jueves, 15 de marzo de 2012

Apuntes XIII


SANGRA EL latido de un mirlo a través de la escarcha del mundo.





DESPIERTAS EN el intersticio entre el hoy y el mañana. Te encuentras en una habitación cuadrangular, dividida simétricamente por un campo de luz y un campo de sombra y ocupada por objetos que carecen de cualquier significado. En el meridiano estás tú, tendido como un bulto repleto de humo, como una incipiencia que nunca será totalmente realizada, como un fruto que jamás madurará. La piel sudorosa, los ojos entumecidos, la garganta reseca y la lengua revestida por el sabor metálico y amargo de un sexo sorbido en sueños hasta su detritus, son solamente los fragmentos que, como una definición, orbitan en torno a ese vacío que eres; fragmentos que ahora, mientras el meridiano permanece inalterable sobre ti, no se manifestarán, pues ya no serás cuerpo, ni pugna contra el horizonte, menos aún masa o vigilia. Tu destino, vacía presencia, pronombre enclavado en la línea de luz y de sombra, no es otro que despertar a la indefinición.





EL SILENCIO como orden universal y la palabra como su accidente más maravilloso.





EN NUESTRA visita a la memoria oficial del mundo, un gran edificio de estilo neoclásico ridiculamente pintado de amarillo, ella y yo, guiados por el azar, vagamos en busca de la sala de cerámicas. Desde hace algunos días la imagen de un ánfora egipcia, parcamente decorada con motivos geométricos de color pardo, ceniciento y rojizo, me ronda la inquietud como si se tratara de una sombra girando en torno a un centro luminoso. De algún modo percibo que en ese objeto, contemplado fugazmente en un catálogo para turistas, reside un poderoso imán, un extraño magnetismo que no sé cómo transformar en palabra, ceñir a lo decible. A veces el ojo deja al descubierto su propia voluntad y reclama determinadas imágenes sin que seamos plenamente conscientes del por qué. Descifrar ese contorno, leer sus formas, entender todos sus contextos se ha vuelto prioritario, importante de un modo que sólo el término enigma puede abarcar.





LA INTUICIÓN, cuyo movimiento mental se traza en espirales, pertenece al reino de la serpiente.





ATRAVESAMOS UN pasillo con el flanco derecho repleto de ventanales. El día entra a través de ellos después de incidir en un jardín poblado de pájaros, esencialmente gorriones. En el centro del jardín se alzan espléndidas palmeras, antiquísimos helechos y todo un abanico de plantas de apariencia prehistórica. Imagino un mundo anterior al hombre, una especie de paraiso cuya intensidad verde tiñe los muros del claustro y nuestras pieles. El pasillo conecta la Sala de lanzas con una habitación sumergida en la penumbra, aunque en algunos puntos se abre paso una luz de color ámbar y de apariencia resinosa que logra transmitir esa sensación de tiempo suspendido que sólo he visto en algunos atardeceres.

             –Sala de enterramientos,–dice ella.
             –La guerra y la muerte unidas por un jardín prehistórico, –comento.




LA LUZ que reviste el ánfora es perfecta para resaltar su quebradizo contorno y su textura, por lo que las yemas de mis dedos no tardan en percibir cierto hormigueo. Entonces, como si de una catarsis se tratase, esa mezcla táctil de inquietud y fascinación se transforma, de pronto, en una inexplicable sensación de rugosidad y polvo. Cada grieta, semejante a un meandro que la creatividad de la inclemencia ha hecho surgir por azar y destrucción en el vientre de arcilla, es semejante a las líneas que recorren las manos de un anciano y en las cuales se esclarece tanto su pasado como su futuro. «"Beauty is truth, truht beauty"», susurro en tanto me invade la sed y un estado febril atenaza los músculos de mi cuello y mi espalda durante varios segundos.





DURANTE EL atardecer de ese mismo día, mientras la sensación de rugosidad y polvo continuaba, ya no sólo en mis manos sino en todo mi cuerpo, escribí:

                Ánfora rota
                más allá de tu arcilla
                se hunden mis ojos
                en esta noche helada
                veo un camino de palmas.






EL VERSO es una esfera connotativa en perpetua búsqueda de un centro.






ÁNGUELOS SIKELIANÓS: «Porque lo sé; mucho más allá de la compacta luz astral,/ escondido como un águila,/ allí donde la divina oscura tiniebla empieza, me aguarda/ mi yo primero...».






ESCUCHA CÓMO los inmensos reptiles de la noche, en un último esfuerzo por sobrevivir, se rinden y humillan ante el gigantesco pájaro de la luz. El amanecer se erige sobre un grito de clemencia.










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