sábado, 28 de abril de 2012

La materia rinde servidumbre a la insalvable altura de los dioses



VIVIMOS, ESO es todo,
bajo el signo perpetuo del eclipse,
elevando la torre de madera,
la torre de anchas vigas
cuyo cuerpo traspasa la memoria
de aquellos que asentaron los pilares.

Clavamos las escalas en sus flancos
y ascendemos con cuerdas de cáñamo reseco
en la incesante búsqueda del verbo,
en la incesante búsqueda del dios.

Con manos empapadas
en pestilente grasa
vivimos, eso es todo, encaramados
al débil andamiaje de la torre,
envejeciendo,
tristes y verticales como muertos
que no hallan horizonte ni descanso
en la infinita danza del vacío.

Somos la aciaga pieza de la altura,
los péndulos humanos
que ascienden y descienden y engarzan los tablones
con clavos herrumbrosos y martillos.

La arena desconoce nuestros pasos.
La antiquísima piedra nos repudia.
El camino olvidó nuestras presencias.

En la incesante búsqueda vivimos
y en la incesante búsqueda elevamos,
bajo el signo perpetuo del eclipse,
la torre de madera,
la prepotente torre de anchas vigas
cuyo cuerpo ya nunca acabaremos,
pues la materia rinde servidumbre
a la insalvable altura de los dioses.

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