domingo, 11 de marzo de 2012

Apuntes XII


EL POEMA es un cristal con vocación de espejo.




CUANDO EL aire se arma de silencio y la nieve desciende, el cuerpo adquiere consciencia de todas sus aristas mediante el conocimiento del frío y se entrega al temblor. Sus múltiples dolores, que la calidez había mantenido en silencio, florecen como si de una primavera siniestra se tratase. De pronto tenemos un esqueleto burdo y agrietado que quiere expandirse más allá de las ventanas, un ramillete de músculos que se inflaman y hormiguean por exceso o falta de sangre, tendones que entran en una confusión vibrante tal puentes azotados por la ventisca, córneas que escuecen, dientes que se mueven, bronquios trémulos como oboes. Es entonces cuando queda el pensamiento, cuando la mente se torna refugio y sus esferas se dilatan en busca de evasiones que distancien la percepción de nuestra propia fisicidad, la mirada de nuestro propio retrato. De este modo ficcionamos bosques incandescentes, llamaradas, bolas de cristal fundido, pesadas metalurgias, y acabamos por creer que toda evasión tiene algo de antípoda y que la imagen medieval del infierno fue ideada en mitad de la nieve, en mitad de ese blanco perpetuo de las altas cumbres donde anacoretas moribundos escribían su canto a la soledad y la locura. Porque es en ese dolor que la inclemencia propicia cuando uno se vuelve metafísico, cuando la necesidad de transcendencia desplaza la voluntad de realidad y el pensamiento "sideral" se convierte en casa habitable, refugio y arraigo. El misticismo sólo puede nacer en la montaña o en el desierto. Las medianías gestan raciocinios.




ARPAS DE nieve
bajo la luz helada
música blanca.




CUANDO SE alimenta, el hombre deja un instante su máscara y, al inclinarse sobre el plato, nos otorga una complicada imagen: la entrañable vulnerabilidad de los herbívoros junto a la iracunda vorágine del ancestro cavernario.



EN EL valle de K. los cipreses se comban como lenguas de hollín o espuma negra, lamiendo con sus puntas un cielo que es potestad de la ceniza. Todo, incluso el viento, se expresa en el idioma de los paisajes quemados, tiembla bajo el paladar abrupto de la bóveda y deja en nuestros entumecidos
rostros y en nuestros polvorientos cabellos la huella de lo que fue incendio y ahora es cataclismo. En el valle de K. la materia nocturna gira salvajemente, escurre por los manantiales de piedra roja y desborda los márgenes donde nuestros cuerpos se acuclillan para beber el agua por la cual fluyen
culebras plateadas, ramas retorcidas, ganado negro. Luego proseguimos, a pesar del ruido fúnebre que reviste el día y la noche, a pesar de la niebla coloreada de mirlos, proseguimos con nuestros báculos de hueso y nuestros pensamientos fijos en la ciudad de palmas y adobe, avanzando hacia las cumbres basálticas donde nada arde y sólo la rapaz violenta, encaramada a la roca desnuda, habita en su nido de hueso. Más allá, dicen los que sentáronse en torno a la hoguera, se alza la ciudad de círculos concéntricos e inveterados monumentos, la ciudad que cada uno de nosotros soñó –bebimos la miel de sus palmas, nos refugiamos en sus umbrales, lloramos en sus templos– y que hoy existe como vindicación de nuestra propia resistencia, como espejismo que el azogue de la tenacidad construyera.


I

EL LIBRO es un vaso de té ornamentado,
un cáliz cristalino,
un ánfora hebrea: –
continente de todo cuanto existe
y de aquello que en polvo transformóse.

II

El Libro es origen y destino,
cuerda y arco,
flecha y pulso,
tensión
entre palabra y materia.

III

El Libro aparece en la memoria,
enciende el cirio litúrgico,
ilumina
el telón de las sombras
y lo alza,
con su mano de signos plateados,
hasta dar con la página no escrita:
materia
donde temblará el verbo originario
una vez se desgaje del Libro
y caiga
en el recinto blanco y pronunciable.

IV

El Libro es un océano poblado de islas.

El Libro es un viejo odre
en el cual se decanta
el nuevo vino.

El Libro es un cielo acribillado a estrellas.





ESAS SOMBRAS que proyectan nuestros actos cotidianos y que, por lo común, pasan totalmente inadvertidas incluso para nosotros mismos, lo único que hacen es delatar nuestro frenético y despiadado baile frente al rojizo sol de la barbarie.




DUERME LA sombra del mundo en las ruinas del viejo palacio.








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