lunes, 8 de abril de 2013

Ad hominem I







Somos los adolescentes lúbricos que han bebido mucho. Con nuestro majestuoso canto de avestruz proclamamos la música negra de la esfera, la armonía de la sangre derramada, el crepitante órgano del caimán que se alimenta de antílopes enfermos. Todo lo bello pereció en el atolón de Mururoa. Desde entonces sólo podemos caminar sobre una playa de piedra y creer en magistrales disonancias como el chirrío de una hamaca sucia, la luz de un prostíbulo entreabierto, el nombre de dios escrito con grasa de cerdo en el muro de Berlín. Porque esta playa de piedra es el centro de nuestra galaxia y todo lo que nos rodea gira alrededor de ella, impreciso y salvaje como un pájaro que cae en mitad de la noche. ¿Quieres adentrarte conmigo en las aguas? ¿Quieres ir hacia aquello que gira? Has de saber que la música negra ha hechizado el corazón de mi raza paupérrima y que ahora sólo entendemos la tonalidad  de los ahogados, la irrefrenable salmodia de la puta aulladora, el chorro de ámbar gris que eyectan las ballenas. Lo demás nos parece ridículo, pues somos adolescentes promiscuos que han trabajado mal y han visionado el cielo alucinógeno de Hiroshima en un rayo catódico. No puedes fiarte de nosotros y muchos menos de nuestro espíritu; bufamos como mulos obscenos, caminamos al revés como cangrejos nostálgicos y hemos avergonzado a todas las familias de Occidente. ¿Todavía quieres zambullirte?¿Todavía quieres ir hacia Aquello? ¿Te atreves? Entonces debes preparar tu alma para el océano y borrar ese epitafio que has escrito a bolígrafo en la piel de tus párpados, encomendarte a la fotografía de un joven suicida y seguir bebiendo hasta que las horas se pudran como cáscaras de naranja. Al fin y al cabo Venus ha muerto y Cupido es un marino que llora y se masturba bajo la lámpara de sodio de la luna. Alguien ha dicho que nuestra memoria es un gran cuenco vacío, que nuestro verbo se nutre del nido de la víbora y que nuestra indolencia es una montaña de arena condenada al diluvio. Alguien ha dicho todo esto y seguro que es cierto, pero qué nos importa, qué más da el juicio de los hombres gentiles si nuestra fe es una caja que aguarda el nacimiento de un niño arlequín o de un profeta loco; una caja, sí, en la que alguien olvidó dos guantes amarillos y tres preservativos de colores nefastos. Y sobre el lugar al que ponemos rumbo será mejor que no preguntes, será mejor que avancemos como cadenas arrastradas por manos invisibles y que nuestros cuerpos se hundan una vez llegue el momento; pues ahí es donde encontrarás la disonancia prometida: el baile de los dioses caníbales, la música negra de la esfera.  


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