sábado, 20 de abril de 2013

Pensatiempos y pasamientos IX



                                                                                                          foto: Gemma Mederos



Debemos reformular (al menos en nuestro interior) el concepto que poseemos de Historia hasta transformarlo en un humanismo, ya que de continuar siendo observado, dicho concepto, como una cascada de datos propios de un censo estadístico o una cronología fiscalizada por los órganos de poder, lo único que obtendremos de estar en la Historia será su interrupción y de haber pasado por ella, una posthistoria semejante a la barbarie prehistórica. Y es que sólo por medio de una perspectiva historicista que nos sirva para abolir los rasgos primitivos de nuestra especie, lograremos diferenciar la casa en la que vivimos del yacimiento, el yacimiento de la piedra y la piedra del hombre. De lo contrario lanzaremos hombres como piedras, habitaremos ruinas antiquísimas y haremos de nuestra casa el hogar del gran simio productivo.




¿Hasta cuándo la máscara del hombre poderoso soportará el peso de su miseria sin quebrarse?
¿Hasta cuándo continuará siendo creíble el infame teatrillo de las apariencias? ¿Acaso no hemos aprendido nada de la Historia?




Sin errores el ser humano pasaría desapercibido como un árbol en mitad del bosque.




Ahora que no son las seis de la mañana y que estoy con un café entre las manos y con ocho horas de trabajo por delante, me percato de la importancia que posee para mí el silencio anterior a la marcha fúnebre de los despertadores. Ver a las personas que quiero sumergidas en el sueño me conduce a una sensación concreta y apabullante; la de ser testigo de ese secreto que el ser humano, durante la vigilia, se empeña en camuflar constantemente con gestos y palabras: la fragilidad. Porque la fragilidad es la que nos conduce a dormir, comer, guardar silencio o llorar; es nuestra condición más auténtica y precisamente por eso la hemos relegado a los escondites de lo íntimo.




Ser lúcido implica acatar las normas del raciocinio, dar la espalda a la realidad y anteponer a ella un cúmulo de argumentos equilibrados y lo suficientemente eficaces como para justificar nuestros errores.

El bárbaro es aquel que no ha cobrado conciencia de su fragilidad y, por lo tanto, expone al mundo una armadura negra y monstruosa repleta de prejuicios que él llama valentía y voluntad, y nosotros, los frágiles, prepotencia y arrogancia.



Academias repletas de jóvenes lo suficientemente preparados como para ser incapaces de opinar.











No hay comentarios:

Publicar un comentario