voluntad para destacar del detalle su ángulo  trascendente, lo que posiciona  a este autor varios  pasos por encima de la voluntad cronística, impregnando cada palabra de una corriente interna de compromiso ético. 
             Así pues, la pregunta emerge: ¿Quién fue Vasili Grossman? Es más:¿Cómo ser, en palabras de Cioran, un teórico de lo monstruoso sin convertirse en monstruo? Para responder a estas preguntas, que coparían no pocas páginas y se adentrarían en terrenos especulativas que irían más allá de la reseña y el homenaje, lo único que podemos llevar a cabo es revisitar la existencia del hombre. 
            Nacido en 1905 en Berdichev, el joven Vasili Grossman, cuyo nombre de nacimiento fue Iósif Solomónovich Grosman, comenzó su búsqueda literaria como reportero universitario, apoyando la revolución de 1917 (cabe destacar que el también judío Isaiah Berlin fue testigo de dicha  revolución) y escribiendo obras adaptadas a los cánones soviéticos de la época, lo que le permitiría, ya
en 1937, formar parte de la Unión de Escritores. Esta circunstancia, no obstante, no lo coartaría a la hora de  solicitar al partido  la liberación de amigos y parientes como su prima Nadia Almaz, acusada de trostskismo. Tampoco lo eximiría de la paranoia soviet y sus fuerzas de vigilancia, quienes lo interrogaron en diversas ocasiones por sus relaciones con la intelectualidad de pensamiento divergente. 
           Años después sobrevendría la guerra y su participación en ella como corresponsal de primera línea. Desde el frente de Briansk en 1941 hasta la violentísima  incursión en Berlín en 1945, pasando por el fuego de Stalingrado o el inmenso crimen llamado Treblinka. Luego, una vez caído el telón de la barbarie, llegaría la experiencia, someramente vivida en el pasado, de la mordaza comunista; el silencio dentro y fuera del régimen, el secuestro de Vida y destino (incluso llegaron a arrebatarle la cinta de la máquina de escribir) y en 1964, la muerte.
          Quizás fue la fe idealista en el comunismo teórico mezclado con el pavoroso desengaño bolchevique, además de la herencia judaica y  el hecho de que su padre perteneciera, en su momento, al partido menchevique lo que construyó a este  testigo de excepción cuya mirada se acercó a la gigantesca noche del siglo XX. Evidentemente nunca lo sabremos. Pero, a veces, emergen esos hombres. La historia los necesita para no enmudecer. Y es que la indudable fuerza ética que destilan las obras de las grandes miradas, normalmente surgidas en circunstancias indeseables, nos obliga a extraer enseñanzas casi iniciáticas, maneras de existencia que nos conducen a evaporar el odio y, en palabras de George Steiner: "Aprender a ser el invitado de los demás y a dejar la casa a la que uno ha sido invitado un poco más rica, más humana, más justa, más bella de lo que uno la encontró."

viernes, 4 de mayo de 2012

Biblioteca-sangre arrebatada-música de esferas


Exhausto del insípido prócer nobiliario,
del herrumbroso maestrillo
y la confesión académica del loro
la biblioteca era el lugar,
el único lugar donde erigir
una vocación literaria y eficaz
que extendiera hacia el futuro
sus cuarteles de luz invulnerable.

El gélido edificio Bauhaus,
las sangrantes palabras
del funcionario alcohólico
y la sabiduría, ingente y accesible,
en aquellos polvorientos catálogos
que iban de Adorno a Zaratustra.

Cuántas horas mi cuerpo
quebró algo más que su belleza
en las chirriantes sillas de incómodo plástico,
modelando versos, líneas poéticas, soeces ripios.

Cuántos relojes observé
quebrarse contra el mar de la nada
perdiendo el aire a golpe de soneto
que no iba más allá de la pirueta.

Imposible construir un pensamiento
sin la biblioteca como fondo
de esos años luminosos
en los que uno creía en el idioma
narcótico y salvaje
de todos los demonios.

La veo en octubre contra el cielo
inflamado de lluvias,
en junio cuando la abuela
decidió sucumbir a su silencio
y por primera vez me sufrí igual que un hombre.

Sí, biblioteca pública,
escucho ahora tus contornos,
tus ojos de acero impenetrable,
tu mármol tremendista y tu vidrio
                                                y te pregunto:

Cómo permanecer en los cauces del estilo,
no traicionar lo abstracto, el humus poético,
la tradición órfica del grillo
que perfora la luna a mandíbula batiente;
cómo hacerlo, dime,
                              si aún ahí te encuentras,
si aún ahí te hallo,
                          concreta y blanca
junto a la autovía del tránsito y la furia;
mole de aristas sofocantes
que coronas un campus aséptico,
                                                 inaccesible
para aquellos jóvenes del año
                                           1984.

El espeso olor a celulosa y tinta muerta,
la iluminación de Rimbaud, hijo de Baco,
a quien consideré mi espejo en otro siglo,
la sentencia dorada de Horacio,
los oscuros crespones en el cuello
de las palomas de Auden,
el hombre que se sufre solamente
y al que llaman Vallejo de raíz César...

Anaqueles ocultos en remotos
                                             rincones
donde nos encontrábamos frívolos amantes,
adolescentes oscuros
en busca del fornicio y la noche,
de la intempestiva bohemia
y la actitud promiscua e impostada.

Cómo permanecer, te pregunto,
siendo joven todavía
si ahora evoco mis tiempos en tu seno
cuando uno creía con fiereza
que era posible vivir de resplandores,
vocación, sangre arrebatada,
                                           música de esferas.


Entrevista al poeta Francisco León (publicada en "El Perseguidor", suplemento cultural del Diario de Avisos, con motivo del premio Pedro García Cabrera 2009).



Su vertiente literaria se fundamenta en la creación poética, ¿no es así?

Bueno, en realidad no sólo escribo poesía. De hecho, escribo más prosa que poesía, sobre todo en los últimos años. Tengo un libro inédito de relatos y guardo varios trabajos más escritos en prosa narrativa: artículos periodísticos, diarios, trabajos biográficos, etc. Sin embargo, por motivos que no vienen al caso, he publicado más poesía que prosa.


Parafraseando uno de los versos de Hölderlin, aunque, eso sí, limando la aspereza en torno a la miseria: ¿Para qué poetas en estos tiempos? Es más: ¿Cómo defendería la posición del poeta en una realidad en la cual, aparentemente, se ha devaluado la sensibilidad cultural en pro de la eficiencia social y económica?

No creo, sinceramente, que haya que defender la existencia del poeta, a pesar de vivir malos tiempos para poesía. Creo que la poesía es una necesidad para quien la escribe, y también para quien la lee, como alimentarse o abrir los ojos por la mañana. Se dice que si el mirlo no cantara, moriría. El hombre que hay en el poeta moriría si no soñara mediante sus palabras. Tal vez por ello pienso que la poesía puede ser un buen método de salvación. Antes pensaba que era un método de conocimiento. Ahora, ante la terrible disolución y desilusión de los contenidos, comienzo a dudarlo. Es conocimiento, pero necesariamente algo más. Usted me pregunta ¿para qué la poesía en estos tiempos? Algunas veces, en momentos de abatimiento, he llegado a pensar que la poesía es una cosa antigua que ya no tiene cabida en el mundo actual... Es posible que así sea, y habría que aceptarlo sin rasgarse las vestiduras si fuera el caso. A lo mejor somos bellos animales en extinción. Lo pienso porque soy un pesimista nato, pero, me niego a admitirlo porque, en lo que a mí respecta, no habría salvación sin la poesía. Quiero decir que mi poesía me salva de mi vacío personal. Y también especialmente, sin la de los otros. ¡Cuidado! No estoy diciendo que la gente deba salvarse leyendo mi poesía o la de otros, sería una solemne majadería. Hablo de mi salvación, únicamente. Que cada cual elija sus religiones. La poesía es una aventura solitaria. Por otro lado, no me inquieta en absoluto que la sensibilidad cultural se devalúe o que la poesía y sus autores hayan perdido su vieja aura de «auctoritas». Muchos escritores practican a diario desde sus blogs, por ejemplo, la queja y el sarcasmo porque en el fondo no toleran que nuestro mundo haya puesto en tela de juicio la rancia «auctoritas» moral y social de su puesto como presuntos intelectuales. Pero lo que sí me parece inquietante es que sea el poeta, obnubilado por la eficiencia de la disolución de los contenidos, el que haya perdido toda su sensibilidad para lo sublime ―para decirlo con otra viejísima expresión― en cualesquiera de sus formas.


¿Cuándo comenzó esa aventura solitaria? ¿Cuándo surgió el poeta que hay en el hombre?

