martes, 23 de abril de 2013

Ad hominem III

Avanzamos por la costa en un coche negro atestado de ancianos. Yo soy uno de ellos; el que compró flores delicadas y anillos de oro blanco y puso su cráneo al servicio de la babosa subterránea. Tengo miedo de las cosas más simples y observo la costa como si de una tijera amenazante se tratara. Junto a mí hay descendientes de una estatua cuyo nombre palpita entre los legajos hambrientos de la historia vencida, pero también hay asesinos de ojos perpetuos cuyas manos forjaron el luto. El mar que nuestro coche bordea está mordido por la pinza de un cangrejo prehistórico; por eso es fácil hablar ahora, en tanto la costa teje una curva de arena y basalto, de los hombres que caminan al revés, del grito que atenaza la garganta del sicario, del cangrejo-demonio que impugna con su cáscara el sol de la barbarie. Tenemos ojos y amuletos para ver y defendernos de lo que la visión no acepta. Tenemos collares de cuentas color nieve y una lima de uñas que sucumbe a la gravedad de los bolsos antiquísimos. Y aunque el hueso prepondera con sus rótulas gastadas y el dolor es una máquina perfecta hecha de garras y vesículas, en nuestros labios todavía duerme el temblor ferviente del que ha visto mucho: «¿Recuerdas a los hombres que se apostaron en los intersticios blancos de la nada?» «¿Recuerdas a los que murieron en esos mismos intersticios y en ningún momento echaron de comer al caimán de los relojes?» Ellos fueron héroes y ahora están muertos como héroes. Ellos golpearon el cráneo de la gallina bicéfala y vieron el atardecer desde los puertos de Francia. Pero sus córneas cayeron en los oxidados cálices del infortunio, en los vasos transparentes donde se sumerge la dentadura de oro, en el plato de sopa que huele a vinagre. Porque la visión no basta contra el tiempo y no basta la lucha para mantener el barco a flote. Avanzamos por la costa. Nuestro destino es incierto como el color exacto del próximo crepúsculo, mas nuestro final está claro y definido en la mente del vigía: bordearemos el mar en este coche negro y antes de que el sol se tumbe boca abajo y el cangrejo violinista cercene nuestros sexos, los asesinos revelarán sus intenciones.

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