lunes, 8 de abril de 2013

Pensatiempos y Pasamientos VII






El fracaso ha triunfado de tal modo en este país que las viviendas de protección oficial se otorgan por concurso y las mansiones son alquiladas como apartamentos donde veranear. 


Entro en una iglesia e imagino a todas esas mujeres sagradas comportándose como ratas bajo el agua.  



Tu cuerpo retorcido en la pradera del viento subsolar.  



El pensamiento técnico es el fundamento humano que más atrocidades a cometido contra la naturaleza. Por esta razón, por el profundo e irreparable daño que el hombre ha infligido desde que se introdujo en la caverna, los animales salvajes huyen en cuanto nos perciben. 



Cada vez tengo más claro que existen transcreadores de poesía y coleccionistas de poesía volcada*. El primero suele ser un hombre delgado y hambriento de moralidades, una especie de eremita que ha hecho de su frustración como poeta y de su conocimiento como traductor una forma de arte implacable. El segundo, el coleccionista, suele ser un vientre sentado que rezuma obsesiones, un objeto gordo y devorador de textos que, impelido por la mecánica de producción, transporta un poema de una lengua a otra con la velocidad de dos chinos jugando al ping-pong. Una vez finalizada la partida, el coleccionista guarda o publica su producto grasiento y, sencillamente, se jacta de tener otro objeto en su vitrina, mostrándolo a parientes, colegas y compadres como se muestra un coche o unos zapatos recién adquiridos. Por su parte, el delgado, sereno y melancólico transcreador mastica una y otra y otra vez el texto transformado y, con su cara de camello, espera, a veces durante mucho tiempo, hasta que descubre que es mejor persona.

*de volcar: inclinar una cosa de modo que pierda su posición normal y quede apoyada sobre un lado.


Hoy he contemplado, durante un largo trayecto, la belleza de un adolescente moribundo leyendo poemas en el tranvía. Tenía los ojos de Tales de Mileto. 



La gravedad que adquieren las cosas al atardecer.



Poliglotón: hombre hambriento de mucho. 



Escribir sin errores en un idioma tan asimilado que gramaticalmente florezca en la hoja como un fruto  impecable no es conquistar un estilo. Tampoco lo es ser capaz de emplear todo un abanico de términos hilados con soltura y seguridad por medio de una creación sintáctica nítida y precisa. Tales bastiones, tras los que muchos escritores se parapetan para convencer y convencerse de poseer un estilo (la joya de la corona literaria), no distan, a fin de cuentas, de las exigencias textuales que cualquier documento serio necesita para ser y transmitir lo que es. Sin embargo, la creación artística del lenguaje, que no corresponde al docto cauce establecido por los letrados, debe huir de la pureza como de la corrección,  pues al igual que una casa excesivamente cuidada y ordenada es síntoma de que sus moradores sólo la mantienen sin habitarla, un creador limpio y transparente, preocupado exclusivamente por la adecuación de su discurso a las normas discursivas, no es más que un agente del orden, un centinela de los lenguajes de manual cuya noción de riesgo se volverá cada vez más y más estéril.


La nada es intachable.


Algunos traductores nos hacen creer que los poetas que escriben en otros idiomas apenas existen.


El arte es el supremo orden artificial de la materia.

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