sábado, 20 de abril de 2013

Pensatiempos y Pasamientos VIII




                                                                                                                                      foto: Gemma Mederos




Sólo el sol sabe cuántas sombras puede proyectar un junco.  



En la saliva con que pronunciamos el mundo siempre hay un poso amargo.



Las palabras no son más que una forma de pronunciar el mundo, una estrategia humana para contener lo indefinible y, de este modo, idear identidades, categorizaciones y jerarquías que nos permitan acomodar nuestra lógica y vivir lejos del abismo de lo anónimo. 



Las palabras son los salvoconductos que nos permiten habitar el régimen de tinieblas de la realidad.




Durante un día, al menos durante un día, deberíamos autoimponernos la obligación de hablar sólo de cosas que nos resulten más bellas que el silencio.




Transcripción (5-5-2013):

--No puedo hablar con él.
--¿Por qué?
--Carezco de forma.




Sospecho de las cosas que se encuentran inamoviblemente definidas, ya que hasta ellas parece no haber llegado el oleaje de la impugnación, el martillo de la duda: el pensamiento. Son formas que hemos escudado tras lo incuestionable y que aceptamos porque, sencillamente, no hemos sido capaces de penetrarlas, demasiado convencidos, quizás, del rigor que poseen, de la dureza que aparentan. Nadie pone en tela de juicio la definición de manzana,  ¿pero qué hay dentro de la manzana? ¿qué yace en el interior de ese término? Y, lo que me parece más importante: ¿qué precio tributará el pensamiento que intente sumergirse más allá de esa definición, más allá de la manzana?   




El pensamiento sedentario se acomoda en el trono de lo definido y, a partir de ahí, tiene la sensación de expandirse hacia lo abierto; cree florecer cuando, en realidad, lo único que hace es echar raíces, inmovilizarse en la confortabilidad de lo que otros han etiquetado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario