martes, 10 de enero de 2012

El hijo del pescador


AQUELLA MAÑANA, en la costa de algas amarillas y compacta ceniza, el hijo del pescador, después de hundir su lechosa mandíbula en recia carne de molusco, nos entregó su cuchillo como quien entrega un sexo envuelto en hojas verdes o dentro de una caracola de zafiro y cuarzo. Luego se sentó junto a nosotros, escupió sangre y habló de los bañistas, de los que ahuyentan a los peces, de la mar de las bonanzas y los cangrejos que, idiotas, se encaraman al mundo. Ya entrada la tarde, mientras la procesión del sol convocaba a los muertos con guirnaldas de oro y el salitre concedía sabor transparente a nuestras pieles, el hijo del pescador se incorporó de la roca, escupió sangre otra vez y, con el cuchillo seco entre los dientes y la cabellera coronada de escamas, volvió a zambullirse en las aguas, avanzando hasta más allá del farallón donde comienza la oscuridad y los hipocampos bullen entre corrientes marinas.


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