Me recuerdo escribiendo desde muy temprana edad, tal vez desde los nueve o diez años. Y no sé muy bien por qué lo hacía. Creo que escribir me ayudaba a conectarme conmigo mismo. Tal vez la entrada de la escritura en mi vida tenga que ver con mi tendencia natural a la soledad, no lo sé. Lo cierto es que continué escribiendo en el bachillerato. Pero escribía, sobre todo, relatos infumables que mis heroicos profesores de literatura corregían. Luego me animaban a participar en los concursos de cuento y poesía del Instituto y ahí dio comienzo otra etapa. Una etapa más pública, por así decir, porque hasta ese momento nadie leía mis escritos, por supuesto, ni madre ni padre ni amigos. Nadie. Fue una época muy hermosa porque tomé conciencia de que estaba haciendo algo que, de alguna manera, influía en los demás, en personas adultas que se interesaban por mí, que me preguntaban si estaba escribiendo algo nuevo. Fue durante los últimos tiempos del Instituto cuando llegó a mí un nombre que cambiaría mi visión de la escritura y de mi mundo: Arthur Rimbaud. Creo que supe del poeta francés gracias a un libro suyo que me prestó un amigo. Fue un préstamo de larga duración porque recuerdo bien que el libro estuvo conmigo durante años, hasta que un día mi amigo me obligó a devolvérselo. En esa época otra profesora quiso introducirme en la poesía de la Generación del 50 a través de Ángel González. Imagínese qué shock ¡Yo estaba acostumbrado a Rimbaud! Ambos poetas me parecieron lo más antitético que se podía uno imaginar. Desarrollé un odio patológico hacia toda la Generación del 50 que duró muchos años. Incluso Valente sufrió esa primitiva desafección, aunque luego lo leería con tanto fervor que me he vuelto un valentiano. En fin, creo que con Rimbaud dio comienzo esa aventura solitaria y con él la poesía para mí se convirtió en una actividad muy seria, arriesgada y profunda. No era un juego, ni un entretenimiento... Era, para decirlo con una expresión que usaba mucho en ese tiempo, una religión.


Por lo que he podido observar en su biobliográfia su trayectoria como creador ha estado, en parte, vinculada al entorno de las revistas culturales: Paradiso, de la cual fue, corríjame si me equivoco, fundador y codirector; Can Mayor, Vulcane, ambas dirigidas por usted, y Piedra y Cielo. Pues bien, desde esa perspectiva experiencial que se remonta a mediados de los años noventa: ¿Cómo diagnosticaría el panorama de publicaciones vinculadas a la literatura, el arte y el pensamiento que tienen lugar en la actualidad en Canarias?

Sinceramente, desde hace algunos años no sigo la vida de las revistas literarias hechas en Canarias, si es que las hay. Como usted y yo sabemos, publicar una revista literaria digna e interesante resulta muy costoso. El antiguo formato en papel ha fracasado y desde hace ya años las revistas han pasado al formato digital. Son baratas, rápidas de publicar y llegan hasta el último rincón del mundo. Son miles y miles de títulos de vida repentina y fugaz flotando en ese plasma difuso y fortuito. Antes una revista en papel era una decantación de materiales: sus editores se veían obligados a publicar los mejores materiales con que contaban. En la Red cualquiera puede editarse una revista digital y colgar el contenido que sea. No hay decantación. Pero no sólo la «decantación» se ha perdido o se ha modificado. Para hacer una revista debe existir un grupo de personas con un pensamiento coral ordenado y dirigido hacia una serie de ideas compartidas. Y lo más grave es que tampoco veo la existencia de esa sensibilidad coral entre los jóvenes. En fin, como ve, mi visión no es nada halagüeña.


Con la siguiente pregunta intentaré adentrarme en su obra, en su forma de crear o, por decirlo de otro modo, en los baremos que utiliza a la hora de encarar o plantear un poema: ¿Escribe con un plan preconcebido, visualizando el poema antes de plasmarlo o, por el contrario, se entrega a la página vacía y desde ese ámbito comienza a descifrar un texto que ni siquiera se había planteado?

Me resulta difícil responder a esto. Creo que normalmente escribo un poema después de varios meses y múltiples intentos mentales de abarcar con un par de líneas una idea, una noción vaga, una visión desdibujada, un recuerdo inaprensible, una sensación física… Se me agolpan las palabras en la boca, pero ninguna combinación me resulta exacta, precisa o mágica, de modo que todo queda pospuesto para otro día. Pero de pronto, mucho tiempo después, vuelve la misma idea, aunque ya colocada en un verso que me suena bien. A partir de ahí el poema comienza a gestarse mediante patrones musicales y rítmicos que, naturalmente, de alguna manera, he estudiado con antelación. En cualquier caso me gusta ser el primer sorprendido. Muchas ideas se me han ocurrido conduciendo o caminando, y no sé por qué. Recuerdo que una vez, de camino a mi casa, mientras manejaba, dije de súbito: «Ojalá yo no sea el Minotauro», que es un endecasílabo. No sabía por qué esas palabras habían surgido así de mis pulmones. Luego caí en la cuenta de que meses antes había visto unos grabados de Picasso, la «Suite Voyard» En uno, una niña conducía a un Minotauro ciego. Otros inicios de poemas me han sucedido mientras paseaba por mis espacios favoritos, por las costas del Norte de Tenerife, por ejemplo. Muchos poemas los he escrito o medio escritodurante algún viaje, frente a lugares y personas hermosos que no esperaba encontrarme. En fin, incluso creo haber timoneado alguno, milagrosamente, pero la mayoría de poemas se me impone, a veces con palabras y expresiones que no suponía propias de mi mundo. Eso para mí es fundamental. Si escribo un poema y no me sorprende, con seguridad acabará en la papelera.


Su obra Terraria, Premio Internacional de Poesía Màrius Sampere 2005, ha sido descrita por Andrés Sánchez Robayna como: incursión en el espejo negro de una tierra enigmática: la experiencia, fulgurante y secreta, de una insularidad alucinada. Asimismo, al leerla he observado un descenso al infierno, una forma de catábasis que no suele ser muy frecuente en la literatura que se elabora en nuestro archipiélago, una literatura no muy dada a esa violencia expresiva y telúrica que nos entrega nuestro territorio natural y que usted logró plasmar en Terraria. También dice en su epílogo que con Terraria: quedan atrás las obsesiones de ayer, las que acompañaron el mero existir y la meditación. La pregunta es: ¿Cómo se gestó esa experienca de una insularidad alucinada, esa violencia que el lector puede percibir en Terraria?
Agradezco muy hondamente esas palabras de Sánchez Robayna, un poeta cuya obra ha sido sin duda una orientación para muchos. Terraria no se gestó de golpe. No fue un ataque de escritura, todo lo contrario. Entre algunos poemas median hasta diez años. Por tanto es un libro que se fue construyendo aquí y allá, en papeles sueltos. Y poco a poco también fue apareciendo su dibujo telúrico. Lo visualicé por fin cuando vivía en Francia, trabajando como profesor de español. No hay nada como estar fuera del lugar para escribir sobre el lugar mismo. Algunos poemas los escribí allí. Los saqué de la memoria. Otros ya estaban escritos muchos años antes. Cuando caí en la cuenta de que tenía un libro entre manos, no me fue difícil completarlo con algunos poemas nuevos que, animados por la visión de conjunto, no tardaron en surgir. Me arrepiento ahora de haber dejado fuera otros textos por exceso de celo. Más tarde un amigo me animó a enviarlo a un concurso, al primer certamen del Màrius Sampere, el conocido poeta catalán, y gané. Y haber ganado el Sampere me condujo a otras personas que a su vez propiciaron otros libros posteriores, como mi novela Carta para una señorita griega. Supongo que Terraria es una reflexión sobre la otra cara del paraíso, sobre el infierno en las islas, o las islas infernales, para traer aquí palabras de Agustín Espinosa o visiones de Isaac de Vega. Terraria va desde la tétrica belleza del desierto insular a los espacios humanos abandonados, desde la destrucción del paisaje a la muerte de las cosas, los animales y las personas, desde la despoblación a la población excesiva… Pero la verdad es que, como me sucede siempre, no me propuse escribir nada parecido. Simplemente surgió.


Al parecer pronto podremos disfrutar de otro libro suyo, Aspectos de una revelación, ganador del premio de poesía Pedro García Cabrera 2009. ¿Podría esbozarnos algunos aspectos de este nuevo trabajo?

Si no me falla la memoria, Aspectos es un libro escrito en 2004 y prácticamente de un tirón. Tal vez sea el libro más complejo que he escrito hasta el momento. Diría que es una reflexión, a través de la memoria, sobre el verano y la muerte.


Para finalizar le realizaré una pregunta que puede resultarle algo embarazosa: ¿Qué piensa de ciertos cenáculos críticos que opinan que la poesía canaria se encuentra desacompasada con respecto a los tiempos actuales, como si en este espacio se creara atendiendo más a un pasado caduco que un presente enjundioso y prometedor?

Oscar Wilde decía que en Inglaterra se había escrito gran poesía a consecuencia de que nadie en aquel país suyo la leía… En Canarias sucede algo similar. Nadie se interesa por nuestra poesía y por eso opino que en Canarias se escribe gran poesía, es decir, una poesía excepcional. Si nos hallamos desacompasados, pues tanto mejor. Insisto: la poesía es una aventura solitaria, interior, fuera del tiempo de los hombres, porque está dentro del tiempo, del mundo temporal, de un solo hombre, del que la piensa y escribe. No tiene por qué hallarse anclada a la temporalidad ni a los hechos actuales. La poesía debe acompasarse con los ritmos órficos, con los pulsos de lo invisible, con los nombres de los mitos, con las sombras de lo innombrable o con lo que aún no ha sido dicho. Al poeta no debe interesarle ―es mi opinión y en ella creo― el espectro huero de la actualidad o la modalidad.

lunes, 30 de abril de 2012

Tres poemas


ENTRE TODOS los hombres sólo hay uno
que piensa el infinito y lo comprende.

Camina por el bosque, se detiene
bajo el lento trigal de las estrellas

y graba en la corteza de un ciprés
el signo que la mente le ha otorgado.

De pronto el signo existe contra el árbol
como existe la punta del cuchillo,

la mano temblorosa y las colinas
que borran su presencia ante la noche.

Entre todos los hombres sólo hay uno
que arrastra su mirada por los bosques

y pulsa los acordes invisibles
con la medida exacta de esa luz

que incendia de belleza cada instante
y no es fuego ni sangre ni silencio.

                                                (El guardabosques)







LLEGÓ LA hora del eclipse. Estamos en casa, dentro, cerca de la matriz donde nos tendemos para hallar el sueño. Te miro a la cara y percibo tu rostro desvaneciéndose. Los objetos también siguen el mismo camino. Donde había un perchero ahora hay un mástil sombrío. En el espacio que ocupan los muebles, paredes de terciopelo negro amortiguan la mirada. Tus labios son dos grietas en una máscara de obsidiana, un ataúd lleno de silencio que no puedo asociar a tu cuerpo. De poco valdrá esperar a la luna. Sus huesos, camuflados por el sol, fornican oscuramente con Apolo. Tú, aquí en la casa, ya no existes. Tu magnetismo de ángel con ojos en blanco ha perdido su fosforescencia de animal submarino. Estoy solo. Quemo mis pulmones con nafta. Me encadeno a las esquinas y ciego las ventanas con vendas empapadas en sangre. Llegó la hora del eclipse y tengo que vencer al eclipse, aplastar al eclipse, eclipsar al eclipse, aunque su despotismo nocturno me obliga a buscarte cual niño asustado. Muevo las manos como hélices. Las entrañas del mundo arden y este corazón se hace polvo de plata. Encuentro algo que tiene frío y emana humo. Pero el eclipse te ha borrado y ahora, contra el castillo de mi pecho, sólo hay un primitivo, rotundo y brutal esbozo del miedo.

                                                                                                                                                (Ocultación)







EN TU frente se ciñen los laureles.

Es la época del fruto
dorando su figura en el alféizar:

es la época gloriosa del manzano,
la recolección.

Tú compensas el aire de la muerte
con el sexo desnudo en mi memoria.

Tú eres la luminosa y blanca herida,
la herida que apacigua el sacrificio
cuando llega la noche
y en esta casa abismas mis contornos,
me rindes
como se rinde el río frente al océano.

En mis ojos meditan los paisajes
y la luz que los colma se asemeja
al árbol de tu infancia.

Con las manos trenzadas de la tarde
y con las rudas manos de tus hijos
hemos ido tejiendo la corona.

Yo he participado en el rito:

es la estación propicia,
la estación de las hojas engarzadas,
de la pulpa amarilla
y el fruto,

la estación que dispersa la tormenta
y aproxima el latido, –

la estación de tu nombre y la corola.

                                                      (Ciclo)